No te quiero como antes (y menos mal)

Las personas cambiamos tanto que, después de algún tiempo, somos otros. Si la pareja dura lo suficiente, ¿no implica que estaremos en algún momento con alguien distinto de aquel que elegimos?

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Está claro que, para que una pareja pueda perdurar en el tiempo y continuar siendo satisfactoria para aquellos que la componen, debe adaptarse a los cambios de cada uno de ellos.

Pensar que una pareja puede funcionar del mismo modo cuando estamos recién casados y tenemos 25 años que cuando tenemos 40 y unos cuantos niños, o que cuando tenemos 60 y los hijos ya han dejado el hogar, es una ingenuidad.

Lo mismo vale para otras parejas que siguen una trayectoria menos tradicional que la que acabo de describir. Aunque nunca convivas, aunque nunca tengas hijos, aunque haya una considerable diferencia de edad entre ambos, aunque vivamos en extremos opuestos del planeta y nos veamos la mayoría de las veces a través de un ordenador… aun así, las modificaciones internas de uno y otro demandarán que la pareja se ajuste a ello. Si la pareja no se adapta, se volverá tóxica.

Si vuestro amor no ha cambiado en nada... puede ser un problema

Tal vez ese sea un signo de las parejas disfuncionales: que son siempre iguales. Siempre idénticas a sí mismas: se repiten las mismas conversaciones y las eternas discusiones una y otra vez, casi calcadas. Los propios integrantes de esas parejas lo expresan en sus quejas: “¡Siempre lo mismo contigo!”, “¡No hay vez que tú no…!”.

La pareja requiere cambiar… ¿pero cómo? Lo primero es dejar de poner palos en la rueda a los cambios que se producen de forma natural. Muchas veces, cuando percibimos cualquier tendencia hacia un nuevo modo, lo interpretamos como una amenaza o un desamor: “es que las cosas ya no son como antes”, decimos; “Es que tú ya no me quieres como cuando nos conocimos”. Y, en general, es cierto, las cosas no son como antes, ni nos quieren como entonces. Pero eso no significa necesariamente un empeoramiento, tan solo un cambio.

Estos cambios implican que, eventualmente, perderemos aquella pareja que tuvimos y que nos gustaba tanto. Es duro. El hecho de que la nueva pareja que habremos de conformar pueda ser “mejor” o “más satisfactoria” que la anterior no borra el dolor de la pérdida. Si queremos una relación que haga lugar a nuestro crecimiento, tendremos que estar dispuestos a pasar por el dolor de perder un poco lo que fue.

Sin embargo, no sirve con dejar el cambio a su libre evolución; es necesario canalizarlo para conducirlo hacia un modo de vínculo que nos resulte tanto gratificante como enriquecedor. El modo de hacer esto es actualizar, con cierta regularidad, el “contrato” de la pareja.

¿Cómo es vuestro acuerdo de pareja?

Cada pareja está sostenida sobre una especie de contrato (muchas de cuyas cláusulas son explícitas y otras muchas, tácitas) que establece qué es lo que cada uno aportará a su compañero y a la pareja y también qué es lo que se puede esperar del otro. Algunos de los acuerdos de este contrato son fundamentales, pues de modificarse alteran radicalmente el modo de vida de una pareja, otros son menos trascendentes pero cuando están desajustados provocan fricciones cotidianas que acaban por deteriorar una pareja.

Poner estos acuerdos tranquilamente sobre la mesa y discutirlos de una forma abierta es la piedra fundamental de la reestructuración necesaria para una pareja que pretende perdurar en el tiempo. Es importante remarcar que cualquier acuerdo, por más que haya sido aceptado por ambos en algún momento, o que hayan vivido así durante mucho tiempo, puede ser revisado.

Si, frente a la inquietud de nuestra pareja, sostenemos: “Así lo habíamos acordado, así que ahora te aguantas”, no haremos más que empujar al otro a que guarde su malestar en un cajón pero seguirá estando allí produciendo incomodidad e insatisfacción.

Como resultado de esta “inspección”, volveremos a renovar algunos de los acuerdos que teníamos, revisaremos o modificaremos otros y aun otros serán rechazados. Es muy posible que esto nos lleve a un nuevo modelo de pareja. Uno que, tal vez, nos hubiera parecido imposible o inaudito cuando empezamos la relación pero que, si lo miramos desprejuiciadamente, tal vez se adapte mejor a lo que ambos necesitamos en este momento.

El contrato de pareja: preguntas para sentar nuevas bases

  • ¿Dónde viviremos? ¿En el centro de una gran ciudad, en las afueras? ¿En una casa, un apartamento? ¿Viviremos juntos? ¿Dormiremos en la misma habitación? ¿En la misma cama?
  • ¿Cómo manejaremos nuestra economía? ¿Trabajaremos ambos? ¿En igual medida? ¿Tendremos economías separadas o compartidas? ¿Consensuaremos los gastos… y cuáles? ¿Qué haremos si uno gana más que el otro?
  • ¿Qué ideas tenemos hoy acerca de la sexualidad? ¿Qué acuerdo tenemos respecto de la fidelidad? ¿Querríamos tener un acuerdo distinto? ¿Qué actividades son exclusivas? ¿Qué prácticas están consentidas en la pareja? ¿Estamos conformes con ello?
  • ¿Qué necesidades emocionales sentimos insatisfechas? ¿Qué espero de ti que hagas respecto a ello? ¿Puedes hacerlo o estoy pidiendo algo que no tienes para dar?
  • ¿Cuánto tiempo compartimos? ¿En qué ámbitos? ¿En qué cosas queremos acompañarnos, en cuáles no? ¿Cuáles son los espacios personales que cada uno quiere tener?

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