Cada vez son más las personas que acuden a mi consulta conscientes de que deben acometer cambios en la cotidianidad de sus vidas y la organización de su tiempo, y no son capaces de llevarlos a cabo. Sus horas se agotan invertidas en pasatiempos efímeros. Así pasan los días y los años, dibujando existencias insatisfechas y faltas de sentido, a pesar de que experimentan placer en sus actividades de ocio.
Placer y disfrute no son lo mismo: ¿cuáles son las diferencias?
Es el caso de Óscar, un joven deportista profesional a quien le apasiona su trabajo y al que dedica, de forma regular y sistemática, largas jornadas. Sin embargo, acude a mí porque no consigue desconectarse de la televisión y de los videojuegos en sus ratos libres. Dice querer dedicar más tiempo a su novia, a formarse en algunos aspectos de su trabajo, a tener una vida social más rica...pero no es capaz de encontrar la voluntad para hacerlo.
Una de las creencias más arraigadas en nuestra sociedad es la de que el placer –el que nos procura una buena comida, viajar a lugares exóticos, practicar sexo o las muchas comodidades que nos facilita el dinero– es el principal condicionante de la felicidad.
Buscamos el gozo físico convencidos de que sentirlo nos va a proporcionar el bienestar que todos anhelamos en la vida. El placer corporal es, ciertamente, un componente importante de nuestra calidad de vida pero su eficacia está sobreestimada hoy en día. Y es que debemos diferenciar entre placer y disfrute.
Un gourmet puede jactarse de disfrutar de una comida, saboreándola con toda la atención y consciencia posibles, discriminando las texturas y sensaciones propias de la ocasión. Los niños y su capacidad de concentración y desconexión de su entorno cuando están inmersos en el aprendizaje de nuevas habilidades son otro claro ejemplo.
En cambio, el placer es lo que experimentamos sin tener que invertir una gran cantidad de energía psíquica, únicamente a través de la estimulación de los centros cerebrales y químicos encargados de la tarea.
Fluir: qué distingue una experiencia óptima de disfrute
El equipo de investigación de Mihaly Csikszentmihalyi, profesor de la Universidad de Claremont (EE. UU.) y autor de un célebre libro titulado Fluir (Kairós), identifica ocho elementos como condicionantes del disfrute.
- Disfrutamos, en primer lugar, de la realización de tareas que están orientadas a una meta clara; y regidas por una serie de normas que conocemos.
- Necesitamos, en segundo lugar, una inequívoca capacidad de concentrarnos en lo que estamos haciendo.
- El desafío al que nos enfrentamos debe requerir, en tercer lugar, una cierta inversión de energía psíquica por nuestra parte. Los juegos competitivos parecen ser una clara muestra de ello, con la condición de que vencer al adversario no prime sobre la búsqueda de la perfección en el juego, pues los estudios muestran que, en tales casos, el disfrute tiende a desaparecer.
- La retroalimentación inmediata es la cuarta característica de la sensación del disfrute. Pese a existir actividades que ofrecen resultados a largo plazo –idóneas para personas con mucha paciencia–, una nítida y rápida retroalimentación es, por lo general, una de las claves para disfrutar.
- Una gran implicación por parte de uno, dejando a un lado otras preocupaciones y frustraciones de la vida cotidiana es el quinto elemento.
- Saber dominar y controlar la actividad: la meta debe ser tal que creamos tener posibilidades de lograrla, al poseer las habilidades necesarias.
- El séptimo indicativo de que estamos disfrutando es que desaparece la atención por nosotros mismos, por cuanto nos fundimos con la actividad que nos hace disfrutar.
- Así, por último, y como consecuencia de todo lo expuesto, se altera nuestro sentido de la duración del tiempo.
¿Cuándo disfrutamos realmente de la presencia de los demás?
Por encima de todos estos requisitos, para que una experiencia nos resulte manifiestamente gratificante debe darse una condición esencial, en cuya ausencia a lo más que podemos aspirar es al placer corpóreo, que, debido a su estructura biológica, nos resulta siempre insuficiente, incompleto, efímero y transitorio.
Esa condición indispensable para nutrirnos y hacernos sentir saciados es que la actividad en cuestión sea una aportación neta a nuestro proceso de transformación y cambio hacia algo más y mejor.
Recuerdo el caso de Mónica: se encontraba profundamente decepcionada consigo misma y desanimada respecto a su entorno.
Entre los muchos objetivos que identificamos para ir trabajando, y mejorar así la percepción de su propia vida, fue un entorno de buenos amigos que había conservado desde su adolescencia, entre los que había –según decía– “buena gente”. Sin embargo, hacía tiempo que sentía que no le aportaban nada. Los encuentros se limitaban a conversaciones banales y superficiales, comentarios llenos de vulgaridad y un humor tosco e insulso.
En este tipo de situaciones solo hay dos alternativas posibles: buscar las virtudes de esas personas y convertirlas en sus aportaciones a nuestras vidas y aprender de ellas; o, en caso contrario, sin necesidad de interrumpir totalmente las relaciones, tratar de complementarlas con otros círculos de personas que creamos más sugerentes e interesantes.
Y es que, para que se conviertan en una fuente de deleite y verdadero disfrute, precisamos dotar siempre de interés y significado las relaciones que establecemos con los demás.