No escuches más expertos que tu propio hijo y tu corazón.
El libro para padres más vendido de la historia, Tu hijo, del doctor Benjamin Spock (30 millones de ejemplares en 39 idiomas), comienza con un capítulo titulado “Confíe en sí mismo”. Y desde la primera página advierte: “No se deje impresionar por lo que dicen los expertos. No tema confiar en su propia sensatez”. Luego siguen nada menos que seiscientas páginas en las que explica detalladamente qué se ha de hacer en la educación de los hijos...
Cada vez se confía menos en la propia sensatez, instinto o como se le quiera llamar. El caso es que los padres, en general, piensan que necesitan todas esas indicaciones. Los padres plantean preguntas inverosímiles, a menudo con una coletilla añadida del tipo: “No sé si estoy haciendo bien” o “¿Cree que soy mala madre porque...?”.
La naturaleza nos guía
Olvidamos que la naturaleza es sabia. Cada animal cría instintivamente a sus hijos de la forma más adecuada.
La cabra no tiene ninguna duda sobre cuándo ha de mamar su cría (¡todo el rato!); la gata sabe perfectamente dónde deben dormir sus cachorrillos (¡pegaditos a mamá!); la canguro jamás pregunta si es malo llevar a su retoño todo el rato en la bolsa; la osa hormiguera conoce a ciencia cierta cuál es el primer alimento que debe introducir en la dieta de su hijo; las palomas no leen libros titulados Enseña a tus hijos a volar.
No estaríamos aquí si nuestros antepasados no hubieran sabido cuidar a sus hijos
También el ser humano tiene un instinto; pero, a diferencia de otros animales, nosotros podemos dejar a un lado nuestro saber instintivo y criar a nuestros hijos de otra manera. Muchos de estos cambios han sido para mejor. Gracias a ellos, nuestros hijos tienen más probabilidades de llegar a la edad adulta y llevar una vida plena y consciente.
Los expertos también se han equivocado muchas veces, por desgracia. Han recomendado métodos de crianza que no se basan en estudios científicos, ni siquiera en observaciones cuidadosas, sino solo en creencias y prejuicios. A veces, desoyendo y contrariando nuestros instintos, causamos un dolor y un sufrimiento inútil a nuestros hijos y a nosotros mismos. Veamos algunos ejemplos.
Consolar su llanto
El más claro es qué hacemos cuando lloran. Varios expertos –desde el psicólogo mediático hasta tu cuñada– te han recomendado dejar llorar a tu hijo, basándose en teorías dispares, a veces hasta contradictorias. Que llorar es bueno para los pulmones, que te está intentando manipular, que si le impides llorar no podrá expresar su trauma primario, que tiene que acostumbrarse cuanto antes a posponer la satisfacción de sus deseos, que hay que enseñarle que no puede salirse siempre con la suya...
Y a ti, ¿qué te parece? ¿Cuál es tu primer impulso cuando oyes llorar a tu hijo: dejarlo llorar o consolarlo? ¿Cuándo te sientes más satisfecho y más útil: mientras le tienes en brazos y lo acaricias o cuando subes el volumen de la tele para no oír los gritos en la habitación de al lado?
El llanto del niño está diseñado para no dejar a nadie indiferente, y mucho menos a la madre
El llanto de un niño es un sonido muy molesto. Aunque no sea tu hijo el que llora, sientes la necesidad de hacer algo, de acallarlo como sea. Cuando sabes, o sospechas, que el niño que llora está solo, que nadie lo atiende, tu angustia crece. Por el llanto de un niño se desvía el excursionista de su camino, el policía tira abajo una puerta, el bombero vuelve a entrar en la casa en llamas.
Una manifestación clara de este instinto –pero no por ello menos molesta– es que si tu hijo llora en público, familiares, vecinas y desconocidas correrán a darte consejos o te mirarán con severa expresión de reproche.
Cuando acudes a consolar a tu hijo sientes compasión por su sufrimiento. Te sientes útil porque lo estás ayudando, y disfrutas de la calma cuando deja de llorar. Pero si, haciendo caso de ciertas teorías, lo dejas llorar, tendrás que borrar la compasión de tu mente. No es posible pensar: “Pobrecito, cómo sufre”, y no hacer nada. Te verás obligado a pensar: “Vaya cuento que tiene”.
No hay duda de que el llanto molesta, pone nervioso, malhumorado y agresivo de forma natural. Si se prolonga injustificadamente, algunos padres, a los que se ha prohibido dar una respuesta adaptada al llanto de su hijo, acabarán dándole una respuesta inadaptada: gritarle, sacudirlo bruscamente, taparle la boca, golpearlo...
El hambre no tiene horario
El horario de las comidas fue otro de los grandes errores médicos del siglo pasado. Alguien se sacó de la manga –sí, de la manga, pues jamás se hicieron estudios científicos para comprobar si el sistema funcionaba– que había que dar diez minutos de cada pecho cada tres horas.
Los niños nunca reclaman el pecho "antes de hora", necesitan mamar a demanda
Las famosas tres horas... El horario se seguía de forma tan obsesiva que todavía algunas madres me preguntan si las tres horas se cuentan desde que empezó la toma anterior o desde que acabó, porque entonces son tres horas y veintiún minutos –con un minuto entre pecho y pecho para el eructo–.
