Nuestro cuerpo posee secretos que nos ayudan a estar presentes en la vida, a pasar por ella dejando las huellas de un camino en el que se encuentran la salud, el sosiego, la libertad de movimientos y, en definitiva, la capacidad de vivir y de amar. Para descubrirlos y conocerlos es necesario establecer un diálogo con el cuerpo.

Lo primero que precisa este acercarse es lo que requiere cualquier conversación: atención. Se trata de escuchar no solo las señales que envía el cuerpo, sino de dedicar un tiempo mínimo a conocerlo, aprender y recibir su apoyo, porque esta escucha nos ayudará cuando estemos en otro quehacer.

El cuerpo es así de agradecido: lo reconocemos y comprendemos, y él continúa solo su labor activando sus mecanismos para auxiliarnos, aunque nuestra conciencia esté ya en otra cosa.

"La escucha atenta no solo vale la pena, sino que es esencial"

No hay nada más eficaz para conectar con el cuerpo, mostrarle respeto y ganar bienestar que escucharlo. Incluso a veces se resuelven problemas que experimentábamos y que solo demandaban atención. En cualquier caso, escuchar no solo vale la pena, sino que es esencial. Pero hacerlo puede ser tan difícil como resolver problemas.

¿Cuál es la mejor manera de escuchar?

  • Primero, concentrándose solo en el cuerpo y, si esto resultara arduo, aceptando los pensamientos que nos distraen para despedirlos amablemente y seguir escuchando.
  • Segundo, haciendo balance de lo que se escucha, aunque sea poco.
  • Y tercero, explorando con amor, con los sentimientos y pensamientos de los que nuestro cuerpo también está compuesto.

Entonces aparecerán los anhelos que laten en su profundidad, y asomarán a nuestros sentidos sabores, aromas, texturas, sonidos y espacios. No hay que demostrar nada sino saber qué está pasando. También hay que recordar que escuchar no es juzgar; en la escucha no hay que emprender ninguna acción ni tomar decisiones.

Esa escucha hay que alimentarla, además, con paciencia y amor. Se persigue un objetivo, pero se intenta disfrutar y no perder de vista el camino.

Conectar con la tierra

Para empezar, acompañamos al cuerpo en aquello que le es esencial, sin lo cual no podríamos vivir. El ser humano puede pasar varias semanas sin comer y algunos días sin beber, pero solo unos minutos sin respirar. La respiración es esencial, nos une a la vida y, cuando cesa, nos separa de ella.

Sin embargo, el cuerpo posee una segunda relación esencial tan importante como la primera, que nace y desaparece con nosotros:necesitamos una superficie a la que dar el peso, en la que podamos relacionarnos con la tierra. Si se toma a un bebé en brazos y se alza en volandas para recogerlo enseguida, el bebé o bien ríe o llora, pero no se queda indiferente.

Todos tenemos un sentido innato para saber cuándo nos faltauna superficie donde apoyarnos. Relacionarnos con ella es otra manera de adentrarse en nuestra esencia, de expandirla y percibirla, e invita a relacionarse mejor con el entorno.

Percibir la respiración

Al escuchar la respiración hay que procurar no influir en ella: queremos acercarnos a la respiración como nos acercamos a un niño que juega absorto y al que no deseamos distraer. Si la juzgamos, intentaremos manipularla y esa manipulación nunca será satisfactoria.

Prueba este ejercicio para tomar conciencia de la respiración:

  • Intenta percibir la respiración en la parte anterior del torso, después en la posterior y en los costados.
  • Observa que hay partes del tronco que se mueven y se sienten invitadas a respirar y otras que no, y que las primeras conforman un espacio.
  • Con una mano dibuja ese espacio, que puede tener forma de círculo, pera, cono, cilindro, gota de agua… Son muchas las formas posibles, según la posición que tengamos, lo que hayamos realizado, nuestras emociones, etc.
  • La respiración es cambiante y adaptable.

Crear espacio interno

Tras una primera escucha, pasamos a tomar la iniciativa, a expandir el espacio respiratorio y darle libertad y silencio, recordando que allí donde se pone la atención fluye la energía.

Otro ejercicio que te puede ser de gran ayuda es:

  • Poner la palma de la mano derecha bajo la axila izquierda e imaginamos que el aire que inspiramos se dirige a esa mano.
  • Después imagina que al espirar se dirige de ahí por las costillas a los pulmones, y de estos por las vías respiratorias al exterior.
  • Lo repetimos a lo largo de siete respiraciones y advertimos cómo el espacio respiratorio se amplía por el costado izquierdo.
  • Primero visualizando y después escuchando el cambio.
  • Al acabar sentiremos que el espacio respiratorio se ha hecho enorme y la respiración es larga, silenciosa, tranquila y profunda, y habrá mejorado nuestro ánimo.

