Con la lectura, sencillamente, crecemos. En un sentido metafórico y real al mismo tiempo.
Como dijo Borges, el libro es el único instrumento inventado por el hombre que no es una extensión de su cuerpo: "El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de su voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones del brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es extensión de la memoria y de la imaginación".
Con el libro nos proyectamos más allá de nosotros mismos y accedemos a territorios ignotos o lejanos creados por personas que sentimos hermanadas a nosotros. Leer un libro, como tantas veces se ha dicho, es como viajar sin salir de casa. Y como en todo viaje, el que regresa no es exactamente igual al que se fue.
Los libros nos empujan a cambiar y a seguir buscando. Quizá por eso son tan importantes en la adolescencia, un tiempo en el que nuestros deseos crecen más rápido que nuestras posibilidades de comprensión y de acción.
A través de la lectura, el adolescente se precipita a continentes ignorados y se prepara para cambiar e ir más allá del niño que todavía lo ahorma y de las miradas protectoras que le devuelve la familia.
La lectura tiene, por eso, algo de iniciación en un secreto: las palabras que no pueden decir, las dudas que le avergüenzan, los deseos que le atormentan... se hacen reales cuando los escucha en boca ajena o las ve negro sobre blanco en libros que descubre por él mismo o que le llegan de manos amigas.
Es una iniciación más propia de otros tiempos, seguramente, y hoy puede parecer trasnochada porque los libros han perdido su posición de privilegio en nuestra sociedad, y más entre los jóvenes. Los videojuegos, internet, las redes sociales, la música, la televisión o el cine son medios que han sustituido al libro como opción de entretenimiento y cauce de maduración, y es inútil lamentarse, como tantas veces se hace.
Todo ayuda al joven a formarse y darse al mundo y todo tiene sus peligros; la lectura también: algunos libros, no lo olvidemos, han devastado almas y países. Pero hay una diferencia importante: la lectura nos vuelca hacia el interior, mientras que los demás medios nos exhiben o proyectan al exterior.
¿Qué distingue a la lectura? Un placer inteligente que nos ayuda a ver el mundo
La lectura nos predispone a la introspección y a la búsqueda para saber, mejorar, compartir, disfrutar… En suma, para madurar y crecer.
Evidentemente, leer no es el único camino para ello. Mucha gente apenas lee y no por eso es menos inteligente o feliz. Pero se privan de un placer único y suelen tener una vida menos "ancha", menos dilatada en experiencias y en posibilidades de fruición.
Como recuerdo haber leído alguna vez, puede aprenderse directamente de la vida, pero de esa manera es fácil que no se pase del prólogo de la existencia.
La lectura siempre revierte en ti y conforme pasan los años y se van apagando los fuegos fatuos de la juventud, es un refugio seguro donde ser dichoso. Un placer hedónico, como lo ha llamado Harold Bloom, que no necesita justificación.
No leemos para salvar el mundo, sino en todo caso para conocer mejor el mundo. No leemos para salvarnos, sino para conocernos y conocer a los demás. Y ese conocimiento nos fortalece y refuerza la personalidad. Es un acto gratuito, voluntario, soberano, uno de los pocos que podemos hacer sin sentirnos obligados de alguna manera y que aviva nuestra inteligencia.
Virginia Woolf decía que leer un buen libro era como operarse de cataratas: "Después de leer lo vemos con más intensidad; el mundo aparenta haberse despejado del velo que lo cubría y haber cobrado una vida más intensa".
Hoy ese velo es seguramente mayor que nunca, saturados como estamos de información. La realidad se ha hecho tan compleja, está tejida con tantos hilos, que no basta con tirar de uno de ellos. Todos necesitamos ayuda para orientarnos en ella.
Por eso, ninguna sabiduría puede pretender abarcar la total comprensión de lo que nos rodea. Lo pudo conseguir Goethe en su tiempo; hoy sería imposible. Pero toda sabiduría sigue encontrando en los libros el cauce sereno para llegar hasta nosotros.
Un cauce que es como nuestro ADN espiritual porque a él han ido a parar las grandes tradiciones orales del principio de los tiempos históricos y todo lo que ha manado de ellas: el poema de Gilgamesh, los Vedas, el Mahabharata, la Ilíada y la Odisea, los profetas, los filósofos, la Biblia, los cantares de gesta… Y, cómo no, el hombre moderno, que ya no se define por la colectividad, sino que echa la mirada a su interior para buscarse y revelarse a los demás: Montaigne, Shakespeare, Dostoievski y Tolstoi, Kafka, Proust...
Los ojos con que miramos el mundo son los suyos. Los de los desconocidos narradores que al calor del fuego contaban las hazañas del héroe Gilgamesh durante las noches estrelladas y los del niño Proust que esperaba ansioso el beso de su madre antes de dormir.
En la lectura seguimos buscando ejemplos de comportamiento y miradas que nos ayuden a entender quiénes somos.
Hoy puede que muchos de esos libros no se lean, pero llegan hasta nosotros por mil caminos. Como cuenta Jean-Claude Carrière (autor junto a Umberto Eco de Nadie acabará con los libros, editado por Lumen), Buda no escribió nada y el sermón de Benarés, con el que dio a conocer las "cuatro nobles verdades", apenas si ocupaba un folio: "El budismo, al principio, era una hojita. Y esa simple hojita, posteriormente, a partir de las transcripciones de Ananda, ha generado millones de libros".
Un libro para cada lector
Aunque no lo leamos directamente, si abrimos un libro de Schopenhauer o de Italo Calvino, un tratado empresarial de motivación laboral o un manual de autoayuda… accedemos a rastros de esa sabiduría que ha fecundado en autores que antes fueron lectores y que supieron convertir la lectura en inspiración y fuente de creación.
Porque leer, lejos de ser un acto pasivo, como tantos pueden creer, es un acto creativo que está al alcance de todos.
Al leer, interpretamos, relacionamos, valoramos, almacenamos, olvidamos… Cada lector modifica el libro, hasta hacerlo a veces irreconocible para otros, porque lo pone en relación con su experiencia y conocimientos.
Los pocos lectores que Kafka tuvo en vida valoraron el lado cómico de sus escritos; después del Holocausto y de las grandes guerras del siglo XX, de las mismas narraciones se hicieron lecturas más oscuras... Para unos, es un escritor existencialista, para muchos un poeta del absurdo y para algunos casi un místico judío que escribió parábolas para hallar a un dios que se esconde detrás de la Creación.
Leer es una labor que no cesa, una re-creación permanente. Y de la misma manera que no hay una lectura única, tampoco hay un lector unidimensional, limitado o concernido por un solo tipo de lecturas.
Cuando alguien me pregunta: ¿tú qué libros recomendarías?, mi prudencia me dice que la mejor respuesta es la de Virginia Woolf: no hay consejos que valgan. El lector acabará encontrando sus libros.
Pero también tengo claro que la lectura mueve a la acción, y por eso nunca olvido lo que dijo John Steinbeck: "Es casi imposible leer algo bello sin sentir deseos de hacer algo bello".
Leer es el acto de encontrar la vida, con todas sus contradicciones pero también con sus grandes lecciones, en los libros. Esas palabras del escritor André Maurois son una invitación a sumergirse en la vida y la lectura.
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