Muy desagradables, poco justificados y, a veces, inútiles como herramientas pedagógicas. Los gritos que les das a tus hijos producen todo esto:
- Aumentan el cortisol: el grito activa nuestras alertas innatas de peligro. El corazón se acelera, se empieza a segregar adrenalina y cortisol, la hormona del estrés, para dar respuesta a ese peligro.
- Impiden razonar: los gritos activan un área del cerebro que impide hacer lo que se demanda. Los niños no pueden pensar ni razonar, solo les permiten tres respuestas: huir, luchar o paralizarse.
- Alteran el cerebro: los gritos, el maltrato verbal y la humillación, o la combinación de los tres elementos alteran la estructura cerebral infantil: hacen que los dos hemisferios se desconecten.
- Crean falsos lazos: si mis papás dicen algo importante, gritan. Si no gritan, no debe serlo. Una familia que habla agresivamente produce en los hijos razonamientos de este tipo.
- Devalúan el mensaje: tenemos que evitar que nuestras palabras acaben devaluándose, como ocurre cuando gritamos en lugar de hablar, y también aprender a bajar nuestros niveles de alteración.
- No son eficaces: los gritos y las amenazas resultan contraproducentes: infunden terror a los más pequeños y los mayores advierten que somos personas que no cumplimos lo que decimos.