Tu hijo también puede tener estrés
Separarse de mamá a la puerta del colegio, pelearse con Óscar en el recreo, convencer a papá de que las lentejas son incomestibles, irse a dormir solo a su habitación.
Situaciones en apariencia intrascendentes, al menos si las comparamos con nuestros propios problemas, pueden suponer verdaderos retos para los cerebros en pleno desarrollo de nuestros hijos, que todavía no han alcanzado todo su potencial para lidiar con el estrés inherente a la vida actual.
Y el caso es que el estrés, por sí mismo, no es obligatoriamente algo negativo. De hecho, para desarrollarnos saludablemente necesitamos exponernos a un cierto nivel de estrés desde la infancia, ya que aprender a lidiar con la adversidad es una parte importante de nuestro desarrollo.
Este tipo de estrés, positivo y necesario, es el que ocasiona lo que los neurólogos denominan una “respuesta positiva” tras la cual el organismo vuelve a restaurar su estado basal con facilidad y sin sufrir secuelas duraderas.
Pero en ocasiones el estrés no genera una respuesta positiva, sino una respuesta tóxica que es capaz de dejar una huella indeseable en el inmaduro sistema nervioso de nuestra infancia que perdurará toda la vida, convirtiéndose en una de las principales causas de morbilidad y mortalidad en los adultos.
¿Y de qué depende la respuesta generada ante una situación adversa? ¿Del factor estresante? ¿De su frecuencia o intensidad? ¿De las circunstancias en las que se produce?
Evidentemente, no es lo mismo el estrés producido por un pequeño percance que el causado por un grave accidente, como tampoco lo es sufrir una circunstancia adversa de manera ocasional que vivir sumergido en ella.
Cuanto mayor es el trauma y más dura, mayor es su efecto negativo.
Sin embargo, según el doctor Bruce Perry, fundador e investigador de la Child Trauma Academy (EE. UU.), la diferencia entre que el niño sufra una respuesta positiva o tolerable al estrés o una respuesta tóxica no depende tanto de la experiencia estresante como de la calidad de las relaciones interpersonales que ha establecido con su entorno.
Es especialmente la figura principal de apego, la que actuará de amortiguador y ayudará a reequilibrar el sistema nervioso del niño
Lo más dañino es el estrés sufrido sin una figura adulta que proporcione contención en forma de amor, cuidado y protección.
Un niño amado, sostenido y amparado será capaz de superar situaciones adversas que en un estado de abandono afectivo y emo- cional serían insuperables.
Consecuencias del estrés en niños
Pero ¿cuáles son los efectos del estrés tóxico a largo plazo?
Según el Estudio sobre experiencias adversas en la infancia llevado a cabo en el Centers for Disease Control and Prevention de Estados Unidos, los traumas infantiles –como abusos físicos, emocionales o sexuales, abandono, violencia doméstica o tener unos padres que sufren una enfermedad mental, son drogodependientes, alcohólicos, han sido encarcelados o se han divorciado–, tienen repercusión en la salud futura del niño hasta el punto de triplicar el riesgo de enfermedad cardiaca o cáncer pulmonar y reducir la esperanza de vida en veinte años.
Participaron 17.500 adultos a los que se les valoró las experiencias traumáticas de su niñez mediante un formulario de diez preguntas. Por cada respuesta afirmativa obtenían un punto.
Comprobaron que un 60% de la población tiene al menos uno y un 12,6% –uno de cada ocho–, cuatro o más.
Al relacionar el número de puntos con diversas enfermedades, los resultados fueron preocupantes:
- Las personas con 4 puntos o más tenían un riesgo 2,5 veces mayor de sufrir enfermedad pulmonar obstructiva crónica o hepatitis que las personas con 0 puntos.
- Para la depresión, el aumento del riesgo fue de 4,5 veces.
- El riesgo de suicidio aumentaba 12 veces.
- Una persona con 7 puntos o más tenía el triple de riesgo de sufrir cáncer de pulmón y 3,5 veces más de sufrir una enfermedad isquémica cardiaca.
Una de las posibles explicaciones es que el niño que sufre una infancia traumática desarrollará de adulto hábitos no saludables, como consumo de tabaco, alcohol o drogas.
Niños estresados, adultos en riesgo
Hoy en día tenemos evidencias científicas de que el estrés sufrido en la niñez afecta al desarrollo de áreas cerebrales involucradas en el placer, la recompensa, el control de impulsos, la capacidad de aprendizaje y la respuesta al peligro.
Estas áreas están relacionadas con el desarrollo de drogodependencias y de comportamientos de riesgo. Pero el efecto del estrés parece ir más allá...
Aunque la persona no desarrolle hábitos insanos, seguirá en peligro. Una exposición crónica y continua al estrés durante la infancia influye en el desarrollo del llamado eje hipotalámico-hipofisario-adrenal.
Esta es una cadena de reacciones diseñada para activarse ante un peligro inminente, produciendo una respuesta adaptativa del tipo huida o ataque que puede salvarnos la vida.
Como explica la doctora Nadine Burke Harris, pediatra estadounidense especializada en los efectos a largo plazo del trauma infantil, si un día en el bosque ves un oso, la explosión hormonal causada por la activación de este eje provocará una serie de efectos en tu cuerpo, como dilatación de las pupilas o aumento de la frecuencia cardiaca, que hará que estés preparado para defenderte o huir. Esta es una reacción fisiológica saludable cuyo objetivo es salvarte la vida.
El problema es cuando un niño crece con este mecanismo continuamente activado (cuando el “oso” vuelve a casa cada noche convirtiéndose en un peligro al que se debe enfrentar sin la figura de un adulto protector).
Entonces, la liberación frecuente de hormonas del estrés en una etapa especialmente sensible a este fenómeno produce profundos efectos en un sistema nervioso en desarrollo.
Por una parte se verán afectadas la estructura y función cerebrales: por ejemplo, se han observado cambios estructurales y funcionales a largo plazo en la amígdala y el hipocampo, así como un control inhibitorio deficiente de estas regiones.
Todos estos cambios se traducirán en un mayor riesgo de enfermedades mentales en la vida adulta, como depresión o ansiedad.
Por otro lado, también se observan efectos significativos en los sistemas inmune y hormonal, lo que explica que el estrés durante la niñez aumente las probabilidades de tener una enfermedad autoinmune décadas más tarde y sea, además, un factor de riesgo para la inflamación.
Todos estos efectos se suponen mediados por cambios en el ADN, unos cambios que, con el paso de los años, pueden traducirse en enfermedades graves y muerte temprana.