Cuando doy talleres de género utilizo una dinámica para tratar de mostrar que la realidad es una suma de elementos y de puntos de vista, un caleidoscopio formado por subjetividades distintas, miradas diversas y sensaciones a veces confrontadas ante un mismo suceso.
Divido la clase en cuatro grupos y les pido que elaboren el cuento de Caperucita Roja desde la perspectiva de la niña, del lobo, de la abuela y del cazador, respectivamente. Y, finalmente, les pido que lleguen a un relato común teniendo en cuenta todas esas miradas sobre lo narrado en el cuento.
Con este ejercicio nos ha pasado de todo: desde tener al lobo como amante de la abuela (y que “Lobo” fuese el mote cariñoso porque el supuesto animal era en realidad un señor muy peludo), hasta tener un cazador especulador inmobiliario. De todo, y siempre sorprendente y muy interesante.
La novelista nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie, en su charla El peligro de la historia única, cuenta que de pequeña leía historias llenas de niñas y niños blancos que comían manzanas y hablaban mucho sobre la climatología: que si sale el sol, que si no sale. Eran historias construidas en el norte de Europa que no encajaban en la realidad de una niña nigeriana. Ella no comía manzanas sino mangos, y no hablaba de si salía el sol porque en su ciudad lo extraordinario era la lluvia.
El problema no es que una niña nigeriana conozca la nieve a través de los cuentos: el problema es que todos los cuentos hablen solo de niñas que conocen la nieve y nunca de niñas como tú. Como ella.
La importancia sociocultural de los cuentos
En los cuentos infantiles hay mucha sabiduría popular, y mucha sabiduría de supervivencia. Durante siglos han sido una manera de transmitir la cultura a la siguiente generación, entendiendo cultura como un conjunto de usos, costumbres y conocimientos útiles en cada contexto.
Caperucita Roja, por ejemplo, es un cuento que nos enseña a las niñas a no hablar con extraños en un mundo donde hay que enseñar a las niñas a protegerse de los violadores, o que hablar con un extraño representa un peligro real.
En los cuentos infantiles tradicionales, las normas de género son eso, tradicionales, como lo son las representaciones raciales o los arquetipos de clase social.
A las niñas se les transmiten valores de castidad, inocencia, prudencia y una cierta indefensión aprendida (ninguna Cenicienta le da un tortazo al plasta del Príncipe por perseguirla hasta el aburrimiento). A los niños se les enseña la valentía, la honradez y el respeto a sus mayores, en historias como Pinocho, Pulgarcito o Pedro y el Lobo… pero no se les enseña a pedir ayuda a sus amigas, ni el derecho que tienen a ser también rescatados.
Los y las protagonistas son rubias, con un prototipo de belleza que tiene repercusiones reales en la manera en que los niños y las niñas construyen su subjetividad y su autoimagen.
Incluso una obra tan maravillosa como El Principito solo tiene protagonistas blancos y masculinos al margen de la rosa, el único personaje “femenino” que es, lo sabemos, el personaje desvalido al que hay que cuidar y que es, incluso, un poco molestona y caprichosa.
Una prueba sencilla para valorar el machismo de los cuentos: El test de Bechdel
El test de Bechdel es casi una broma, si bien la realidad lo acaba convirtiendo en una broma pesada. Se trata de analizar películas pero puede ser aplicado también a los libros y, por supuesto, a los cuentos infantiles. Consta de tres pasos.
- El primero es comprobar si en la obra hay al menos dos personajes femeninos con nombre. Ya es un indicador de lo más interesante, que revela cómo en muchas obras los personajes femeninos aparecen pero no se nombran: son la hermana, la camarera, la enfermera… sin más.
- El segundo es comprobar si hablan entre ellas en algún momento de la obra. Estos personajes a menudo no se relacionan en ningún momento de la obra.
- Y el tercer paso es comprobar si la conversación que tienen se refiere a un hombre.
A pesar de lo sencillo del test, hay pocas obras que lo superen. Por ejemplo, varias películas de la saga de Harry Potter no lo logran, a pesar de tener numerosos personajes femeninos de gran importancia. La Sirenita, de Disney, es otra película que tampoco pasa el test.
A este test podemos añadirle la mirada antirracista: ¿cuántos personajes son blancos y cuántos no? ¿Hablan entre ellos? ¿Esos personajes son siempre hombres o también aparecen mujeres?
Observar las obras que compartimos con las criaturas con una mirada crítica nos enseña de manera sencilla el funcionamiento de los roles de representación en el mundo y es una herramienta de transformación no solo para las criaturas, sino también para los y las adultas del entorno.
Las criaturas y su mundo, lo sabemos, son grandes maestras.