Este sábado 23 de septiembre de 2023 el hemisferio norte se despide del verano. Ocurrirá a las 8:50 de la mañana y se dará entrada así al otoño, la estación de la renovación.

En el equinocio de otoño los días se acortan. El sol, cansado, decae al mediodía y se vuelve más frío y distante, mientras los árboles parecen depositar su último aliento condensado en frutos y semillas. ¿Qué rituales nos ayudará en esta región del ciclo anual a tomar un impulso renovador?

Rituales del equinoccio de otoño en el bosque

Se dice comúnmente que el otoño es la estación de la melancolía y el descenso a los inviernos. Sin embargo, en los rituales que se celebran para dar la bienvenida al otoño encontramos la energía necesaria para remontar un nuevo ciclo.

La fiesta de la cosecha

Al pie de los árboles asistimos a la antigua cita en la que los vecinos del bosque nos reunimos para celebrar la singular fiesta de la cosecha.

Me han contado que las paisanas de Banyalbufar, entre el mar y la sierra mallorquina de Tramuntana, buscaban un hueco entre las recolecciones de la almendra, la algarroba y la aceituna para ir a por madroños a la finca de S'Arboçar (El Madroñal). Con estos frutos hacían una mermelada (cocían cada kilo de madroños con 600-800 g de azúcar, según gustos, colando las pepitas con una media) que se conservaba todo el año.

Y en cada lugar de nuestra geografía encontramos en esta época propicia buscadores de hongos y recolectores diversos de toda suerte de leñas, maderas y frutos.

Hace ya decenas, cientos de miles de años, nuestros antecesores practicaban los mismos gestos, consumían los mismos frutos de sabores primigenios y todavía hoy, en este otoño de signo incierto, el recolector por los senderos del bosque se hace miembro de la antigua tribu y activa las mismas boscosas regiones cerebrales, sintiéndose igual que el más antiguo de los ancestros.

Festividad de Samain

"No se te ocurra contarle al cura tus conflictos, pues verá pecado en todos ellos. Nosotros, que anduvimos vagando por los bosques en la hechicera noche de verano, te traemos noticias de viva voz, buenas nuevas de reses y cosechas, ahora que ya está el sol viniendo desde el sur; a brillar sobre el roble, el fresno y el espino." (Rudyard Kipling, Puck el de la colina Pook)

El año nuevo celta empezaba precisamente el 1 de noviembre con la festividad de Samain y es ahora, en este mismo momento, cuando el árbol confía sus semillas a la intimidad de la tierra; con la ayuda, quizá, del viento o de los pájaros y otros animales que ejercen en esta época su oficio de siembrabosques.

Comienzan los meses con R en los que, según el viejo dicho, también nosotros podemos comenzar a plantar y renovar el bosque. Y al mismo tiempo nos hallamos en la estación de los frutos, de la abundancia y del encuentro en torno a la hoguera.

Cuentan los mitos nórdicos, que Snorri recopiló en sus Eddas, que el propio Odín desciende cíclicamente de su morada en el Asgard, el jardín celeste de los Ases, para recobrar la sabiduría bebiendo de la fuente de Mimir que se encuentra junto a la raíz del magnífico árbol del mundo: el célebre e inmenso Yggdrassil.

Y es esta fuente reparadora, la fuente de la memoria, la misma a la que acudimos cuando dormimos para restaurar nuestra mente y reinterpretar el mundo a través de los sueños mediante una cíclica y profunda inmersión en el subconsciente.

Igualmente el preludio del invierno es el tiempo de reconstruir nuestro mundo de un modo onírico, a través del sueño, de la transmisión y recreación del mito, del descanso y la quietud, el ensimismamiento y la recapitulación. Del regreso a nosotros mismos.

La sociedad tradicional acudía al bosque para recoger los frutos y la madera para alimentarse, calentarse y guarecerse; y al calor del árbol, en torno al fuego, reinventaban el mundo a través del canto, la leyenda y la tradición, que son al fin y al cabo el fruto postrero del otoño.

Mito y leyenda, sueño, poesía y religión, son algunas formas de ordenar, de explicar e interpretar el universo inexplicable que nos rodea. De integrar lo vivido en la larga estación de la luz ascendente evaluando y revisando todo lo experimentado para que la memoria pueda asimilarlo en un lenguaje propio, que poco tiene que ver con el de la razón, la vigilia y la conciencia.

