Cada vez más expertos rehuyen hablar de enfermedad mental para referirse a lo que sufren las personas que oyen voces. Prefieren hablar de sufrimiento psíquico.
Este cambio de enfoque se refleja también en toda una nueva manera de abordar este trastorno, menos basada en el uso de medicación y más en la ayuda mutua y el empoderamiento de la persona que oye voces.
De ello nos habla en este artículo la doctora en Psicología Rebeca García Nieto, que sostiene que otra forma de entender y afrontar las voces es posible.
Los grupos de "escuchadores de voces" surgidos a partir de este nuevo enfoque de la psiquiatría son un ejemplo. Compartiendo sus experiencias con otras personas que se ven en la misma situación, las personas que oyen voces encuentran una manera de reducir su angustia.
Las voces y las hazañas: una asociación frecuente
Por Rebeca García Nieto, doctora en Psicología
El premio Nobel de Economía John Forbes Nash creía que las voces que oía dentro de su cabeza eran mensajes secretos que le enviaban los extraterrestres. Estaba convencido de ser el elegido para salvar a la humanidad, de ser Job o el emperador de la Antártida, pero también era capaz de resolver problemas matemáticos que se creían irresolubles.
Cuando un profesor de Harvard le preguntó cómo era posible que una persona racional como él pudiera creer que los extraterrestres le estuvieran enviando señales, Nash contestó que esas ideas le llegaban por la misma vía que las ideas matemáticas que le valieron el Nobel, por eso las tomaba en serio.
Su caso, mundialmente conocido por la película Una mente maravillosa, es con frecuencia fuente de debate: para unos, los que defienden que oír voces es síntoma de una enfermedad mental, Nash es ejemplo de cómo el tratamiento farmacológico contribuye a reducir los síntomas; para otros, los que defienden la desmedicalización de las voces, es ejemplo de cómo es posible “curarse” sin medicación.
Buena parte de esta controversia se debe a la propia película. En ella se dice que Nash había mejorado gracias a los llamados antipsicóticos de segunda generación, cuando lo cierto es que había dejado de tomar la medicación en 1970. No obstante, tampoco es exacto hablar de “curación” en el caso de Nash. Él mismo no se consideraba recuperado, ya que no era capaz de trabajar en problemas matemáticos. Además, aunque remitieron en intensidad y frecuencia con el envejecimiento, la realidad es que las voces nunca desaparecieron.
La controversia en torno a las voces se remonta a los inicios de la psiquiatría. Como cuenta Enric Novella en El discurso psicopatológico de la modernidad, buena parte de los alienistas, como Baillarger, consideraban que las alucinaciones eran patológicas; en cambio, otros, como Brierre de Boismont, no creían que todas lo fuesen necesariamente (pensaba, sobre todo, en santos como Juana de Arco o San Ignacio de Loyola). Brierre también luchó contra la idea de que “las opiniones más sublimes, las empresas más grandes (…) han sido preconizadas o realizadas por locos”.
Esta idea, que mezcla genialidad y locura, ha llegado hasta nuestros días. De hecho, es un elemento habitual en el debate sobre las voces.
Una persona puede ser brillante en su campo —un genio, si se quiere— y también puede oír voces (el caso de Nash es un buen ejemplo). No obstante, en mi opinión, sus logros intelectuales no se deben a las voces y los delirios de los que suelen ir acompañadas, sino que, por lo general, ha podido alcanzarlos a pesar de ellos.
De la enfermedad mental al sufrimiento psíquico
El debate, por tanto, no es nuevo, la diferencia es que ahora tiene también lugar fuera del entorno médico y académico.
Actualmente, para el modelo médico predominante en psiquiatría, oír voces es síntoma de una enfermedad mental grave, como la esquizofrenia o el trastorno bipolar, debida a una anomalía en el funcionamiento del cerebro, que requiere de un tratamiento farmacológico.
Este modelo está cada vez más en tela de juicio y son muchos los profesionales que empiezan a hablar de “sufrimiento psíquico” en lugar de “enfermedad mental”. Desde esta perspectiva, oír voces es una forma de sufrimiento psíquico, tal vez no la más común, pero una forma de sufrimiento humano al fin y al cabo.
Empoderar al sujeto: cómo manejar las voces
Además del estigma asociado a las enfermedades mentales, el modelo médico coloca al sujeto en una posición pasiva. Al paciente se le recomienda que lleve una vida tranquila y, sobre todo, que se tome la medicación. Con las nuevas formas de entender estas experiencias, el sujeto tiene un papel más activo a la hora de manejar las voces que oye. Se trata de que las comprenda, que les dé un sentido, que pueda ejercer un mayor control sobre ellas.
Con los años, Nash comenzó a cuestionar las voces y empezó a rechazar los pensamientos delirantes. Más que de curación, habría que hablar de un mayor control sobre las voces y delirios. Este, me parece, es un objetivo realista al que se debe aspirar. Se trata de reducir la angustia que producen, de que hagan sufrir menos.
