La musicoterapia presenta muchas evidencias científicas respaldadas por multitud de aplicaciones y casos clínicos experimentados. Las modernas técnicas de neuroimagen muestran la respuesta a los estímulos musicales y permiten observar qué zonas son más activas.

La detección de mayor afluencia sanguínea y de un mayor consumo de oxígeno es clave para su visualización a través de la resonancia magnética funcional.

Así, se ha podido comprobar cómo se activan y responden determinadas áreas neuronales motoras ante un estímulo auditivo de patrones sonoros rítmicos, siendo de gran ayuda para la recuperación y sincronización de la marcha en aquellas personas afectadas por ictus o Parkinson.

Este, precisamente, es uno de los trabajos en que se ha especializado el neurocientífico y músico Dr. Thaut. Uno de sus antiguos alumnos, el musicoterapeuta Edward A. Roth, profesor de la University Western Michigan y director de un centro de investigación en rehabilitación, explicaba en uno de sus seminarios los esperanzadores resultados que se consiguen simplemente con la escucha del sonido rítmicode un metrónomo, al reforzarse las conexiones neuronales implícitas en dichos movimientos.

Otro curioso experimento que Edward citó fue el relacionado con las neuronas "espejo". Un grupo de pacientes se dedicó a observar, durante unas semanas, los ejercicios de marcha, al son de los patrones rítmicos, de sus compañeros afectados por ictus.

Al cabo de dicho tiempo, se pudo comprobar que los pacientes "sedentarios" habían conseguido hasta un 80% de la mejora alcanzada por los "practicantes", únicamente a través de la observación atenta, sin práctica alguna. La explicación se debía al comportamiento de las neuronas "espejo" que se caracterizan por su activación ante la percepción de las acciones que realiza otra persona sin que medie ningún movimiento.

Hoy día la musicoterapia es reconocida como una disciplina científica, principalmente por los efectos derivados de los cambios bioquímicos que se producen como respuesta a los estímulos musicales.

Dichos cambios nos afectan fisiológicamente y, a su vez, repercuten en nuestros sistemas emocionales y cognitivos. Si no fuera así, difícilmente se aplicaría en centros como la Harvard Medical School, donde se siguen constatando los beneficios de la música clásica de Mozart en pacientes de las unidades de cuidados intensivos.

La sonoterapia y su eficacia terapeútica

En ocasiones se cita que el sonido y la música, como instrumentos terapéuticos, no tienen efectos secundarios. Pero el célebre neurocientífico Oliver Sacks cita en sus obras casos en los que la música ha inducido ataques epilépticos en determinadas personas.

Hay que ser responsables y conscientes, por tanto, de que su uso no es gratuito y por ello es altamente recomendable ponerse en manos profesionales. Estamos interactuando con unos estímulos a los cuales nuestro cerebro y nuestro cuerpo ofrecen una respuesta biológica y, por tanto, son sensibles a ellos.

En alguna ocasión me han preguntado si el sonido de un cuenco de cristal de cuarzo o de un cuenco tibetano puede curar. No es fácil responder a esta pregunta con un simple monosílabo, pues hay que considerar muchos matices.

Si padecemos una contractura muscular o estamos estresados, fácilmente podremos observar una mejoría. Pero en el caso de una enfermedad más consolidada es más complicado afirmar o negar su eficacia. Desde el punto de vista de que muchas enfermedades tienen un origen emocional, si actuamos eficazmente sobre las emociones –la sonoterapia es una buena herramienta– la evolución será positiva, ya sea a través de la terapia de sonido o de otro tipo de terapia.

La respuesta del paciente a la sonoterapia

En una sesión terapéutica, por ejemplo en el caso de la sonoterapia, intervienen varios elementos: sonidos, terapeuta y paciente. Todo es importante y contribuye con un determinado peso específico.

Por una parte, las características físicas del sonido, pues según sea inducirá unos efectos psicofisiológicos u otros. A su vez, la actitud e intencionalidad del terapeuta que facilitará el proceso, sobre todo si la persona confía en él. Y por último, el elemento más importante: el propio paciente, en quien realmente debe producirse la respuesta.

La capacidad terapéutica se encuentra en nosotros, en nuestros recursos, que a veces no podemos o no sabemos movilizar adecuadamente.

De ahí la necesidad de determinados estímulos externos, ya sean sonidos (palabras, mantras, cantos, música, silencio), imágenes, movimiento (danza), terapeutas que nos guíen y acompañen, y que faciliten la puesta en marcha o estimulación adecuada de nuestros sistemas internos para que actúen en la dirección correcta.

Puede que, por circunstancias personales, en un determinado momento me adapte mejor a un tipo de terapia que a otro. Es una elección personal. Incluso para el mismo problema, a veces, es eficaz resolverlo con métodos distintos. ¿Efecto placebo? Quizá, pero si así fuera y el resultado es el deseado, ¿hemos de descartarlo?

¿No es aceptado y ampliamente utilizado, precisamente por sus beneficios, en las prácticas de la medicina convencional según afirman numerosos psiquiatras?

A medida que avance la neurociencia y sepamos más sobre el funcionamiento del cerebro, se irán resolviendo y clarificando todas estas dudas, aunque posiblemente aparezcan otras… Ya lo decía Isaac Newton: "Lo que conocemos es la gota y lo que ignoramos es el océano".