Somos un milagro en movimiento. A veces buscamos en países lejanos, en tiempos venideros o pasados, las maravillas que nos ayuden a sobrellevar problemas cotidianos, pero el milagro sucede en el lugar más cercano, ahora mismo, en nuestro cuerpo.

Cuarenta y cinco litros de agua, doscientos once huesos, un centenar de órganos, cuatrocientos cincuenta pares de músculos, más de ochocientas clases de tejidos, cien mil genes aproximadamente, a los cuales recubren, en la edad adulta, 4'5 metros cuadrados de piel, sesenta mil millones de células en total, se ponen de acuerdo para producir los tres millones de sustancias que existen en el universo del cuerpo, para movernos y conmovernos.

Permitiéndonos pensar escuchar, sentir, mirar, gustar, gatear, andar, correr, hablar, leer, vivir o ser quienes somos. Nuestro cuerpo se organiza de manera admirable, aprende con diligencia para adaptarse a las más difíciles aventuras que nos trae la vida. Posee una inteligencia innata a la que podemos ayudar.

Consciencia corporal: el arte de ser consciente sin juzgar

Sentir el cuerpo y su optimismo vital, darle apoyo y cuidarlo permite que las células hagan su trabajo eficientemente, ayuda a su inteligencia y a ver la vida desde el lado más positivo. Pero ¿cómo llegamos a ese objetivo?

Cuando somos niños, nos damos cuenta de si alguien nos quiere o no, aunque no sepamos por qué: no somos conscientes de ello.

De mayores, sabemos que estamos subiendo una escalera en lugar de caminar por una calle, nos damos cuenta de los peldaños, aunque no sepamos cuántos peldaños tiene la escalera; para saberlo y ser conscientes de ellos deberíamos contarlos.

Darse cuenta es una forma de conciencia que mira, observa, contrasta, se sorprende, no juzga y nos permite ser conscientes mientras nos estamos moviendo. Mira hacia dentro, pero ve también los cambios del entorno.

Según Moshe Feldenkrais, es la manera más positiva de llegar al cuerpo, pues por el mero hecho de darnos cuenta percibimos los hábitos corporales obsoletos, que no responden a nuestras necesidades actuales, y podemos adaptarlos y adecuarnos mejor al entorno cambiante.

Con este tipo de conciencia, la inteligencia corporal crece y nos ofrece una vida más plena.

Preguntas para mejorar la autopercepción corporal

Comenzaremos percibiendo el cuerpo en la cotidianeidad. Por ejemplo, cuando estamos en la cola del supermercado o esperando el tren, podemos intentar llevar la atención a partir del contacto de los pies con el suelo:

  • ¿Cómo tocan las plantas de los pies el suelo? ¿Se apoyan más en el tobillo o en la punta, en el interior o en el exterior? ¿Es distinto el apoyo en cada una de ellas?
  • ¿Está el peso del cuerpo distribuido por igual en los dos pies?
  • Las rodillas, ¿están estiradas, tensas o ligeramente dobladas?
  • ¿Tenemos la cadera basculada hacia un lado, hacia delante o atrás?
  • ¿Está la columna estirada? ¿Tiende hacia el frente o se curva hacia atrás?
  • ¿Tenemos los hombros relajados o tensos? ¿Están subidos hacia el cuello?
  • ¿Qué zona del cuerpo nos gustaría sentir más relajada?
  • ¿Hacia dónde va la respiración: al pecho, al vientre o a la espalda?
  • ¿Ha cambiado nuestro humor desde que observamos el cuerpo?
  • ¿Adónde miramos cuándo realizamos este ejercicio? ¿Qué ocurre si cambiamos la posición de los ojos?

