El talante ideal en las ciudades es el de una serena inquietud: estar abiertos a los estímulos positivos y, al mismo tiempo, ser capaces de aislarnos del estrés y la sensación de vacío que causa la agitación urbana. Técnicas como la atención plena, las micromeditaciones o la pausa consciente nos pueden ayudar a encontrarla.
En busca de la serenidad urbana
La congestión del tráfico. La sonata machacona de las máquinas perforadoras. El ruido que no cesa, el aire irrespirable. La presión constante, la falta de tiempo. El bullicio nocturno, el resplandor que nos impide ver la estrellas. Y el rugido de fondo que nos despierta antes de tiempo cada mañana. El monstruo de la gran ciudad...
Pero siempre hay rincones que nos reconcilian con la vida. Un pequeño oasis en mitad del asfalto o el rumor de una fuente camino del trabajo. La fronda generosa de un árbol o el canto de los pájaros. El viento de cara cuando sacamos la bicicleta y escapamos de la trampa diaria del coche.
Todas las ciudades tienen dos caras, y nadie nos obliga a movernos exclusivamente por una de ellas. Al fin y al cabo nos hacemos urbanitas por conveniencia, porque resulta más estimulante y eficiente, porque somos seres sociales unidos por un propósito colectivo. Aunque los hay que se pasan media vida soñando con vivir en el campo, y hasta se atreven a buscar la utopía en la naturaleza. Pero muchos luego vuelven.
Cómo alejar el estrés en la ciudad
Jonathan Kaplan, el psicólogo, es uno de ellos. Se pasó media vida alternando los dos mundos: temporadas en grandes ciudades, compensadas con largas estancias en el Ohio rural. “Llevaba una vida equilibrada y libre de estrés, pero me faltaba la vibración de la gran ciudad. Terminé cambiando la serenidad del campo por la sobreexcitación de Nueva York.”
El estrés empezó a pasarle factura en cuestión de semanas. “Mi salud se acabó resintiendo por la presión mental, por la comida rápida y por la falta de ejercicio. Acabé abandonando mi práctica diaria de meditación. Era incapaz de encontrar el espacio emocional, mental y físico en la estrechez de mi apartamento.”
Jonathan Kaplan empezó a experimentar los mismos síntomas que los pacientes: “Me hablaban de la sensación de soledad insondable, pese a estar rodeados de gente día y noche. Me decían lo quemados que estaban por el ritmo de vida, las tareas múltiples y la hipercompetitividad en el trabajo. Me confesaban la ansiedad que les producía tener que estar conectados y disponibles las 24 horas del día”.
Serena inquietud
Me atrevería a decir que es el estado ideal en una ciudad es el de serena inquietud: allá donde la calma interior se da la mano con la sucesión de estímulos, ideas y promesas de una vida mejor, a cielo abierto o entre cuatro paredes, camino del trabajo o sin salir de casa, volando en bicicleta, meditando en el metro o descubriendo a nuestro paso nuevos y fascinantes detalles en cada esquina. Se hace ciudad al andar...