La adolescencia es un segundo nacimiento. La potencia explosiva con la que hemos llegado al mundo y nos ha permitido llorar incansablemente para exigir lo que necesitábamos y hacernos oír hasta ser complacidos vuelve a aparecer a partir de los 13 o 14 años.
Esta detonación de fuerza vital, libido, deseo ardiente, potencia y pasiones descomunales busca dos grandes cauces para desplegar esta energía renovada: la sexualidad y la vocación.
Ambas instancias son innatas, es decir, están inscritas en el diseño de la especie. Que no puedan florecer a lo largo de la adolescencia es un verdadero desastre ecológico, porque solo pudo haber acontecido como consecuencia de niveles de represión altísimos.
La búsqueda incesante de la vocación
Todos los seres humanos tenemos una función específica que está prevista para ser ofrecida al prójimo. Esa certeza respecto a nuestra competencia personal, a nuestra espontánea consagración, es la vocación espontánea. La típica pregunta que se nos formula a los niños “¿qué quieres ser cuando seas mayor”, da cuenta de ello.
Todos los niños sabemos qué queremos ser. Bomberos, astronautas, arqueólogos, veterinarios... Esa pulsión interior es genuina. Lamentablemente, la mayoría de los niños estamos tan supeditados a las limitaciones que nos imponen los adultos que con frecuencia olvidamos esas improntas espontáneas. Pero durante la adolescencia resurgen con renovado ímpetu algunas certezas íntimas.
La vocación no se limita al supuesto oficio con el que ganaremos dinero en el futuro, sino que es la manifestación de nuestras habilidades y gustos personales llevados a la acción.
Pueden no coincidir con las fantasías infantiles. Por ejemplo, los niños que soñábamos con ser astronautas, durante la adolescencia podemos descubrir el arte. También sucede que la libido que aparece durante este periodo conlleva un vigor tal, que ciertos jóvenes abrazamos múltiples caminos posibles: nos embarcamos en movimientos ecológicos, estudiamos música, arquitectura...
Cómo apoyar esta búsqueda como adultos
¿Por qué es importante que los adultos apoyemos a cada adolescente para que profundice esos caminos vocacionales? ¿Qué es lo que hay que hacer? Casi nada. Apenas observar cómo fluye un río por su propio cauce, en lugar de construir barreras que lo frenen o lo obliguen a desviar su caudal.
Es más fácil contemplar los intereses naturales de un joven que imponer estudios, carreras o rutinas que son contrarias a su propia naturaleza, porque en esos casos hay que persuadirlos, obligarlos, confrontar con ellos o reprimirlos.
Acompañar es algo sumamente sencillo porque no tenemos que hacer casi nada salvo estar disponibles. A lo sumo, ayudarles a encontrar algo relativo a lo que buscan, aunque en tiempos de Internet y de redes sociales, los jóvenes localizan sus intereses más rápidamente que los adultos.
Erróneamente, creemos que los adolescentes no tienen ningún interés, y que si no los obligamos a estudiar, se quedarán durmiendo para siempre. Es falso.
A los adolescentes no les interesa lo que estudian en el colegio, y ¡tienen razón! Casi ninguna de las materias que estudian tiene sentido. A veces porque la asignatura en sí misma es obsoleta y no incide en ningún área de la vida del joven, y otras veces porque el modo en que es explicada o enseñada carece de todo contacto con la realidad. Con frecuencia, los estudios están fuera de toda lógica, de todo significado transcendental.
La atracción sexual en todo su esplendor
La impetuosa aparición del deseo sexual durante la adolescencia confirma que estamos en medio de un estallido, compatible con un segundo nacimiento. Nuestro cuerpo físico crece de repente: se alarga, pierde armonía, se estira.
El deseo ardiente por otro envuelve nuestro devenir cotidiano con un apetito incontrolable. Nos sobra energía para dar. Queremos amar, servir, acompañar y acariciar a ese sujeto amado. Imaginamos cada pequeño evento apasionadamente y estamos dispuestos a entregar la vida por ese amor atormentado.
Cuando provenimos de infancias atravesadas por la represión, el autoritarismo o la obediencia, esa energía enardecida se puede desviar hacia amores platónicos, para cumplir con los mandatos decorosos, con el dolor que lleva implícito. Otras veces el deseo ardiente aparece, pero luego nos vemos en la obligación de apaciguar nuestros impulsos para no quebrantar la moral aprendida.