Si precisamos y afinamos esta percepción observaremos tres principios fundamentales de la inteligencia corporal:

  1. El cuerpo es un organismo y, como tal, organiza la mente, el estado de ánimo, sentimientos, sensaciones, pensamientos y la relación con la Tierra: el peso.
  2. Siempre está en proceso de adaptación, al medio, a nuevos sentimientos, percepciones o al discurrir de la mente.
  3. Si escuchamos el cuerpo este cambia, y también cambia la relación con él y con el entorno, en un toma y daca sin fin.

Aprendimos una lengua de entre las miles que se hablan en el planeta. La boca y la garganta se adaptaron a esa lengua primera, por eso cuesta más tener un buen acento con otra.

El cuerpo muestra su inteligencia con una serie de hábitos aprendidos para adaptarse al medio.

Fijémonos en los movimientos cotidianos:

  • ¿Con qué pie comenzamos a subir las escaleras?
  • ¿De qué lado masticamos la comida?
  • ¿Adónde miramos cuando andamos, al suelo, al cielo, adelante?
  • ¿Podemos andar sin dificultad durante una hora?
  • ¿Sabemos silbar? ¿Saltar a la comba?
  • ¿Nos gusta leer tumbados o sentados?
  • ¿Sabemos mover las orejas sin tocarlas? ¿Y el cuero cabelludo?...

A partir de ahí, podemos realizar pequeños cambios, aprender nuevos movimientos y elegir los que cuesten menos esfuerzo.

A continuación, dejamos que el sistema nervioso mande las percepciones al cerebro y este las ordene. Después disfrutamos del movimiento y no pensamos más en ello.

No podemos controlar siempre el cuerpo y es mejor así. La concienciación tiene un límite.

Es preferible dedicar un tiempo al cuerpo y otro a disfrutarlo; de lo contrario acabaremos siendo conscientes de nuestro andar en vez de andar. Déjese sorprender por la inteligencia del cuerpo.

La importancia de la mirada

Cuando conducimos y alguien nos alerta de un paisaje que está a nuestro lado derecho, sin darnos cuenta viramos un poco el volante hacia ese lado. Es importante saber qué es lo que queremos hacer, cómo y la dirección de la mirada para poder realizarlo.

La vista coordina los movimientos del cuerpo y a su vez está unida a los movimientos de los músculos del cuello.

Lo podemos experimentar con este ejercicio que nos permite ampliar el espectro de movimientos: Giramos la cabeza a derecha o izquierda y los ojos en dirección contraria, después volvemos a girarla pero mirando hacia la misma dirección donde giramos. Moveremos la cabeza más y mejor.

Darnos cuenta de adónde miramos encauza y alarga nuestros movimientos.

La relajación adecuada

La relajación absoluta, como el silencio absoluto, no existe.

Si relajáramos la mandíbula totalmente iríamos siempre con la boca abierta. La cabeza, al no estar centrada con la línea gravitatoria, colgaría hacia delante si no tuviéramos la tensión adecuada en el cuello. Tampoco podríamos respirar porque precisamos de la tensión muscular de la caja torácica y el diafragma.

Relajarse consiste en aplicar la tensión adecuada para cada cosa, no más, y tener la capacidad de poner tensión o disminuirla cuando se requiera.

La tensión se minimiza cuando estamos tumbados. La mejor manera de regularla es sentir el cuerpo, su contacto con el suelo y percibir cómo está colocado, de pies a cabeza. Finalmente, escuchar la respiración y visualizarla en los pulmones, sobre todo por la espalda, bajo las axilas y bajo la clavículas.

Aprendiendo del cuerpo

Si intentamos introducir cambios en el cuerpo después de observarnos, conseguiremos múltiples respuestas y soluciones que permiten elegir las que se adapten más fluida e inteligentemente al medio en ese momento.

Los cambios deben ser pequeños y su realización, lo más lenta posible para poder darse cuenta de la cantidad de elementos que participan en un movimiento.

Pasemos el peso de un pie al otro, o hacia las puntas y los talones, o coloquémonos de puntillas, o dejemos el cuerpo sobre un pie y fijémonos en cómo cambia el resto de las partes del cuerpo que se encadenan con los pies hasta llegar a la cabeza. Las modificamos si es necesario.

