A veces, simplemente nos enganchamos.
Como una bolsa de plástico se engancha a los pies de alguien que pasaba por allí o como un trozo de pan entre los dientes o como las uñas al borde del precipicio o como un jersey fino a un cadena con una cruz.
Todos y todas tenemos nuestras formas de aferrarnos para no caer al vacío.
Hay gente que usa el sexo, o el bingo, o la comida, o el alcohol, o la religión, o el trabajo, o el orden, o las drogas, o el ejercicio o el amor para no sentir que está cayendo.
Que todos y todas seguimos cayendo entre los muslos de nuestras madres hasta que definitivamente nos vamos.
Que la vida es un suspiro.
Por eso, a veces, simplemente nos enganchamos.
Para olvidar este abismo cósmico.
Y para olvidar enganchamos una relación con otra.
Nos depositamos en los peores lugares posibles.
Con gente que nos desprecia una y otra vez.
Solo porque nos prestan algo de atención.
Como si no lo mereciéramos absolutamente todo.
Como si por el mero hecho de que se fijaran en nosotras y nosotros fuera suficiente para entregarnos sin medida.
Pero no les gustamos, no nos quieren, no nos tratan bien, no nos hacen crecer, no nos mejoran, no nos divierten.
No nada.
Simplemente están y, a veces, nos dan algo de cariño.
Y sentimos que no tenemos derecho a reclamar más.
Porque ya que nos toquen y quieran pasar tiempo a nuestro lado es alucinante.
Con lo poco que nos gusta a nosotras y nosotros pasar tiempo a solas.
Con lo que nos detestamos.
Y esa persona quiere quedarse.
No, esa persona no quiere quedarse.
Tú te has quedado enganchada a ella como una bolsa de plástico se engancha a los pies de alguien que pasaba por allí o como un trozo de pan entre los dientes o como las uñas al borde del precipicio o como un jersey fino a un cadena con una cruz.
Pero esa persona no te ve.
A ti.
Que eras una niña que sabía hacer el pino puente.
Que eras un niño que cuando se emocionaba se frotaba las manos para quitarse la emoción.
A ti.
Que eres una mujer que puede recordar las heridas de otros de memoria pero eres incapaz de cuidar de ti.
Que eres un hombre que nunca pide nada para sí mismo.
No te ve.
Solo está.
Como están las verjas que protegen la entrada de un cementerio.
Pídele que quiera conocerte de verdad.
Con todas tus sombras.
Y si no quiere.
Dile adiós.
Como se dice adiós a una madre que te impidió ser tú o a un jefe cabrón.
Dándole la espalda.
Y sonriendo a la gente que viene de frente.