Al comenzar su terapia psicológica, muchas personas sienten miedo ante la posibilidad de descubrir y sacar a la luz algún acontecimiento traumático que sea demasiado abrumador y doloroso.

Se trata de una especie de temor a abrir una caja de Pandora de los recuerdos que, al ser destapada, deja escapar algún pavoroso monstruo del pasado.

Sin embargo, afrontar la verdad, conectar con aquellos recuerdos, supone encontrar el camino hacia la liberación.

Qué nos lleva a reprimir recuerdos traumáticos

El miedo a sacar a la luz algún acontecimiento traumático era el que alimentaba las reticencias de Virginia cuando acudió a mi consulta.

En nuestra primera sesión, me comentó que hacía bastante tiempo que sabía que necesitaba ayuda, pero que había postergado, durante años, realizar una terapia por temor a destapar su pasado. Su situación emocional había llegado a un punto insostenible y, por eso, se había decidido a venir a mi consulta.

En estos casos, siempre me gusta explicarle a las personas el funcionamiento de la memoria y el olvido. Como protección, para evitar el sufrimiento diario que supondría tenerlos vivos en la memoria, nuestro inconsciente bloquea el acceso a ciertos recuerdos muy dolorosos.

Este es un recurso bastante conocido por los psicólogos y, de hecho, Anna Freud, en 1936, incluyó este tipo de olvido (o represión del recuerdo) entre sus “mecanismos de defensa”.

Si bien es cierto que, bloquear los malos recuerdos, evita sufrir conscientemente por ellos, la realidad es que el efecto negativo que tuvieron sobre nosotros en el pasado, aún permanece activo en nuestro presente.

Padecemos, entonces, un doble sufrimiento, el del trauma original y el de desconocer su origen.

El problema persiste porque la causa de fondo sigue presente. La verdad, que busca siempre ser expresada, no ha visto la luz y las consecuencias de aquel pasado “olvidado” siguen causando nuestros problemas actuales.

Nuestro subconsciente puede esconder recuerdos

Este era el caso de Virginia. Vivía bloqueada por sus inseguridades y, además, atormentada por no saber de dónde venían, ni qué podía hacer para superarlas. Había buscado otro tipo de asesoramiento, más directivo, para tratar de obtener algunas pautas y afrontar, así, algunas situaciones complicadas para ella, pero, al final, siempre volvía a sentirse abrumada por su malestar.

Para Virginia la verdad oculta era que había pasado sola la mayor parte de su infancia. No se había sentido acompañada cuando más lo necesitaba. Sus padres trabajaban durante todo el día y ella solía pasar sola, en casa, la mayor parte de las tardes.

Volvía ella sola del colegio, nadie la ayudaba con los deberes y no tenía a nadie cerca para aconsejarla cuando tenía algún conflicto con sus amigas. Creció sola e insegura.

Sin embargo, en sus primeras sesiones de terapia, Virginia me relató una infancia feliz, en la que sus padres iban a recogerla al colegio y jugaban con ella por las tardes. Estos recuerdos sucedieron, es cierto, pero fueron casi anecdóticos.

La mayor parte de las tardes las había pasado sola, pero su mente había borrado estos tristes recuerdos y había potenciado los escasos momentos agradables en los que sus padres sí se habían preocupado por ella.

En muchas ocasiones, la verdad es desoladora, esto es innegable.

Muchas personas tienen historias muy complicadas a sus espaldas, pero por muy amargo que sea el pasado, más duro aún es seguir sufriendo en el presente sin poder hacer nada para remediarlo.

Liberar los recuerdos es sanador

Aunque Virginia no recordara sus miles de horas de soledad, el efecto destructivo que éstas tuvieron sobre su personalidad, seguía estando muy presente en su vida. Era una chica llena de inseguridades, sobre todo cuando tenía que relacionarse con otras personas. Siempre dudaba de sí misma y no sabía cómo afrontar los conflictos. Siempre huía de ellos y corría a refugiarse en casa.

La única forma que existe de liberarse definitivamente de los problemas es abrirse y profundizar en ellos.

Para comprender hasta qué punto nos afectaron, resulta necesario sacar los recuerdos del olvido y ponerlos encima de la mesa. La verdad que nos relaten estos recuerdos, nos ayudará a entender nuestro presente.

Comprender la realidad de nuestra historia es la única manera que tenemos de poder sanar. De cualquier otra forma, aunque no los veamos, continuaremos cargando los recuerdos en la espalda y estos, nos seguirán afectando en el presente.

Por supuesto que fue duro para Virginia recordar y reconocer la soledad que sufrió en su infancia, pero, al mismo tiempo, fue tremendamente liberador. Por fin, pudo comprender de dónde procedían sus dificultades actuales y trabajar para conectar con ella misma. También pudo liberarse de su eterno sentimiento de soledad y de todo el dolor acumulado durante tantos años de abandono emocional.