Atendamos a la respiración. Impliquemos al entorno: si hace sol o está nublado, si es por la mañana o al atardecer, el olor del aire, el sabor de la boca.

Descubriremos que tanto el cuerpo como el pensamiento, las emociones y la propia percepción se han acomodado a una nueva situación.

Para terminar, observemos cómo el cuerpo se organiza y nos indica el camino para que moverse sea más fácil.

Cuanto más fácil sea el movimiento, más gráciles y ligeros nos sentiremos, mejor será el contacto con el cuerpo, las señales que este nos envía y el aumento de posibilidades para sintonizar con el entorno.

Cómo liberarse de los hábitos obsoletos

Los hábitos de movimiento instaurados en el cuerpo son difíciles de percibir por nuestra cuenta. Si no se busca ayuda, lo más común es perseverar en el error.

Las técnicas corporales o terapéuticas, que parten de la gimnasia consciente, desbloquean hábitos que de otra manera persisten en el quehacer diario y no permiten a la respiración liberar el diafragma.

Entre las técnicas desarrolladas en Occidente quiero destacar la terapia reichiana, la bioenergética, la terapia Middendorf de respiración, el método Feldenkrais, la técnica Alexander, la eutonía, el bodymind centering y el método cos-art que procede del método Aberasturi.

El movimiento por sí sólo ayuda a que la inteligencia corporal mejore. Los ejercicios que requieren fuerza activan el aparato cardiovascular o nos tonifican. Correr, saltar, jugar al tenis o nadar ayudan a mantener y aplicar la flexibilidad, el tono y la fuerza requeridas en un momento dado.

Pero el movimiento más inteligente es el que requiere de la percepción y concentración, primero, y luego de la imaginación para proporcionar al cuerpo imágenes que se sitúan en la pelvis para empezar, y nos animan a entrar en otra manera de percibir y percibirnos.

Son la meditación y las artes meditativas: yoga, chikung, taichi, aikido... A través de estas técnicas milenarias recordamos nuestra unión con la luz, con el presente. Al entrar en la puerta del ahora se entra en un lugar desconocido donde, como dijo el poeta, nada se sabe pero toda ciencia se trasciende.

Para saber más:

  • Autoconciencia por el movimiento; Moshe Feldenkrais. Ed. Paidós
  • Rolfing; Ida Rolf. Ed. Urano

Ejercicios que estimulan la inteligencia corporal

Liberar la zona dorsal

  1. De pie, coge cada hombro con la mano opuesta.
  2. Tirando hacia abajo de los hombros, sin separar las manos y acompañándolos con la parte superior del tronco, inicia un movimiento en el que los codos apunten hacia los pies y después sigan la dirección del techo.
  3. Cuando los codos van hacia abajo, mira al suelo y cuando van hacia arriba, mira al techo. Descansa.

Desbloquear cuello y omoplatos

  1. Estira el brazo derecho hacia arriba en contacto con la oreja y el costado de la cabeza. Intenta frotar así, arriba y abajo, unas diez veces suavemente el lado de la cabeza. Para ello deberás mover el hombro y los omoplatos.
  2. Relaja el brazo y compara cómo han cambiado tu hombro y omoplato derechos con respecto al izquierdo.
  3. Cambia de lado.

Ampliar el movimiento

  1. De pie, sin mover los pies, gira a derecha e izquierda para mirar detrás de ti.
  2. Después realiza el mismo movimiento pero sin girar la cadera; prosigue los giros hacia atrás sin mover el pecho, después sin volver la cabeza y, finalmente, mira atrás solo con los ojos.
  3. Si vuelves a realizar el primer giro, observarás que es más fácil y que giras más.