Escuchando voces en común: una forma eficaz de reducir la angustia
Otro aspecto que está cambiando (para bien) en nuestra forma de entender estas experiencias son los grupos de escuchadores de voces. Por miedo a ser tachados de locos y acabar en la consulta de un psiquiatra, estas experiencias solían vivirse en soledad (pese a la angustia que suele acompañarlas, especialmente cuando las voces se empiezan a oír). Gracias al Movimiento de Escuchadores de Voces, surgido en los años 80, muchas personas se reúnen para hablar de sus voces.
Los aspectos positivos de estos grupos son muchos: ayudan a paliar el aislamiento de estas personas; contribuyen a normalizar sus vivencias; generan redes de apoyo.
No obstante, me parece necesario matizar algunos de los principios en los que se basan.
Para buena parte de estos grupos, “la escucha de voces es una normal, aunque inusual, y personal variación de la experiencia humana”. Tienen razón cuando dicen que estas experiencias no son tan infrecuentes como solemos pensar y que muchas personas “normales” han tenido una de estas experiencias en algún momento de su vida (algunos estudios científicos, como el de Johns y cols Auditory verbal hallucinations in persons with and without a need for care en Schizophrenia Bulletin, así lo avalan).
Pero, al margen de la dicotomía normalidad/anormalidad y de la mayor o menor frecuencia de estas experiencias en la población, este planteamiento pasa por alto algo importante: en muchas ocasiones las voces generan mucha angustia, especialmente al principio. En mi opinión, la cuestión no es si es más o menos “normal” oír voces, sino qué se puede hacer para que las personas que las oyen sufran menos y puedan convivir con ellas lo mejor posible.
¿Es imprescindible la medicación?
Y aquí llegamos al otro gran punto del debate. A los familiares de los participantes de estos grupos les suele preocupar que su hijo, su esposa… abandone el tratamiento. Al fin y al cabo, si oír voces es una experiencia normal, ¿por qué tendrían que tomar una medicación que viven como una imposición? Cada vez más profesionales de la salud mental creen que es necesario cambiar la forma en que se medica, y con esto no me refiero a los tipos o las dosis de los fármacos, sino a la forma en que se prescribe.
No se trata de imponer la medicación, sino de informar a la persona que va a tomarla sobre sus beneficios, sus efectos secundarios y cuáles son las opciones disponibles, incluyendo tratamientos psicológicos, para que esa persona pueda tomar decisiones con la ayuda del profesional.
El mensaje que se transmite en estos grupos es muy importante. Al fin y al cabo, recibimos mejor los consejos de quien ha pasado por lo mismo que nosotros. En este sentido, recientemente se ha publicado en nuestro país una novela gráfica que me parece muy valiosa.
En Desmesura, Fernando Balius habla de las voces, de la angustia (“Eso que llaman episodio o brote psicótico siempre es aterrador”), de lo que puede considerarse “normal” y lo que no:
“Antes de cumplir los veinte comencé a tener serios problemas para distinguir entre lo que pensaba sobre la realidad y lo que la realidad era. Esa es una experiencia que casi todas las personas han tenido en uno u otro momento de sus vidas, pero el problema viene cuando las fronteras se diluyen definitivamente y tu mundo se derrama en todas direcciones”.
Pero, sobre todo, habla de lo que le ha resultado útil: cuándo le ha ayudado la medicación y cuándo no, qué tratamientos psicológicos le han funcionado, qué se puede hacer para tener un mayor control sobre las voces…
Sin duda, falta mucho por hacer, pero es innegable que las cosas están cambiando. Quienes oyen voces hablan abiertamente de sus experiencias y cada vez son más los profesionales de la salud mental que abogan por una relación con los pacientes basada en la información no sesgada, la colaboración y la ayuda entre personas. Otra forma de entender y afrontar las voces es posible.
Así lo viven las personas que escuchan voces
- Especialmente al principio, cuando aparecen las voces, se suele vivir con mucha angustia.
- Cada persona debe encontrar qué formas de afrontar las voces le son útiles, ya sea hablar sobre ellas en los grupos de escuchadores de voces, la terapia y/o la medicación antipsicótica.
- Algunas personas consideran que sus voces les son útiles, les dan ánimo y consuelo; para otras, las voces son insultantes y pueden llegar a ser muy hirientes, causándoles un enorme malestar y gran sufrimiento psíquico.
- Consejos como "ignóralas, no son reales, son producto de tu imaginación”… suelen resultar contraproducentes. Para aumentar el control sobre ellas es importante comprenderlas, darles sentido.
- Las voces dicen algo importante del sujeto que las oye, sobre su biografía, contienen un saber que a menudo es ignorado. La escucha debería ser una parte esencial del tratamiento.
- Tras un hecho traumático, algunas personas empiezan a oír voces, pero no siempre tiene que ir relacionado.