¿Hasta dónde puede llegar el control de la mente sobre el cuerpo? Es una polémica que no termina y que discurre entre lo evidente y lo increíble.

La decisión sobre los alimentos que ingerimos, por ejemplo, concierne a la mente consciente y repercute en la salud, pero a veces comemos siguiendo impulsos irrefrenables que dan al traste con los propósitos más racionales.

Cuando se habla del efecto de la mente se suele hacer referencia a procesos inconscientes o profundos, misteriosos, no bien conocidos. Sin embargo, cada día se sabe más acerca de cuáles son las actitudes o los hábitos mentales que ayudan a prevenir las enfermedades o a curarlas.

Incluso existe una nueva especialización científica, la psiconeuroinmunología, que investiga los vínculos entre la psique y los sistemas nervioso e inmunitario en relación con la aparición de las enfermedades.

Esta ciencia demuestra que podemos hacer algunas cosas para que la mente participe en el cuidado cotidiano de la salud. Te mostramos 7 factores que influyen en la capacidad autocurativa del organismo.

1. Las emociones y las hormonas

La relación entre las emociones y la salud era conocida por los sanadores tradicionales hace miles de años.

Los tratamientos chamánicos o los que se realizaban en los templos de Asclepio, en la Grecia clásica, por ejemplo, estaban diseñados para producir una profunda impresión en el ánimo del paciente con el fin de que se produjera un cambio en el curso de su enfermedad.

La medicina tradicional china, el ayurveda de la India o la moderna homeopatía también han tenido siempre en cuenta las emociones implicadas, como un síntoma más y un aspecto de la terapia.

Por otra parte, todos tenemos la intuición de que cuando no nos encontramos bien anímicamente es más probable que caigamos enfermos.

La relación entre emociones y salud está demostrada científicamente, aunque este conocimiento aún no se ha trasladado a las consultas de los médicos convencionales.

Los expertos en psiconeuroinmunología han comprobado que las emociones influyen sobre el funcionamiento de la hipófisis, la glándula que regula la producción de hormonas.

Han observado, por ejemplo, que las emociones negativas aumentan los niveles en la sangre de las hormonas del estrés que deprimen el sistema inmunitario.

Se sabe incluso que cada sentimiento (tristeza, alegría, enfado o temor) provoca una respuesta química característica en el cerebro.

Antonio Damasio, de la Universidad de Iowa (Estados Unidos), ha demostrado a través de escáneres que la tristeza estimula la ínsula y el tronco cerebrales y desactiva el cíngulo posterior, mientras que la felicidad activa el cíngulo posterior y una zona diferente de la ínsula.

A través del cerebro las emociones desencadenan una serie de reacciones en el cuerpo y con ello favorecen el desarrollo de determinadas enfermedades.

La Red de Investigación MacArthur sobre las Interacciones Mente-Cuerpo, que participa en el Programa Integrativo Neuroinmunitario, organizado por el Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos (organismo equivalente a nuestro Ministerio de Sanidad) se ha planteado como objetivo principal avanzar en el conocimiento de las relaciones mente-cuerpo en la esclerosis múltiple, la enfermedad de Alzheimer o los trastornos nerviosos degenerativos.

Otros objetivos de esta organización científica son comprender mejor las relaciones entre la depresión y las enfermedades inmunitarias, así como los efectos del estrés y las creencias sobre la artritis, las alergias y las infecciones.

Las conexiones entre los factores emocionales y la vulnerabilidad a las enfermedades han salido a relucir en la investigación sobre la evolución de las personas infectadas con el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH).

El estado de ánimo depresivo, la ausencia de esperanzas o el sentirse desamparado provocan un declive rápido de células inmunitarias T helper.

En cambio, las personas que permanecen más tiempo sin síntomas de la enfermedad pese a estar infectadas, y las que sobreviven más tiempo una vez ha comenzado el síndrome, no se dejan dominar por las emociones negativas y no se apenan tanto.

2. La personalidad

Si las emociones influyen sobre la salud y la enfermedad es lógico pensar que el tipo de personalidad pueda resultar determinante.

Ya en la década de 1960 Friedman y Rosenman relacionaron la personalidad insegura, activa, perfeccionista, impaciente, competitiva, controladora y agresiva (la llamada personalidad "tipo A") con un mayor riesgo de sufrir problemas cardiacos, como angina de pecho o infarto de miocardio.

