Con la aparición, en el siglo XIX, de las primeras máquinas surgieron los primeros miedos a que la industrialización acabase con el ser humano. La inquietud era que esos engendros metálicos, como salidos del sueño futurista de Víctor Frankenstein, nos doblegasen, nos dominasen, nos sometiesen.

Hoy, en plena transformación digital, esos terrores se han transformado. Ya no pensamos que las máquinas nos van a esclavizar, sino que nos van a substituir en nuestras labores. Las máquinas serán más fuertes, más rápidas, más capaces, más inteligentes…

El valor de la emoción

Por primera vez en la historia de la humanidad nos sentimos empequeñecidos y acomplejados. ¿Qué hacer? Lo que muchos están haciendo: rebelarnos. No será la rebelión de las máquinas, como nos imaginábamos en la ciencia ficción de los años 50, será de los humanos y consistirá en desarrollar todo aquello que, precisamente, nos hace humanos.

La creatividad. La poesía. La pintura. El arte en general, que se puede definir como aquella actividad, sea la que sea, que nos sirve como vehículo de expresión, como conexión con nosotros mismos y los demás. Y hay más. Todo aquello que nos haga empatizar, es decir, ocuparnos y preocuparnos del ser humano, de su desarrollo y su bienestar.

Contra los robots, humanidad

Encontrarlo es el primer paso, desarrollarlo es el segundo. Esa es la rebelión. Bill Gates, por ejemplo, es un rebelde. El fundador de Microsoft ya advierte que los gobiernos deberán tomar medidas para que la sociedad siga funcionando, como que los robots paguen impuestos. En la Unión Europea ya se está pensando en cómo solucionar este aspecto fiscal.

Pero la gran mayoría de nosotros no somos legisladores. Somos ciudadanos de a pie. Personas. Y como tales tenemos que ver el problema como una oportunidad. Si las máquinas nos liberan de parte del trabajo, ¿qué hacer con ese tiempo liberado? Si en 2025 se eliminarán 75 millones de empleos, ¿cómo usar a nuestro favor ese nuevo espacio? De la única manera que sabemos. Siendo humanos, muy humanos.

Porque a la inteligencia artificial se le planta cara con inteligencia emocional. Con vivir, compartir y entender los sentimientos, los estados de ánimo. Con desarrollar la escucha activa y, de este modo, poder entender qué le pasa al otro de forma profunda. Con tener ideas alocadas. Fomentar la creatividad. La curiosidad y el asombro, que no en vano decía Aristóteles que está en la base de cualquier pensamiento filosófico.

Así, a la inteligencia artificial se le planta cara con inteligencia emocional.

  • Viviendo, compartiendo y entendiendo los sentimientos y los estados de ánimo.
  • Desarrollando la escucha activa y, de este modo, entendiendo qué le pasa al otro de forma profunda.
  • Teniendo ideas alocadas, imposibles e ilógicas, como todas aquellas que tienen un impacto real en la sociedad.

Ya nos estamos rebelando contra la IA

A pesar del pesimismo que se ha instalado en los discursos más oficiales, ya nos estamos dando cuenta de todo esto, ya nos estamos rebelando. ¿Cómo se explica, si no, que después de todo, el formato libro esté volviendo a crecer en ventas? ¿Cómo se entiende la aparición de escuelas de creatividad, de expresividad corporal, plástica, musical…? ¿O el creciente interés que hay en el mercado por las emociones, por enseñarlas a nuestros hijos y trabajarlas y practicarlas?

Se entiende desde ahí, desde la resistencia. Desde el desarrollo de lo humano. Desde la respuesta. No olvidemos que la raíz de trabajo es tripalium que significa “tres palos” y era como se conocía a un instrumento de tortura de tres estacas (palos) a las que se ataba al reo. De ahí viene trabajo. Tortura.

Y no es este lugar para desarrollar este tema, pero sí para, tal vez, considerar, que si las máquinas nos quitan algo de trabajo, en el fondo nos están ayudando. Des-torturando. Eso sí, nosotros tendremos que poner de nuestra parte. Y quién sabe, tal vez no sea esto una rebelión, ni una revolución… simplemente, un paso más en nuestra evolución como seres conscientes de este planeta.