De ahí que un regreso a la naturaleza, a la propia raíz, proporcione en esta época un significado especial a nuestros pasos, a los silencios y a la propia existencia.

Es más que nunca el momento del reencuentro en el que acompasamos el latido y la respiración al camino y volvemos a la tierra y su apacible ritmo, del mismo modo que las hojas de los árboles caen blandamente para rejuvenecer, una vez más, el bosque.

El Árbol y el Bosque Son muchos y es uno solo. Cuanta más luz absorbe, más sombra da. Cuanto mejor lo conozcas, más te asombrarás.

Halloween y día de difuntos

Los indios norteamericanos, igual que nosotros, veían en la constelación polar una osa, que conforme se acerca el invierno aparece a las primeras horas de la noche cada vez más cerca del horizonte. Decían entonces que la vieja osa se acuesta disponiéndose a hibernar.

Es curioso que justamente cuando el invierno remonta las montañas y asciende hacia el norte, cuando los árboles se desnudan y la naturaleza pierde gran parte de su color y vitalidad, se celebrara en el mundo céltico la fiesta de Samain, fin del viejo ciclo anual y comienzo de uno nuevo.

Esta festividad de tránsito ha sobrevivido hasta nuestros días con extraordinaria pujanza en todo el mundo anglosajón (Halloween), pero también en otras regiones europeas, en las que se celebra el mismo día, 1 de noviembre, el día de difuntos, con un recuerdo especial hacia nuestros ancestros.

Se creía que durante el periodo sagrado de Samain, las puertas del Más Allá permanecen abiertas permitiendo el paso en ambas direcciones y facilitando el contacto con el mundo de los difuntos, las hadas, los druidas y otros seres sobrenaturales.

La Energía de la Luz, siempre visible, aunque impalpable. El árbol la anhela. El bosque la busca y destila. Esencia y sustento de toda la vida.

Muchos rituales en la península Ibérica tenían este sentido en las mismas fechas, y así cuando se hacían los amagüestos en los que los mozos asaban castañas al aire libre, o cuando la familia se retiraba a dormir, era costumbre dejar algo de fuego y unas pocas castañas para que los espíritus de los ancestros familiares tuvieran algo para comer y calentarse.

Las puertas de las casas se dejaban permanentemente abiertas estos días para permitirles el paso.

Todo esto responde a una concepción del mundo radicalmente diferente en la que el ciclo diurno comenzaba con la noche. Esta predilección tiene su explicación en el hecho de que el último sueño del pueblo celta parece hallarse siempre en el Más Allá.

En el mítico reino de Avalan, la isla de las manzanas perdida en los neblinosos confines del Mar de Occidente. Las leyendas hablan de un fruto de otoño que es al mismo tiempo símbolo y pasaporte a aquellas míticas tierras; que confiere la sabiduría y la inmortalidad, pero que ante todo representa el misterio de lo desconocido.

La hermandad de los bosques

La vorágine de la vida diaria ha de encontrar un paréntesis en la estación del reposo y es precisamente éste el instante en que de un modo casi imperceptible se forjan los nuevos sueños que habrán de germinar al calor de la primavera.

Importa y mucho que estas ideas e inspiraciones sean frondosas, vivas y plenas. Del mismo modo que alimentamos los sueños de nuestros hijos con cuentos para propiciar la entrada saludable en el mundo de los sueños, justo antes de irse a dormir, nuestra mente debería disponerse para la llegada del invierno.

Podemos utilizar este preludio otoñal para empaparnos con las vivencias del bosque y las viejas costumbres, con la tradición y la propia leyenda, en vez de convertirnos en consumidores compulsivos de historias demasiado ajenas y sin raíz que el mundo civilizado nos brinda de forma incesante para rellenar el creciente vacío existencial que produce.

Si en la naturaleza la llegada del invierno obliga a despojarse de todo lo superfluo para sobrevivir, retornando al estado esencial de la madera, la tierra o la semilla, nuestro espíritu vuelve también a ese germen inicial en el que de nuevo siente la llamada del bosque que trata una vez más de devolvernos a su regazo.

"Mi caballo pisa el blanco lecho del árbol dormido, pero bajo la tierra los árboles de nuevo se entienden y se tocan" (Pablo Neruda, Sólo el hombre).

