Uno de los efectos más duros de los procesos de adopción es el daño causado en el bebé cuando es separado de su madre. En ocasiones, esta herida se ve agravada por una gestación en la que la madre ha sufrido grandes cantidades de estrés o incluso ha llegado a exponerse a situaciones de riesgo para su bebé (como el consumo de alcohol o drogas, por ejemplo).
A partir de la separación de su madre, y a medida que el niño crece sin una figura de apego que lo cuide y ame, la herida primal va haciéndose cada vez más profunda y sus secuelas aumentan.
Cómo sanar la herida primal
Los primeros dos años de vida son fundamentales en el desarrollo. Pero una crianza consciente y amorosa, ejercida por unos padres preparados intelectual y emocionalmente para enfrentar el reto que supone la mochila que carga su nuevo hijo, puede cicatrizar la herida primal más profunda.
1. Reconocer la herida primal
El hábitat natural del bebé humano es el pecho de su madre. Nuestra naturaleza de mamíferos y primates así lo determina. Sacarlo de ahí produce un daño, incluso en los bebés adoptados nada más nacer.
Algunos argumentan que la herida primal no está “científicamente demostrada”, pero existen indicios sólidos de su existencia, como los estudios que demuestran la estabilidad fisiológica del bebé sobre el cuerpo de su madre o su capacidad para reconocerla desde el primer momento tras el nacimiento.
Hasta el día de hoy la ciencia se ha preocupado poco de estudiar la díada madre/bebé como una entidad única, limitándose a estudiar a cada uno por separado. Pero esto está cambiando, y en el futuro es muy probable que el nuevo enfoque nos depare importantes sorpresas que nos obliguen a respetar más el continuum entre ambos.
2. Darle al bebé “un pecho donde habitar”
Una vez roto el continuum con su madre, el bebé o niño buscará desesperado una nueva figura materna que ocupe su lugar. Dársela sin condicionamientos y plenamente es saludable y sanador. Así, el pecho, el regazo y los brazos de la madre adoptiva se convierten en el nuevo hábitat acogedor donde se recuperará de sus heridas y podrá desarrollarse.
El ejercicio de una crianza corporal, amorosa y respetuosa, con lactancia materna (con o sin leche en el pecho de la madre), colecho nocturno, porteo, etc., será una base sólida en la que asentar cualquier intervención posterior debida a las necesidades especiales del menor.
Por el contrario, la crianza autoritaria, adultocéntrica, basada en el conductismo más casposo capaz de utilizar los métodos de adiestramiento del sueño en solitario basados en dejar llorar, por ejemplo, que algunos profesionales llegan a recomendar para niños adoptados desde sus obras divulgativas no especializadas en adopción, es absolutamente contraproducente.
3. Reconocer y asumir la realidad con naturalidad
Esto conlleva no obviar el origen de nuestro hijo. Hubo un tiempo en que se consideraba aceptable no revelar a un hijo adoptado su realidad, haciéndole creer que pertenecía biológicamente a la familia de adopción. Hoy esto es inadmisible, y está reconocido por ley el derecho de todos los adoptados a conocer su identidad biológica.
Pero incluso aunque los padres cuenten la verdad al hijo, en el día a día se vive y se actúa como si la adopción no fuera una realidad presente.
He conocido, por ejemplo, padres que ante la pregunta del médico sobre los antecedentes familiares de alguna enfermedad contestaban con los suyos, como si su hijo los compartiera. Y esto delante del propio hijo. Si negamos e ignoramos los orígenes de nuestro hijo o, incluso, los despreciamos, estamos negando y despreciando una parte muy importante de él.
4. Respeta los sentimientos de tu hijo
Que un adoptado tenga sentimientos, tanto positivos como negativos, hacia sus progenitores biológicos (los haya conocido o no) es absolutamente natural, y que los pueda exteriorizar sin presiones ni condicionantes es saludable y beneficioso.
Que la familia adoptiva se tome a mal o se incomode ante la mención por parte del niño de su madre biológica, o que vea como una traición la búsqueda de sus orígenes, es algo pueril, injusto y doloroso para el adoptado.
Una de las muestras de amor que encuentro más hermosas por parte de los padres adoptivos es que se impliquen y ayuden a sus hijos adultos en su búsqueda de orígenes, sin sentirse ni amenazados ni cuestionados en su paternidad.
Y es que cuando se ha establecido un vínculo de apego seguro basado en el amor, el respeto y la confianza mutua, no hay espacio para el desprecio, la inseguridad o el miedo.