Resignificar la realidad
Sergio Huguet. Psicólogo y director de formación del Instituto de Terapia Gestalt de Valencia.
Desde la terapia Gestalt, una de las cuestiones que priorizamos a la hora de abordar las problemáticas relacionadas con la alimentación, como es el caso de la anorexia, es conseguir que el paciente aprenda a manejar adecuadamente la significación o interpretación que realiza de su experiencia.
Es decir, que el paciente aprenda a reconocer sus sensaciones, emociones, sentimientos y afectos de tal forma que no con-funda (“fundir con”) el sufrimiento psicológico con los problemas fisiológicos.
Lo explicaré de una manera más cercana. Todos hemos pasado por situaciones vitales en las que hemos experimentado un cierto sufrimiento psicológico (la ansiedad ante un examen importante, por ejemplo) y le hemos dado una solución fisiológica (ir a la nevera y comernos una pieza de chocolate) en lugar de una solución psicológica (tratar de relajarnos).
Pues bien, las personas que padecen anorexia sufren un alto nivel de sufrimiento psicológico, derivado de la dinámica conflictiva que experimentan, que no abordan en ese nivel de realidad psicológica sino que lo hacen desde el terreno fisiológico, la alimentación.
Así, los factores psicoafectivos involucrados en la problemática –la angustia ante la entrada en la edad adulta y la independencia que supone respecto de sus padres, la preocupación obsesiva y distorsionada de su imagen, sus altos niveles de perfeccionismo y exigencia, la marcada rigidez y obstinación de carácter...– a medida que la joven se vuelve más delgada y débil por la falta de ingesta, tienden a quedar ocultos en el fondo, en un segundo plano. Y los graves efectos que su conducta tiene para su salud constituyen la figura visible de su problema.
Así, la joven y la familia (y en ocasiones los profesionales) suelen entrar en una dinámica un tanto obsesiva en el que todo gira en torno al problema de la alimentación.
La terapia Gestalt ayuda al paciente y a la familia a re-significar la experiencia conflictiva por la que atraviesan, de forma que no queden confundidos los problemas del nivel psicológico (el sufrimiento), con los del fisiológico (la ausencia de apetito).
Reconciliar realidad y creencias
María José Muñoz. Psicoanalista y codirectora del centro de formación Aula de Psicoanálisis.
Tras la anorexia se esconde una denuncia generalizada de las contradicciones existentes en el mundo que la envuelve.
- De la sociedad, se critica su voracidad consumista.
- De los padres, su incoherencia de atender solo a sus propias necesidades o a la idea que tienen de lo que es un hijo.
- De la escuela, su pretensión de formar personas sabias y críticas cuando solo son centros disciplinarios.
La lista de fallos de la paciente anoréxica podría ser muy larga. Una lista que esconde su queja: nadie tiene en cuenta su subjetividad, lo que siente. Y la defensa de esa subjetividad rechazada es la finalidad de las pacientes anoréxicas.
El ejemplo más claro de esto es el absoluto convencimiento de que el cuerpo que ellas ven gordo en el espejo es el que tienen, aunque nadie más lo vea así.
Atrincherada como está en ese campo casi infalible del comer-no comer, del gorda-delgada, donde ella controla, desde el psicoanálisis tratamos de que la paciente amplíe su temario.
Aprovechando su racionalismo exacerbado, se le sugerirá que las contradicciones que ella ve no son tales sino que son el resultado de su visión simple y reducida: “o blanco o negro o llueve o hace sol”... Son cosas contrarias pero no necesariamente contradictorias, ya que pueden darse a la vez. ¿No es precisamente eso lo que hace cuando come y está pensando en vomitar?
Ella misma tiene deseos contrarios, entonces, ¿quién no respeta sus sentimientos? Es su propia forma de juzgar y juzgarse la que no los respeta. Ir horadando ese pensamiento tan restrictivo permitirá deshacer la confusión entre subjetividad y singularidad.
El psicoanálisis trataría, más bien, de flexibilizar la relación entre lo de adentro y lo de afuera para que cada uno se sienta incluido sin, por ello, perder su personalidad. Ser singular es insertar algo nuevo, diferente –un estilo de vida o una forma peculiar de ver las cosas–, y no llevar la contraria por sistema.
Expresarse a través del cuerpo
Javier Muro. Terapeuta gestáltico especializado en trabajo corporal y movimiento.
La terapia corporal contempla la anorexia como un problema cuya base está en lo que podríamos llamar “la cultura de la delgadez” en que se encuentra inmersa la sociedad occidental y que se está convirtiendo en un problema médico.
Este culto a la delgadez llevada al extremo hace que la persona acabe distorsionando la percepción de su propia imagen ante el espejo. Para que esto ocurra, previamente se ha perdido el contacto con toda una serie de percepciones y sensaciones internas, tanto a nivel físico como emocional.
Es en su recuperación en lo que puede ayudar el trabajo terapéutico desde el cuerpo.
A menudo, las personas enfermas de anorexia usan el ejercicio físico excesivamente como una forma de adelgazamiento. Este gusto por la actividad física, debidamente canalizado, puede convertirse en un factor que juegue a su favor.
Una de las propuestas más interesantes del trabajo corporal, como acompañamiento de un tratamiento de la anorexia, es el movimiento expresivo. Este tipo de movimiento es de graduación suave, permitiendo la conciencia y sensibilización de la totalidad del cuerpo, así como el desbloqueo de aspectos emocionales reprimidos, principalmente el rechazo a uno mismo.
Con el trabajo, la persona reconstruye una percepción más sana y realista de la propia imagen corporal, no solo la externa, la que ve en el espejo, sino la interna, que se construye a partir de sensaciones y emociones, y que es la base de la autoestima.
En estos grupos de movimiento, la persona anoréxica pasa, paulatinamente, del querer ser “físicamente perfecto y controlado” al gusto por desarrollar un cuerpo expresivo que transmite y manifesta emociones. Consiguen desarrollar el gusto por la plasticidad del cuerpo frente a la exigencia de perfección y el excesivo autocontrol, que paulatinamente irá desapareciendo.