Armonía al caminar

  1. Mirando adelante, da un paso con el pie izquierdo, colocando el peso del cuerpo entre los dos pies.
  2. Con las palmas arriba o abajo, extiende el brazo derecho adelante a la altura de los hombros y dobla el izquierdo hasta que la mano quede a la altura de tu pecho; estírala hacia el brazo derecho. Mira a la izquierda.
  3. Invierte piernas y brazos.
  4. Continúa paso a paso alternando los brazos hasta llegar poco a poco a caminar.

Desbloquear la espalda

  1. Túmbate boca arriba, con las plantas de los pies en el suelo y las rodillas dobladas.
  2. Deja caer las piernas y la cadera hacia el lado derecho y vuélvelas a elevar unas diez veces.
  3. Durante un minuto observa la relación de la espalda con el suelo.
  4. A continuación deja caer las piernas y la cadera a la derecha, pero junto a la cabeza, otras diez veces.
  5. Vuelve a la posición inicial y siente el cambio que se ha producido en la espalda.
  6. Cambia de lado.

Liberar la caja torácica

  1. Comienza como en el ejercicio anterior, pero esta vez, dejando caer las piernas y la cadera hacia la izquierda unas diez veces.
  2. Siente la espalda y su relación con el suelo (¿se apoya mejor por algún lado?).
  3. En la segunda fase no dejes rodar la cabeza a la izquierda, junto con la cadera y las piernas sino al lado contrario: a la derecha.
  4. Finalmente, deja caer piernas y cadera a la izquierda, la cabeza rueda a la derecha y con la mano derecha intenta acercarte lo más posible al talón del pie derecho, unas diez veces.
  5. Realiza el ejercicio por el otro lado.

Flexibilizar la columna

  1. Estírate sobre el lado derecho, con un cojín bajo la cabeza. Los muslos forman un ángulo recto con el cuerpo y las pantorrillas. Los brazos extendidos, con la palma izquierda sobre la derecha.
  2. Desliza la mano izquierda sobre la derecha cinco veces, sin doblar el brazo. Luego deslízala hasta el interior del codo derecho, y vuelve a sobrepasar la palma.
  3. Prolonga el movimiento pasando por el pecho; desliza la mano hasta el interior del hombro izquierdo y regresa. El movimiento es fluido, lento y continuo.
  4. Descansa boca arriba y siente los cambios. Realízalo por el otro lado.

Estirar brazo y hombro

  1. Túmbate boca arriba, con las plantas de los pies en el suelo y las rodillas dobladas.
  2. Deja caer el peso de cadera, piernas y cabeza al lado izquierdo, y coloca tu mano y brazo izquierdos a la altura de los hombros o más arriba.
  3. Cuando dejes caer hacia la derecha piernas, cadera y cabeza, deja que tu brazo izquierdo, estirado, siga el movimiento.
  4. Después, como si alguien tirara de los dedos de tu mano izquierda, coloca el cuerpo boca arriba y regrese a la posición inicial.
  5. Después de hacerlo unas diez veces, descanse, percibe el cuerpo de los pies a la cabeza y repite el ejercicio hacia el otro lado.

Seis claves para trabajar en el descubrimiento del propio cuerpo a partir del movimiento

  • El cuerpo es levemente asimétrico, por eso los movimientos son y se perciben distintos a cada lado.
  • Acompaña, observa y aprende del cuerpo, no intentes cambiarlo. Es importante saber cómo es y se encuentra, no cómo nos gustaría que fuese.
  • Inicia lentamente el movimiento; descubrirás dónde comienza, qué partes del cuerpo participan y los cambios que se producen.
  • Empieza con movimientos pequeños. Cuanto más grandes, más elementos participan y más difícil es distinguirlos.
  • La respiración es un movimiento, como tragar, parpadear, producir saliva, segregar jugos gástricos o pensar. Lo estático es ajeno al cuerpo.
  • El movimiento más fácil, generoso e inteligente es el que requiere menos esfuerzo.