Se puede practicar en todo el tronco: poniendo la mano bajo la axila derecha, sobre las clavículas, sobre el diafragma o debajo, sobre los riñones…

El espacio respiratorio es el espacio más íntimo, en el que nadie más que uno mismo puede entrar o influir. Ampliar ese espacio expande nuestra esencia y nos renueva.

Escuchar el propio peso

En la segunda parte del diálogo corporal, debemos percibir el cuerpo del suelo al cielo en los momentos cotidianos: en la cola del supermercado, esperando el tren, al conducir o ante el ordenador.

Este ejercicio te puede ayudar:

  • De pie, llevamos la atención de los pies a la cabeza, deteniéndonos en cada parte del cuerpo que venga a nuestra mente y en su repercusión en el contacto con el suelo.

Debes observar:

  1. Cómo se apoyan los pies en el suelo y si hay diferencias entre ellos.
  2. Si las rodillas están totalmente estiradas, ligeramente dobladas o relajadas.
  3. Hacia dónde se bascula la cadera y se curva la columna vertebral.
  4. En caso de sostener una bolsa, si los hombros están relajados o tensos, si tienden a subir hacia el cuello o no.
  5. Adónde se dirige la mirada y qué sucede al cambiarla; qué aromas nos llegan; qué sonido del entorno sobresale; hacia dónde se dirige la respiración.
  6. Cuánto bienestar proviene del cuerpo, si nuestro humor ha cambiado.

Liberar el movimiento

Tras ver cómo está el cuerpo, se puede introducir un pequeño cambio y observar. El cuerpo responde de forma diferente a cada cambio y en ese proceso no solo se flexibiliza, sino que nos informa de las posiciones y movimientos con que se siente más cómodo.

Los cambios deben ser pequeños, porque el cuerpo los entiende mejor, y realizarse con lentitud y atención.

Prueba con estos movimientos:

  • Pasamos, por ejemplo, el peso de un pie al otro, de las puntas a los talones, o nos ponemos de puntillas.
  • También podemos dejar el cuerpo sobre un pie y fijarnos en cómo cambian las otras partes del cuerpo. Las modificamos si es preciso y elegimos la manera de colocarnos que requiera menos esfuerzo.
  • Después cruzamos los pies y desplazamos el peso por el contorno de las plantas. Tres veces en un sentido y tres en el otro.
  • Invertimos los pies y repetimos.
  • Descruzamos los pies y observamos que las plantas parece que se hayan expandido: tendremos mejor soporte e incluso respiraremos mejor.

Nuestra relación con el aire y la que tenemos con el suelo se influyen mutuamente: si ampliamos la primera tendremos más libertad en la segunda, y al revés. Después, percibiremos que tanto el cuerpo, como el pensamiento, las emociones y la propia percepción se han acomodado a una nueva situación.

Sentirse unido al universo

Una vez escuchado y acompañado el cuerpo en su devenir, se puede intentar hablarle con imágenes, a través de visualizaciones. El cuerpo acoge las imágenes especialmente bien.

En cualquier momento del día, poned una sonrisa en vuestras células, por ejemplo en las plantas de los pies, las palmas de las manos y la fontanela. Pensar que sonríen nos relajará, producirá un suspiro que nos abrirá y masajeará el diafragma. También es útil imaginar cómo circula luz por el cuerpo, empezando siempre en la zona que está entre el ombligo y el pubis.

Conectados con el peso y la respiración, visualizamos también el lugar donde estamos, la tierra, el cielo. Y en todos nuestros movimientos nos acompañará así el universo entero.

Tomarse un respiro

A veces el cuerpo nos habla y pide ayuda porque no sabe cómo continuar. En esos momentos la respiración solicita atención.

Obsérvate:

  • De pie, sentado o tumbado, se observa si se hacen pausas entre respiraciones, o la inspiración y la espiración, qué fase es más larga y qué partes del cuerpo participan.
  • Luego se estimula la respiración para desbloquearla y dar un impulso al estado de ánimo que te permita continuar relajado con el quehacer diario. Para ello, se alarga la espiración hasta vaciar los pulmones; se cuenta hasta cuatro y se deja que el aire entre en cascada en el cuerpo.
  • Se repite cuatro veces y se deja que la respiración continúe sola.
  • Se vuelve a observar la respiración. Veremos que hemos ganado espacio respiratorio, que el aire fluye mejor, que hay pausas y, lo que es mejor, que nuestro ánimo ha cambiado.