En cambio, no se ha confirmado que una personalidad determinada predisponga al cáncer, aunque la hipótesis se remonta a los orígenes de la psiconeuroinmunología, a mediados del siglo pasado. El cáncer se ha asociado a menudo con la personalidad "tipo C", caracterizada por la resignación, la sumisión y la renuncia a la expresión y satisfacción de las propias necesidades en favor de los demás.

Sin embargo, aunque existen estudios científicos para todos los gustos, la mayoría de oncólogos consideran actualmente que la personalidad no es un factor de riesgo en el cáncer, pero puede influir sobre la supervivencia a la enfermedad una vez se ha contraído.

Al margen del tipo de personalidad, el estrés, que perjudica el funcionamiento del sistema inmunitario, se considera un factor de riesgo de primera magnitud que favorece el desarrollo de cualquier enfermedad, incluidos los tumores.

Según el psicólogo Lary leShan, muchos casos de cáncer están relacionados con el sentimiento de haber perdido algo o alguien muy querido.

3. El estrés

Según Carmen Guaza, investigadora en el Instituto Cajal, dependiente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, cualquier suceso vital estresante, como la pérdida de un ser querido, una separación matrimonial, el periodo de exámenes, la presión laboral, la fatiga física o los problemas de salud mental, como la ansiedad o la depresión, altera la eficacia del sistema inmunitario y favorece el desarrollo de infecciones y otras enfermedades.

La piel es un órgano bastante sensible a las alteraciones emocionales. La doctora Amparo Marquina, jefa de Dermatología del Hospital Universitario Doctor Peset, de Valencia, explica que la dermatitis seborreica, la psoriasis, la alopecia e incluso algunas dolencias de origen autoinmune como el lupus eritematoso sistémico pueden agudizarse en función del nivel de estrés nervioso.

Por ejemplo, la alopecia areata, que provoca la aparición de círculos sin cabello, la sufren algunos niños y adolescentes durante el curso académico y les desaparece durante las vacaciones.

Trastornos digestivos como la diarrea, el dolor de estómago, la flatulencia o el síndrome del colon irritable pueden tener también orígenes nerviosos.

Las molestias de las úlceras gástricas, aunque las sufren personas infectadas con la bacteria Helycobacter pylori, se agudizan cuando hay estrés emocional.

Las subidas de tensión arterial, los ataques de asma o incluso las lesiones del aparato locomotor son otros trastornos condicionados por las emociones.

4. Una mentalidad positiva

De la misma manera que las emociones negativas pueden provocar un desequilibrio en el organismo que conduzca a la enfermedad, las positivas favorecen la curación.

Esther Sternberg, directora del Programa Integrativo Neuroinmunitario, ha escrito un libro sobre el equilibrio interior (The Balance Within. The Science CORBIS Connecting Health and Emotions), en el que afirma que las personas que gozan de bienestar emocional tienen menos probabilidades de ponerse enfermas.

Incluso aquellos aspectos que se han considerado muy separados de la salud, como la creatividad, la ética, la religión o la política, pueden ejercer una acción decisiva a través de su influencia sobre las emociones.

Que determinados pensamientos y emociones puedan favorecer las enfermedades no debería hacernos creer que como en teoría están bajo nuestro control somos en realidad culpables de las enfermedades que sufrimos.

El estrés y la soledad enferman

LECTURA RECOMENDADA

El estrés y la soledad enferman

No es cierto. Son también muy importantes la constitución genética, las condiciones del entorno e incluso el azar. Nuestro organismo es muy complejo y no obedece sólo a la voluntad de la mente consciente.

La omnipotencia es más bien un espejismo del ego. Quizá parte del secreto de la salud sea desensimismarse, dejar que fluya la comunicación entre consciente e inconsciente, entre nosotros y los demás, y entre lo personal y lo universal.

La alegría de compartir, el amor y la esperanza son auténticas medicinas preventivas que no se venden en las farmacias.

El optimismo puede parecer una actitud ingenua ante un pesimismo que se cree más realista, pero si lo que queremos es conservar nuestro bienestar, la confianza indica el camino idóneo.

5. Las relaciones sociales

Según el neurobiólogo Michael Meaney, los abusos infantiles, las peleas familiares, la inseguridad, la pobreza o las carencias afectivas en la infancia se corresponden con problemas de salud posteriores, desde depresión a drogadicción pasando por diabetes o enfermedades coronarias.

Meaney afirma que las características del entorno en los primeros años de vida condicionan el desarrollo de las estructuras neuronales que determinan las respuestas orgánicas, cognitivas, conductuales y emocionales ante las situaciones de estrés.