¿A dónde va esa potencia y empuje que no encuentra cauce para desplegarse?
También cuando los jóvenes sentimos una atracción irrefrenable hacia otro joven de nuestro mismo sexo podemos vernos en la obligación de reprimir, con un esfuerzo sobrehumano, esa formidable potencia amorosa.
Esta certeza incontenible del sujeto que deseamos sexualmente aparece durante la adolescencia, el periodo de mayor libertad de toda nuestra vida, pero luego podemos reprimirla, esconderla, negarla o sublimarla, cosa que –lamentablemente– haremos en la mayoría de los casos para ser admitidos en nuestra comunidad.
La importancia de no reprimir la sexualidad adolescente
¿Cuál es el propósito de reprimir a los jóvenes? La respuesta está en el objetivo del patriarcado: cuanto más sometamos la libertad de desear de cada individuo desde la cuna, más fácil será dominarlos para siempre.
¿Podemos imaginar un mundo construido por jóvenes que desplieguen su potencia sin represión? ¿Y un mundo en el que las relaciones amorosas no estén basadas en el miedo, ni en el hecho de apropiarse del otro para nuestro propio confort? ¿Cómo sería un mundo en el que los jóvenes pudieran amar sin límites? La vida sería una fiesta, seguro.
Las experiencias de acercamiento emocional y sexual vividas en plenitud nos aseguran para el resto de nuestras vidas apertura de espíritu, compasión y solidaridad. A las mujeres nos abren las puertas para futuros partos espontáneos y naturales, y a su vez, los bebés que nacen así tienen vidas más confortables, seguras y placenteras. Así, la sexualidad vivida con gozo derrama riqueza y fertilidad en el transcurrir de nuestras vidas y en el de las de quienes nos rodean.
¿Por qué los adolescentes son noctámbulos?
Si recordamos nuestra propia adolescencia o si convivimos con adolescentes, sabemos que durante esta época preferimos vivir de noche. Los adolescentes nos vamos a dormir tarde, nos reunimos con amigos durante la madrugada y preferiríamos despertarnos tarde. Es una pena que nos veamos obligados a ir a la escuela muy temprano por la mañana. Y es que esto que parece una moda, en realidad tiene una explicación; incluso varias:
1. Así confirmamos nuestra individualización
Los adolescentes –para individualizarnos– necesitamos buscar nuestra identidad también lejos de nuestra propia manada. Por eso preferimos estar despiertos justamente cuando nuestra comunidad está durmiendo.
2. De madrugada exploramos nuestras habilidades
La única forma de comprobar qué nos gusta es hacerlo cuando los demás duermen. Es en ese momento cuando nuestros padres o guías no nos dan indicaciones ni nos controlan. Así tanteamos nuestras experiencias de amistad, sexuales o vocacionales alejados de los mandatos y sistemas de control de nuestra tribu.
3. La noche nos otorga más libertad
Un ejemplo interesante es constatar que las mujeres parimos usualmente de noche cuando los demás miembros de nuestra propia especie duermen. ¿Por qué? Porque las comunidades se constituyen como fuente de seguridad. Esa garantía de estabilidad implica el cierre de fronteras y, por lo tanto, de control.
4. Al acabar el día somos más creativos
Cuando el Sol se esconde es cuando nos conectamos más con las vivencias oníricas y estamos más libres de prejuicios. La noche también es una buena aliada para inspirarnos. De hecho, casi todos los artistas creamos nuestras obras mientras los demás duermen. Entonces es entendible que los adolescentes también despleguemos nuestras virtudes precisamente en los momentos en los que nos sentimos menos expuestos y más libres.
5. La soledad nocturna nos permite conocernos
Si los adultos comprendieran que los adolescentes no solo queremos sino que sobre todo debemos dormir de día y estar activos de noche, cambiarían nuestros horarios de escuelas, actividades deportivas y artísticas. En lugar de luchar contra nosotros y considerarnos perezosos por no despertarnos por la mañana con entusiasmo, deberían aceptar que los adolescentes necesitamos constituirnos en nosotros mismos. Y para ello, debemos tener momentos para nosotros.