Vivimos en un palacio, pero gran parte de nuestro tiempo solo ocupamos una habitación. El palacio corporal nos proporciona salud, el bien más preciado, pues sin él no aparecen señales de vida ni comunicación.

Conocer y cuidar el cuerpo precisa brindarle atención, adentrarse en él, a poder ser, ahora mismo.

Para ello poseemos una herramienta básica: nuestra mente y sus capacidades –la voluntad, la inteligencia, la memoria y la capacidad de visualización. Aplicar la mente al cuerpo para potenciar al ser humano se llama conciencia corporal.

La conciencia corporal enseña a descubrir el cuerpo, dialogar con él, comprender su ritmo, abrir los sentidos, adivinar sus secretos y mensajes, su inteligencia y memoria.

Proporciona aplomo, relajación, tonificación y mejora la vida cotidiana física, mental y espiritualmente. Une la mente y el cuerpo, originando un ser humano más completo, dinámico y dichoso.

Actitud y atención: bases de la conciencia corporal

Aunque la mente es viajera, volátil y dispersa tenemos la suerte de que el cuerpo, sólido y concreto, vive en el presente.

¿Cómo preparar la mente para que atienda al cuerpo e iniciarnos en la conciencia corporal? El punto de partida es la actitud.

Hay que adoptar el cuidado y la minuciosidad del explorador cuando descubre un territorio nuevo. Y agregar la curiosidad y la ilusión del niño que tropieza con una caja de botones y, al abrirla, encuentra todos los colores y múltiples posibilidades de juego.

Seguidamente, se toma conciencia de la atención, la linterna de la exploración, que iluminará los caminos, vericuetos, paradas, sensaciones y emociones ligadas al cuerpo.

Por una parte, cuanto más se utilice la atención, mejor funcionará. Por otra parte, podemos dirigirla a aquello que deseemos, en este caso, el cuerpo.

Aunque la atención sea muchas veces huidiza, siempre se puede despedir con la espiración la dirección errónea que haya tomado y reconducirla otra vez hacia el organismo y el movimiento.

Desde ahí nos abriremos a las maravillas que el cuerpo nos depare, intentando no juzgar ni imponer. Simplemente percibiendo y sintiendo el placer de su progreso cuando lo acompañamos con la mente.

Técnicas para ir descubriendo el cuerpo

A continuación, con la conciencia, se retorna a las relaciones con dos elementos que nos circundan desde que nacemos y sin los cuales no viviríamos: la tierra y el aire. Seremos así conscientes del peso y la respiración.

Abandonándonos sin condiciones a la tierra sentiremos el peso. Nos tumbamos en el suelo boca arriba y percibimos las superficies de contacto con la tierra como si hubiéramos pintado la parte anterior del cuerpo con pintura y dejáramos huellas en el suelo.

Lo primero que nos sorprenderá son las pequeñas diferencias entre la parte derecha y la izquierda. Una será más pesada o quizá más larga. Además, nos percataremos de que ni los brazos ni las piernas tocan al suelo de la misma manera. Que la cadera, los omoplatos o la cabeza basculan más a la derecha o a la izquierda, y que cada una de estas partes lo puede hacer a un lado distinto.

Cuando aceptamos lo percibido conscientemente, sin juzgarlo, el sistema nervioso lo transmite al cerebro y este reorganiza la información facilitando la relación con el entorno.

En la misma posición prestaremos atención a la respiración. Escuchando su ritmo y cualidad. Sintiendo el camino que va de la nariz a los pulmones, pasando por la tráquea. Observaremos si al inspirar estos se expanden en todas direcciones o si existen partes en las que no se distingue la respiración, como en las primeras dorsales o debajo de las axilas.

Después la estimulamos: inspiramos y, al espirar, exhalamos más aire de lo normal. Esperamos unos segundos y volvemos a inspirar sin forzar el tiempo de espera. Se repite todo el proceso tres veces. Después se retorna a la respiración natural del cuerpo, observando cómo ha cambiado.

El ejercicio se completa reteniendo el aire tras la inspiración, sin suspenderlo mucho rato. Se repite el ejercicio boca abajo.

Así advertiremos un cambio: cuanto más libres nos sintamos al respirar, más superficies de contacto tendremos con el suelo y viceversa. Llegará la relajación.

La respiración es un buen espejo de la conciencia corporal. La voluntaria nos permite influenciar la involuntaria, ampliándola si no se atenaza.

También la conciencia permite influir positivamente en el movimiento, pero no puede ser un policía o un juez que apriete como un corsé el inconsciente, sino alguien que nos quiere bien y nos ayuda.

El momento más importante de la vida es el presente, este instante que no sucedió ni sucederá nunca más. Trae consigo la posibilidad de transformación y la experimentación de los acontecimientos más importantes del vivir: el amor, la libertad, la belleza, la verdad o el silencio.

Solo entrando en este momento presente se vive una vida plena. Y esto se produce a través de la conciencia de los cinco sentidos, que enseña a escuchar las señales de vida.

¿Cómo abrirse a los sentidos?

Se puede empezar practicando un ejercicio sencillo:

  • Se aprecia el sabor de la boca, paladeándolo.
  • Se percibe la luz y se registran las imágenes que llegan a los ojos.
  • Se escuchan los sonidos de alrededor.
  • Se captan los olores del espacio en el que se está.
  • Al contacto de la ropa sobre la piel, se advierte su tacto, su textura y la temperatura de todo el cuerpo.

Una vez puestos los cinco sentidos en el lugar en el que uno se encuentra, el sexto sentido llega por sí solo, envolviendo a los otros cinco. Tras este preámbulo se advierten tres mensajes del cuerpo:

  1. El primero es que la memoria corporal es acumulativa: aquello que se aprende físicamente, cuesta de olvidar.
  2. El segundo es que la relación con la gravedad, la respiración y los sentidos estarán despiertos y preparados para cualquier evento, aunque este no pase por el pensamiento.
  3. El tercero es que, aunque con la repetición llega el aprendizaje corporal, al cabo de un tiempo comienzan los hábitos y con ellos los mecanicismos que no responden al presente evolutivo en el que se vive. Esos hábitos pasan a ser obsoletos. La conciencia corporal ayuda a cambiarlos intentando otros patrones de movimiento para hacernos más adaptables.

El filósofo danés Soren Kierkegaard decía que, de profesar la medicina, remediaría los males del mundo creando el fármaco del silencio para el hombre.

La conciencia corporal precisa, detrás de cada ejercicio, un momento de silencio, que puede durar de medio minuto a tres, en los que no se hace nada y se deja que la conciencia vuele y los sentidos perciban y disfruten la vida que pasa a través del cuerpo y de nuestro ser.