Los científicos tardaron varias décadas en demostrar que esos horarios eran innecesarios y peligrosos, pues a menudo dan al traste con la lactancia.Y están tardando muchas décadas más en convencer a todos los pediatras; a veces cuesta mucho desechar una idea que aprendiste de joven y aceptar la nueva información.
Pero las madres lo habían hecho perfectamente durante millones de años, dando el pecho cuando no había relojes. Y, todavía hoy, las pocas madres que siguen engañadas, esclavas del reloj, tienen que hacer un esfuerzo para no dar el pecho cada vez que su hijo lo pide.
¿Dormir juntos o separados?
En nuestra especie, como entre todos los primates y casi todos los mamíferos –y digo “casi” por si acaso, pero la verdad es que no me viene a la mente ningún ejemplo de lo contrario–, lo normal es que los niños duerman con su madre, no solo al lado, sino en estrecho contacto.
Han hecho falta amenazas apocalípticas para que las madres no duerman con sus hijos
Ha hecho falta mucha persuasión, un auténtico lavado de cerebro, para impedir a las madres seguir su instinto y dormir con sus hijos. Médicos, psicólogos y libros bombardeaban a las madres con sus prohibiciones y amenazas apocalípticas, como aquella tan ridícula de que “si te lo metes en la cama una sola vez, no volverá a salir nunca más”. ¡Anda ya! ¿Acaso a ti te gustaría dormir a día de hoy entre tu padre y tu madre?
Eso sí, incluso cuando la han convencido de que su hijo tiene que estar en su propia habitación, la madre sigue teniendo el instinto de acudir enseguida en cuanto lo oye llorar. Lo deja todo para responder a la llamada de su hijo. La última moda es prohibir incluso eso: si tu hijo te llama, no debes acudir, sino esperar un minuto, luego tres, luego cinco... Esto es tan duro para la madre, tan contrario a sus más íntimas convicciones, que hay que convencerla de que es un sacrificio necesario.
Quienes defienden tales ideas no dicen: “Enseñe a su hijo a dormir solo, que así estará mucho más tranquila”, porque muy pocas madres dejarían llorar a su hijo solo para estar tranquilas. No, hay que asustarlas con desastres imaginarios: “Si no obedeces al experto, tu hijo tendrá insomnio toda la vida, problemas de conducta y de crecimiento...”.
En brazos ¿sí o no?
Otro tema favorito de los expertos es el que resumen los consejos: “No lo cojas en brazos, que se malcría”, “Irá a la mili y todavía lo tendrás que llevar tú en brazos”. Pues eso es mentira, porque ya no hay mili obligatoria. Y, más importante aún, ningún niño de diez años y casi ninguno de cinco se deja llevar en brazos, a no ser que esté enfermo.
Llevar en brazos no es malcriar. Ningún niño va a querer ir en brazos toda la vida
También en esto el instinto de los padres es muy superior a las descabelladas ideas de los expertos. Lo primero que se le ocurre a una madre es coger a su hijo en brazos. Lo que le supone un gran esfuerzo es no cogerlo, obedeciendo las órdenes que imponen las “innovadoras” y nada contrastadas teorías.
Tu hijo y tú, dos expertos en crianza
Te explicamos varias claves para que estés en armonía con tu instinto de madre.
1. Consulta en tu interior: recupera tus recuerdos
Aunque sea tu primer hijo, tienes más experiencia de lo que crees. Todos hemos sido hijos antes de ser padres. Claro que muchos de tus recuerdos provienen de la adolescencia, que es un poco distinta a la primera infancia. Pero también recordarás muchos sucesos de los diez, siete o cinco años, e incluso alguno de los tres años. ¿Cómo te sentías entonces? ¿Qué te gustaba y no te gustaba que te hicieran tus padres? ¿Llorabas para fastidiar, manipular y llamar la atención, o solo lo hacías cuando te sentías mal?
2. Consúltale a él, es tu fuente de información
Acude al mejor experto que no es otro que tu propio hijo. ¿Cómo te parece que es más feliz, en brazos o en la cuna? Cuando no se come la verdura, ¿lo ves llorando de hambre o se queda tan pancho? ¿Tiene sueño a la hora que dice el libro que tienes que acostarlo? ¿Tiene ganas de acudir de buena mañana a la guardería o prefiere quedarse en casa?
3. Habla con otros padres y comenta otros métodos
¿Cómo han educado a sus hijos tus amigos, tus primos, tus vecinos? Seguramente descubrirás que han hecho cosas muy distintas y que diferentes métodos, a veces, traen resultados bastante parecidos siempre que estén basados en el constante principio del respeto y del amor mutuo. Escucha a quienes creas que así lo entienden.
4. Analiza las pruebas y los estudios
Con respecto a la crianza de los hijos, ¿pueden presentarte los expertos estudios científicos con miles de niños sobre los efectos o beneficios de sus recomendaciones? No hay pruebas que demuestren los supuestos peligros de cogerlos en brazos o dormir con ellos, y tampoco de que la estimulación precoz los haga niños más inteligentes, o que ir a la guardería efectivamente los “espabile”.
5. Aplica la lógica y la perspectiva
Plantéate con realismo cuáles son las posibles consecuencias de lo que haces con tu hijo. ¿Realmente son tan terribles? ¿Cogerá el escorbuto si no se come esa naranja de postre? Cuando te dicen que “se va a malcriar”, ¿de qué crees que están hablando, exactamente? Los niños criados con respeto y amor, si es eso a lo que se refieren, ¿no son, de mayores, adultos respetuosos y capaces de amar?