Es así como nos encontramos en la estación del nuevo comienzo. Del regreso al humus inicial. A la vida en los bosques que en esta época están más hermosos que nunca.

Caminar sobre las hojas caídas

Del verde inicial nacen en otoño mil tonalidades cálidas y vivas que rememoran y recrean los colores de todos los amaneceres y puestas de sol del verano. Las noches parecen alargarse para propiciar el encantamiento, la conversación y la leyenda.

Perséfone emprende su regreso a los infiernos al mismo tiempo que Odín vuelve a su sagrada fuente y cada animal, planta u hombre inicia en las regiones donde el invierno es riguroso sus estrategias para la supervivencia.

Es el momento de acopiar alimentos y llenar las despensas o las reservas del propio cuerpo para muchos mamíferos, de migrar a regiones más cálidas.

Muchas plantas, como el helecho o la azucena, guardan la luz del sol encarnada en bulbos y rizomas, su parte aérea desaparece para renacer con fuerza con el despertar de la primavera.

La humilde zanahoria y otras muchas plantas bianuales, nacen y dedican todo el primer año a acumular una raíz gruesa que les permitirá en el segundo año emitir rápidamente la flor y las semillas que recomenzarán su ciclo vital.

Los árboles caducos reabsorben gran parte de los elementos nutricios de las hojas antes de despojarse completamente de ellas. Haber aprendido a despojarse implica un grado de evolución y adaptación, una verdadera estrategia que permite al árbol dormir soportando el frío invernal. Pero no creas que eso supone la más mínima renuncia o despilfarro.

El poder sanador de la naturaleza

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El poder sanador de los árboles

Hace muchos millones de años los árboles aprendieron a relacionarse activamente con su entorno. A confiar su polen al viento y los animales polinizadores, sus semillas a los animales que las dispersarían, etc.

Del mismo modo, cuando las hojas caen regresan a la tierra, que es ese órgano común del bosque y de los árboles que al mismo tiempo almacena, digiere, recicla y renueva la vida.

El humus vivo y palpitante es el magma original en todo parecido al inconsciente colectivo. Es el lugar donde todo comienza y al que todo va a parar al final del ciclo. Está hecho con los huesos de nuestros ancestros que se funden con el resto de los ancestros de todos los seres y elementos.

El humus respira y tiene su propia dinámica y vitalidad y es en otoño cuando podemos percibir esta realidad asombrosa de un modo tan natural y evidente que nos obliga a reconsiderar la propia individualidad y nuestra aparente e ilusoria independencia.

Cuando un árbol solitario queda desnudo es muy fácil que el viento se lleve lejos sus hojas, pero en el bosque la hojarasca no cambia de sitio y permanece siempre a los pies de los árboles.

Finalmente todo está unido y, como reza la famosa carta de Seattle, compartimos un mismo aliento que también es un órgano colectivo y se vivifica y regenera en el bosque.

Esta verdad profunda y hermosa es la esencia misma del conocimiento para quienes habitan con los pies en la tierra. Dame un poco de tu madera, que yo te daré de la mía cuando crezca en la selva, dice una antigua fórmula tradicional para recoger ramas de saúco. Y es que todos los círculos se cierran en cada uno de los infinitos puntos del ciclo.

Es curioso que tan solo la civilización camine al margen de esta realidad; las mismas hojas que se hacen mantillo y tierra profunda y fértil, sobre el pavimento se convierten en basura que los barrenderos han de limpiar privándonos del otoño. Y aún, en las ciudades más limpias, se adelanta la poda para que las hojas ni siquiera manchen el suelo.

Mirar el cielo cuando cuando sopla el viento

Cuando uno de esos días otoñales de luna llena radiante, sientas el aire cálido, como un aliento bienoliente, déjalo todo y ven al bosque.

Es el viento de las castañas, que te invita y te llama y trae para ti desde el gran sur un nuevo soplo de vida e ideas brillantes, que los árboles susurran al mismo tiempo que se despojan de hojas y frutos.

Tumbado en el suelo que, por una vez en todo el año, encontrarás seco y acogedor, verás manadas de nubes que se dirigen veloces hacia sus abrevaderos del norte.

Si las miras un rato, con el vaivén de las copas de los árboles, te darás cuenta. Lo sentirás en tu estómago como un vértigo o un repentino respingo; no es el cielo, sino tú mismo quien se mueve velozmente hacia algún lado.

