El duelo, todo un viaje que el destino nos invita a hacer para renovar viejas estructuras que ya no nos servirán más, conlleva momentos críticos abundantes que se repiten dos o tres veces al día. A veces se prolongan en el tiempo.
Suelen ir asociados a recuerdos, a momentos de soledad, a llamadas de teléfono, etc. En realidad cualquier circunstancia no prevista puede desencadenar un episodio crítico.
Las emociones predominantes asociadas a estos momentos son:
- Angustia
- Pena
- Tristeza
- Desesperación o impotencia
- Ira
- Vacío
- Soledad
Irán mitigando según va discurriendo el tiempo. Excepcionalmente al principio y más frecuentemente después, aparecerán fugaces momentos de aceptación y esperanza, así como otros de serenidad en los que se tendrá la certeza de que todo está bien. Por el momento escapa a nuestra comprensión.
Para trabajar el desapego, la aceptación y la sumisión al destino sirven de ayuda los paseos diarios en la naturaleza, la meditación, el sentir, el vivir en la medida en que se puede el aquí y el ahora.
Procurar a diario momentos de soledad para experimentar la cercanía con uno mismo. Hablar desde la sinceridad con familiares y/o personas de confianza de la situación anímica que se está atravesando, ello produce un gran alivio.
Cómo elaborar el duelo por la muerte de un ser querido
- Establecer momentos de silencio consciente en los que trabajar la calma interior y la quietud mental observando nuestras propias experiencias como si fueran las de otra persona y sacar las consecuencias oportunas. Observación simplemente, sin luchar contra nada, solamente observación y espera paciente y confiada en la sabiduría interior.
- Permanecer atentos y abiertos a lo nuevo
que se despliega en nuestro interior y a las perspectivas más humanas y enriquecedoras que asomarán a nuestra conciencia. Ello va a generar en una mejora de nuestra autoestima y una atitud más esperanzadora del porvenir. Significa ir haciéndonos conscientes de que detrás de las apariencias externas habita un alma que trata de comunicarse y a la que podemos acceder desde una actitud receptiva, dejando al margen los prejuicios y alejándonos también de los condicionamientos culturales.
- Tomar conciencia de que en este estado de ánimo caótico se entremezclarán infinidad de pensamientos de diferente procedencia. Unos llegarán del propio contexto cultural en el que nos hemos educado y en el que vivimos; otros, de las exigencias que nos impone nuestro ego, e incluso algunos otros procederán de nuestro Yo profundo. Es preciso desarrollar, pues, un cierto poder de discriminación para saber diferenciarlos adecuadamente.
- Observar a los seres vivos en cualquiera de sus expresiones intentando captar no solo lo que expresan sino lo que intentan expresar y a priori no se nos hace tan evidentes. Una observación desde el corazón.
- Ajustar las necesidades físicas y psicológicas
a lo que las mismas demandan, sin caer en la trampa de la autocompasión. Precisamente, debido a los momentos delicados que estamos atravesando, es más que nunca necesario prestar una atención especial a las necesidades de nuestro cuerpo y de nuestra alma, sin dudar en solicitar la ayuda adecuada si la situación lo requiere.
- Intentar ser lo suficientemente humildes como para reconocer las propias limitaciones y nuestras imperfecciones como forma de aceptar las imperfecciones de los demás, estando dispuestos a aprender de cualquier persona o situación.
- Permanecer en actitud de escucha activa, atentos a lo que el mundo espiritual nos sugiera. No se trata de hacer cosa alguna, ni tan siquiera de tener expectativas de nada, sino de estar activamente presentes y abiertos a lo que nuestro interior o nuestro entorno tangible o intangible quieran comunicarnos.