Pero no todo queda decidido en la infancia. El estilo de vida que deciden llevar los adultos también influye sobre su resistencia a las enfermedades.

La soledad, la carencia de relaciones sociales, es un factor de riesgo comparable al fumar, la presión arterial alta, la obesidad o el realizar poco ejercicio, según John Cacioppo, de la Universidad de Chicago.

"Los contactos sociales -afirma este especialista- son fundamentales para la biología humana. Tenemos la necesidad fundamental de pertenecer a un grupo y apoyarnos en él, y esa necesidad dirige nuestros pensamientos, sentimientos y comportamientos".

Las personas aisladas aunque sean más libres viven con menos ánimo, tienden a sentir lo que ocurre en el entorno como una amenaza y su salud se resiente.

Los estudios pioneros de David Spiegel, de la Universidad de Stanford, muestran que las relaciones sociales positivas ayudan a superar las situaciones de estrés y favorecen el funcionamiento del sistema inmunitario, tal como demuestra la mayor supervivencia de las pacientes de cáncer de mama que asisten a grupos de apoyo.

La necesidad de relaciones no es importante sólo para prevenir las enfermedades graves. Las investigaciones de Ronald Glaser y Janiece Kiecolt demostraron que los estudiantes solitarios sufrían más resfriados.

6. El efecto placebo

Cada día hay más investigadores convencidos de que no se puede intentar curar a una persona sin conocer sus creencias, sus expectativas o la imagen que se forma de sí misma.

Teniendo en cuenta estos factores se podría diseñar una terapia que utilizara las actitudes y las emociones para revertir los efectos del estrés.

Sin embargo, tal como se practica la medicina actualmente se desperdicia el potencial autocurativo del paciente. La prueba es que se infravalora el llamado efecto placebo, es decir, el que produce una sustancia inocua como el agua o el azúcar cuando el enfermo lo toma creyendo que es un medicamento eficaz.

Howard Brody, investigador del efecto placebo en la Universidad del Estado de Michigan (Estados Unidos), afirma que el cuerpo es capaz de fabricar potentes analgésicos, antiinflamatorios, "remedios" que bajan o suben la tensión o que incluso hacen desaparecer los tumores.

Es decir, todos estamos dotados de una eficaz farmacopea interior sin efectos secundarios. Sólo es necesario saber cómo ponerla en marcha.

Seguir un tratamiento médico es una manera de hacerlo, pero también lo son determinadas prácticas religiosas, las diferentes formas de meditación o la hipnosis, según los expertos del Centro Nacional para la Medicina Alternativa y Complementaria (NCCAM) de Estados Unidos.

Existe una abundante literatura científica sobre el poder de las conexiones entre mente y cuerpo, pero el caso más espectacular es el del señor Wright, sucedido en 1957. Sufría un linfosarcoma, con masas tumorales del tamaño de naranjas en el cuello, las axilas, la ingle y el abdomen.

La impresión de su médico era que le quedaban unas dos semanas de vida cuando pudo ser incluido en un grupo de investigación sobre un nuevo medicamento, el Krebiozen, que se convirtió en su última esperanza. Recibió la medicación y a los cuatro días los tumores habían reducido su tamaño a la mitad.

A los diez días se le dio el alta y se fue a casa. Después de dos meses Wright leyó en los periódicos que los estudios sobre el Krebiozen habían resultado negativos. Inmediatamente sufrió una recaída y volvió al hospital en el mismo estado que antes del tratamiento.

Su médico le propuso que tomase de nuevo el medicamento. Le explicó que lo publicado en los periódicos se refería a un lote utilizado después de su caducidad, pero que él contaba con uno en buen estado y con una fórmula reforzada. Le inyectó agua y la recuperación fue aún más espectacular que la primera vez: las masas tumorales se disolvieron.

El señor Wright falleció pocos días después de leer de nuevo en los periódicos que las pruebas finales sobre la eficacia del Krebiozen habían resultado negativas.

El caso del señor Wright sugiere por lo menos dos cosas: que no debemos confiar únicamente en lo que dicen las noticias y que la esperanza en los resultados del tratamiento puede ser más decisiva que el remedio en sí.

Algunos autores afirman que al tomar un placebo se produce una respuesta de relajación que permite al cuerpo recuperarse. Otros proponen que el "cuerpomente" inicia el proceso de autocuración cuando tiene lugar el "ritual médico".

