La información que recibimos en una semana equivale al parecer a la que recibía en toda su vida un ser humano hace sesenta años. Frecuentemente, ese caudal vertiginoso, en vez de jugar a nuestro favor, ayudándonos a trabajar rápido y bien, juega en nuestra contra.
Durante estos días la cantidad de información que recibimos es todavía mayor y podemos estar sufriendo estrés por sobrecarga informativa, una cierta infoxicación. Este exceso de información nos produce ansiedad por miedo a perder nuestra posición, nuestra salud o la de los demás, o por el simple hecho de enfrentarnos a un futuro imprevisible.
Con ello se abren las compuertas a la espiral del estrés: lo cómodo se transforma en arduo y empezamos a sentir malestar, un malestar presidido por los nervios, los impulsos incontrolables, la presión, el apremio, la imposición, la amenaza, la exigencia...
Todo ello pone en peligro nuestra salud. Veamos a continuación cómo es posible relajarse cuando el estrés se desborda, sea por una causa concreta y sorprendente o por una acumulación de razones que crece poco a poco cada día.
De la mente al cuerpo
La pérdida del sosiego conlleva un cambio en la relación con el cuerpo. El cuerpo siempre está ahí, presente, pegado a la tierra, con la que comparte una amplia serie de virtudes: es generoso, acogedor, sólido, tranquilo, lento, con una memoria difícil de borrar, y nos permite la relajación.
Pero cuando perdemos la serenidad, parece disgregarse de la mente. Esta es veloz, ligera, aérea, útil para fabricar ideas y comunicarlas. Vive cómoda en el pasado o el futuro y supone una herramienta imprescindible para movilizar el cuerpo a nuestro favor.
La separación de cuerpo y mente se manifiesta de muchas maneras, pero aquí vamos a concentrarnos en una: la que ocasiona la pérdida de contacto con la tierra y con la fuerza de la gravedad que nos permite ser quienes somos.
Cuando se dirige la atención a restituir el contacto con el peso del cuerpo, se recuperan la relajación, el sosiego y la serenidad. Y también se estimula la memoria corporal, que será de ayuda en cualquier situación de la vida cotidiana.
Cómo volver a conectar mente y cuerpo
Cuando el estrés se apodera de una persona esta deja de tocar con los pies en el suelo. Se dice entonces: está que se sube por las paredes, o se ha subido a la parra. Esas expresiones populares señalan el estado de desavenencia con la tierra.
En cualquier momento estamos interactuando con el aire y la tierra. Gracias al intercambio con el aire, respiramos. Mientras que la relación con la tierra se evidencia porque siempre organizamos nuestro cuerpo para poder apoyar el peso en una superficie externa.
Sin embargo, cuando nos sentimos tensos o nerviosos, tendemos a separarnos de la superficie de apoyo: levantamos los hombros, nos ponemos rígidos... Si por alguna razón nos colapsamos o nos sentimos abatidos, entonces nos dejamos caer en partes del cuerpo y en las superficies de apoyo, sean estas una silla, una cama o el suelo.
Estas partes rígidas o pesadas terminan doliendo, lo cual merma la productividad, el confort y el bienestar. Ser conscientes de cómo transmitimos el peso a la tierra abre la puerta a una vitalidad relajada.
Un ejercicio para recuperar el contacto con el suelo
1. Sentir el propio peso
Tendidos boca arriba, advertimos las superficies del cuerpo que tocan el suelo.
- Sentimos dónde interactúa el suelo con la pierna derecha, luego con la izquierda.
- Uno tras otro, percibimos lo más claramente posible cómo se apoyan el omoplato, el brazo y la mano izquierdos, para pasar al omoplato, brazo, codo y mano derechos.
- ¿Cómo es el contacto de la espalda con el suelo? ¿Dónde se hace discontinuo?
- Sentimos el peso de la cabeza y dónde rozamos el suelo con ella.
- Finalmente observamos la respiración y el movimiento del cuerpo a su compás, advirtiendo los lugares adonde la respiración llega sin esfuerzo. Sea donde sea que la respiración arribe, está bien.
Atendemos al ritmo respiratorio y a qué momento es más largo –la inspiración, la espiración o las pausas–, sin desear modificarlo, con actitud atenta y amable.
2. Diálogo con la tierra
- Imaginamos que la tierra no nos da soporte, que el cuerpo se tensa y casi no tocamos el suelo. Pero al espirar dejamos que el peso del cuerpo sea sostenido por la tierra. No se trata de levantar el cuerpo, sino de tensarlo un poco para luego aflojarlo y abandonarlo de golpe.
- A continuación, levantamos el brazo y la mano derechos dos centímetros del suelo, los dejamos caer a plomo y lo repetimos varias veces. Lo mismo con el brazo y la mano izquierdos. Luego, con la pierna derecha y con la izquierda. Descansamos y advertimos los cambios en el contacto con la tierra.
- Repetimos esta secuencia de movimientos sintiendo lo que sucede en segundo plano, es decir, cómo se organizan la espalda y las superficies de apoyo para levantar una pierna o un brazo. Observaremos que para elevar cualquier parte del cuerpo otras partes deben darle ofrecerle sostén y se hunden más hacia el suelo.
- Así que ahora procedemos de otro modo: presionamos primero esas superficies y después levantamos el miembro o parte del cuerpo que precisa de ellas. La parte del cuerpo elevada se tornará liviana. Lo realizamos con las extremidades y la cabeza. Descansamos y percibimos los cambios que se produjeron en el contacto con el suelo.
- Por último, presionamos lenta y paulatinamente el suelo con una pierna y soltamos la presión de la misma manera. Después repetimos este procedimiento con la otra pierna, con un talón, con el otro, con un brazo y el otro, con la cabeza, con la cadera y con los omoplatos. Advertimos cómo para presionar una parte del cuerpo, otras partes se levantan ligeramente.
- Descansamos y percibimos los cambios: cómo la respiración se libera y el contacto con la tierra es mayor y más nítido. Fijémonos en los signos vitales que se ofrecen a los sentidos.
- Repetimos el proceso anterior tendidos boca abajo, desde el principio, en una posición cómoda. Descansamos y notamos la respiración en la espalda y cómo han cambiado los apoyos.
Quizá nos sentiremos como si nos hubieran planchado en el suelo. La tierra nos acoge con suavidad y firmeza.
Después imaginamos que con la respiración el cuerpo se llena de luz. Desde esta posición nos movemos lentamente hasta sentarnos, intentando percibir la sucesión de movimientos y de apoyos necesaria para eso: cómo los primeros precisan de los segundos y viceversa.
3. Una percepción renovada
Con el mismo ritmo anterior, nos ponemos de pie. Andamos despacio, percibimos el movimiento y los soportes que precisamos para ello.
Advertimos la diferencia entre cómo nos sentimos ahora y cómo nos sentíamos antes. Nuevos espacios se abren. La desazón se desvanece. Algo en nuestro interior ha cambiado, y aunque el exterior no lo haya hecho, ese cambio interior puede darnos otro punto de vista sobre lo que era la causa de nuestra infelicidad.
Dejamos que ese espacio y esa atención prestados al cuerpo nos acompañen en el transcurso del día. La memoria corporal lo recordará y podremos recuperarlo sin necesidad de tumbarnos en el suelo, en cualquier posición y en cualquier momento.