El matrimonio formado por Rebeca y Mauricio Wild fue un gran referente en el mundo de la pedagogía alternativa por su visión integradora y creativa de la educación. A finales de los setenta, crearon la Fundación Educativa Pestalozzi, popularmente conocida como El Pesta, en la localidad de Tumbaco, cerca de Quito, en Ecuador. Años más tarde, con la crisis económica de principios de la década del 2000, la escuela tuvo que cerrar por motivos económicos y se transformó en un proyecto mucho más radical, el Proyecto Integral de Vida León Dormido (PILD)
El León Dormido fundado por Rebeca y Mauricio Wild fue un proyecto innovador e inspirador que giraba en torno a la confianza en las potencialidades de cada niño, el acompañamiento a las familias como principales responsables de la educación de los hijos y la creación de ambientes relajados y preparados para que los niños pudieran dar satisfacción a su curiosidad y desarrollar su potencial.
Como homenaje a estos dos pedagogos reproducimos aquí un artículo que ellos mismos escribieron para la revista Mente Sana en el momento en que se fundó el León Dormido y que refleja muy bien el espíritu de su proyecto.
¿Por qué apostar por una escuela libre?
Por Rebeca y Mauricio Wild
Sonó el teléfono y al alzar el auricular escuché la voz excitada de una mujer: ‘¡Hola, Rebeca! Soy Yolanda, ¿te acuerdas de mí? Hace diez años estuve visitando vuestro colegio. He venido desde España con mi marido y mis hijos para que conozcan el Pesta, pero nos han dicho que la escuela se cerró y que la Fundación Educativa Pestalozzi tiene un nuevo proyecto. ¿Podemos visitaros para ver qué estáis haciendo ahora?”.
Le di las indicaciones para llegar al León Dormido –la montaña con forma de león que da nombre a nuestro proyecto–, y media hora más tarde llegaba un taxi con Yolanda y su familia. Antes de entrar por el portón admiraron el grandioso paisaje andino y gozaron del aire puro y del sol intenso.
Me acerqué con mi esposo Mauricio para recibirles. Yolanda nos presentó a Víctor, su marido, y a sus hijos, Pepi y Samuel, de 6 y 4 años, y preguntó: “Nos han dicho que aquí tenéis una casa de huéspedes. ¿Hay sitio para nosotros?”. Les mostramos la casa y les ayudamos a bajar el equipaje.
Los niños descubrieron el rincón de juegos y los adultos nos reunimos en la sala para conversar.
–Nunca he olvidado mi estancia en el Pesta, y quiero que nuestros hijos vayan a una escuela parecida –dijo Yolanda–. Víctor ha leído algunos de vuestros libros, pero él no quiere arriesgar el futuro de los niños. Le cuesta creer que esta “filosofía” se pueda poner en práctica.
Si los niños deciden lo que quieren hacer, individualmente o junto a otros, ¿no es un caldo de cultivo para el egoísmo? Y sin exámenes ni calificaciones, ¿cómo se puede saber si los niños saldrán adelante, si aprenden algo?
–Exacto –confirmó Víctor–. ¿Cómo es posible que una escuela con casi 200 alumnos entre los 3 y los 18 años funcione sin clases formales? ¿Y qué hacen los maestros si no siguen un currículum establecido? Tampoco puedo imaginarme en qué consisten los ambientes preparados para las diferentes edades, cómo pueden ser relajados y a la vez funcionar con límites.
Yolanda me contó que nunca había visto agresiones, aunque los niños y jóvenes estaban activos en todas las áreas. Que las puertas estaban siempre abiertas, que los niños entraban y salían cuando querían, que no estaban separados por edades y que los adultos estaban presentes prestando atención, pero sin dirigir o estimular a los alumnos.
– Para entenderlo, hay que comprender los principios básicos –replicó Yolanda–. Cada niño viene al mundo con un programa de desarrollo que lo motiva desde el interior a interactuar con su entorno de acuerdo a sus necesidades auténticas, pero necesita ambientes naturales y culturales ricos donde pueda practicar la toma de decisiones coherentes. Maestros y padres han trabajado mucho en el tema de las etapas de desarrollo y de su relación con la neurología.
Los humanos somos seres sociales y que no se trata de socializar a los niños sino de ofrecerles la oportunidad de madurar como individuos capaces de cooperar inteligentemente con otros humanos y con todos los seres vivos.
Un proyecto clausurado que ha encontrado su continuación
– Ya he leído que los exalumnos del Pesta no tienen problemas para encontrar su camino en la vida –admitió Víctor–. Pero si todo ha sido tan positivo, ¿por qué se cerró el Pesta?
–Será difícil explicarlo en pocas palabras. El motivo más importante, después de 27 años de trabajo exitoso, fue la creciente presión económica en Ecuador, que impedía que los padres tuvieran suficiente tiempo para sí mismos y para sus hijos. Como consecuencia, los docentes absorbían cada vez más las cargas emocionales que los niños traían de casa y tenían menos fuerza para sus familias.
Nos entristecía que tan pocos padres aprovecharan la gran oportunidad de crecer junto a sus hijos, por eso decidimos unir nuestros recursos para crear un entorno social propicio para que todas las generaciones puedan activar su potencial humano.
–Y esto, ¿cómo se pone en práctica? –preguntó entonces Yolanda.
–Gracias a nuestro acuerdo de economía solidaria y de las actividades comunitarias, los padres ya no se ven forzados a trabajar fuera de los proyectos de la fundación. El entorno social les apoya para lograr una mejor calidad de vida en el hogar y en los espacios comunes.
Los niños tienen muchas oportunidades de observar y colaborar con sus padres en sus diversas ocupaciones dentro del entorno y en sus relaciones y eventos interculturales. Por otro lado, los padres, apoyados por personas que tuvieron mucha experiencia en el Pesta, acompañan a sus hijos personalmente en los Cepas (Centros para actividades autónomas), que son ambientes preparados con toda clase de elementos culturales y materiales didácticos. Así, los niños comprueban que los adultos resuelven sus problemas, y los padres se dan cuenta del proceso de aprendizaje de sus hijos.
–Pero para educar a los niños y garantizar que aprendan lo que deben saber se necesitan maestros especializados –comentó Víctor con un gesto irritado–. ¿Cómo es posible que los padres cumplan con esta responsabilidad?
–Como ya mencioné, tratamos de crear relaciones humanas sin estructuras de poder. Una persona que enseña lo que “sabe” ejerce un poder sobre otra que “no sabe”. Aquí los padres están en un continuo proceso de capacitación con materiales y reflexiones para distinguir lo que uno aprende de memoria de lo que realmente se comprende mediante una interacción voluntaria con realidades concretas. Ellos mismos llevan las memorias de lo que pasa en casa, en el entorno social y en los Cepas. Así, los adultos se vuelven más humildes y seguros, y los niños se relacionan con personas que están siempre investigando, haciéndose nuevas preguntas.
Si tenéis tiempo para quedaros unos días con nosotros podréis comprobarlo. Pepi y Samuel salieron de detrás de un arbusto, gritando: “¿Podemos quedarnos una semana? O, mejor, ¡un mes!”.