En cualquier caso, la enseñanza del placebo es que el tratamiento debería estar enfocado a estimular la capacidad autocurativa del cuerpo. Es justamente lo que hacen las medicinas naturales, desde la fitoterapia a la homeopatía pasando por la osteopatía, la acupuntura y el naturismo clásico.

7. La actitud ante la enfermedad

Una terapia eficaz se basa tanto en su acción directa como en su capacidad de estimular la respuesta de autocuración del organismo. La experiencia clínica indica cuáles son las condiciones esenciales que debe cumplir.

  • Aceptación. El popular médico naturista norteamericano Andrew Weil afirma que la característica mental más común que ha observado en las personas que han sufrido enfermedades crónicas y se han curado es la aceptación positiva de las circunstancias de la propia vida, incluida la enfermedad. La aceptación hace que la persona ya no se sienta obligada a mantener una actitud defensiva que le agota.
  • Relajación. Las técnicas de relajación permiten que la energía se concentre en los mecanismos de autocuración, en lugar de dispersarse en forma de tensión muscular y nerviosa. El control de la respiración resulta fundamental en este sentido.
  • Relación con el médico. Las expectativas del enfermo están condicionadas por su relación con el profesional. Debe encontrar uno en quien confiar. Además, en la consulta, al hablar y escuchar, se producen transferencias psicológicas que son terapéuticas en sí mismas.
  • Tener esperanza. Para estimularla resulta eficaz buscar la compañía de alguien que haya pasado por lo mismo y se haya curado. Por otra parte, el convencimiento que tiene el médico de la eficacia del tratamiento es casi tan importante como la fe del enfermo.
  • Recurrir a los símbolos. No es posible activar los mecanismos autosanadores a voluntad, porque la mente que razona no está directamente conectada con el sistema nervioso autónomo, ni con otros mecanismos controladores del sistema inmunitario. Los símbolos funcionan como estímulos sobre los estratos más profundos de la psique. Aunque todos los tratamientos cumplen la condición de presentar un "símbolo" en forma de pastilla, bata blanca, inyección o agujas de acupuntura, pueden buscarse otras personas, lugares, cosas o acciones que funcionen como refuerzo (imágenes religiosas, objetos con un determinado significado personal... ).

Terapias y técnicas que potencian las actitudes curativas

A través de la relajación, la respiración y sobre todo del cultivo de determinados estados de ánimo, disciplinas como el yoga o el taichi, las visualizaciones o la oración movilizan las capacidades autocurativas del organismo.

  • Yoga y taichi. Los movimientos suaves, pensados para estimular el flujo de la energía vital, la respiración acompasada y especialmente la conciencia serena pero atenta a lo que sucede en el cuerpo y a su alrededor, consiguen que el organismo se acerque a su máximo rendimiento en términos de salud. Un estudio reciente, realizado en la Universidad de California en Los Ángeles (Estados Unidos) ha demostrado que el taichi potencia el sistema inmunitario de manera tan eficaz como una vacuna.
  • Visualizaciones positivas. El inconsciente utiliza imágenes para comunicarse con la conciencia a través de los sueños, pero también pueden ser utilizadas en sentido inverso: desde la consciencia hacia los estratos más profundos de la mente que gobiernan los procesos fisiológicos involuntarios relacionados con la curación. La terapia de visualización, que requiere un estado de relajación profunda, se utiliza contra el cáncer, los virus del sida y de la gripe, las adicciones, la fatiga crónica o la bulimia.
  • Meditación. Adquirir el hábito de meditar durante unos minutos, dos veces al día, permite que el cerebro se desconecte del incesante diálogo interior, lo que ayuda a que las zonas que dirigen los procesos fisiológicos autocurativos funcionen con menos obstáculos.
  • Oración. Se le atribuyen los mismos efectos que a la meditación (palabra que por cierto debería traducirse como "contemplación", pues no implica reflexión alguna), pero tiene peculiaridades que pueden potenciar su efecto. La oración en un marco religioso, no importa cuál, refuerza el sentimiento de pertenencia a una comunidad y la convicción de que la existencia tiene un sentido dentro de un orden superior. Estas creencias tienen un efecto positivo sobre la inmunidad, que explicaría por qué entre monjes hay menos incidencia de algunas enfermedades.

Lecturas sobre la capacidad autocurativa del cuerpo

  • La solución está en ti; Thierry Janssen. Ed. Martínez Roca
  • La curación espontánea; Andrew Weil. Ed. Urano
  • Terapia meditativa; M. L. y J. Emmons. Ed. Descleé de Brouwer