No importa, no irás a ningún sitio, mientras el bosque esté contigo, te encuentras en tu verdadero hogar y por un instante el mundo es perfecto.

El otoño es, antes de nada, la eterna estación de la búsqueda, y en los mismos bosques nos encontramos, buscando frutos o persiguiendo quimeras, en pos de la inspiración o esperando respuestas.

Hoy como siempre es importante integrarse en el ciclo anual y en la rueda de la naturaleza regresando a la montaña. Pero ante todo es tiempo de mostrar a los niños toda la magia y la belleza, la luz y el misterio que irradian los bosques. Probablemente sea ésta la herencia más útil, la lección que más habrá de alimentarlos a lo largo de toda su vida.

Encontrar paz en las copas de los árboles

Llovía de forma suave y continua y la vieja Brigith preparó un fuego vivo de retama y tojo que crepitaba y ardía con alegría.

Todos nos separamos al unísono para no abrasarnos y Brigith comenzó a hablarnos.

-Los vientos gobiernan el ánimo de los días y de las gentes. Tan solo una mente poderosa puede sustraerse a su influjo. El camino ancho rara vez depara sorpresas -continuó-.

En los viejos tiempos, íbamos a beber al pie de árboles añosos la sabiduría que precede al conocimiento. Nos dispersábamos por las antiguas selvas en pos de un grial tan real y tan intangible que constantemente era hallado y en el mismo instante olvidado.

Pero la búsqueda suprema consiste en hollar los bosques sin otro rumbo que el del invierno, sin otro propósito que el de internarse más y más y proseguir.

Finalmente fuimos descubriendo que lo importante no era la maravillosa copa ni su contenido, que todas las copas de los árboles, incesantemente atravesadas por el viento, cantaban durante el otoño una canción siempre nueva y rebosante de inspiración.

Esa música era capaz de traer la paz profunda a nuestros espíritus, de vaciar la copa de nuestros corazones para que una comprensión que trascendía las explicaciones la llenara hasta rebosar.

Desde entonces sabemos que la búsqueda y el encuentro se producen en el mismo instante en el que la inspiración nos alcanza.

Observar la obra de los animales

Parece que los mismos frutos llenarán los mismos cestos y en este punto el otoño nos iguala al fin con el tímido cervatillo que trisca las arcéstidas del enebro, con la ardilla que almacena en sus escondrijos los frutos secos o la garduña que consume sobre la marcha las encarnadas majuelas del espino albar.

Dime lo que comes y te diré quién eres, parece explicar el roble al arrendajo que entierra sus semillas.

Y al banquete asisten viajeros de tierras lejanas, como el pequeño petirrojo que llega exhausto del norte tras haber recorrido todo un océano en peligrosa travesía nocturna. Increíble hazaña, desde Bretaña a las costas del Cantábrico en un viaje sin escalas de apenas doce horas.

Aquí encontrará, como siempre, un lugar más cálido, la despensa llena y a sus primos, los petirrojos sedentarios que no han esperado para comenzar el festín. Unos se quedan en el bosque, otros invernarán en los mismos huertos donde los esperamos al menos con tanta expectación como a las golondrinas en primavera.

Finalmente entendemos que hay árboles y bosques enteros que se deben a los animales que los siembran, consumiendo sus frutos; así ocurre con las acebedas y los zorzales.

Otros frutos se ofrecen a un grupo de comensales mucho más abierto. A la zarzamora o al tejo acuden bandadas de niños, de mirlos y petirrojos; el zorro o el tejón de hábitos nocturnos y un sinfín de golosos entre los que también se encuentran el oso, el lobo o la distinguida gineta.

La zarza alimenta y pincha a todos por igual y parece haber desarrollado las espinas tras haber aprendido la lección de que si das la mano te comen hasta el brazo.

A diferencia del investigador inquisitivo o el despiadado cazador, el apacible recolector se integra de tal modo en el escenario que termina confundiéndose con ese entorno que lo acepta de forma natural. Así coincidimos en los mismos quehaceres con otras gentes del bosque y el paisaje comienza a revelar sus más recónditos secretos y sus más umbríos rincones.

Nos mimetizamos de tal modo en la floresta que terminamos convirtiéndonos en seres diminutos que se mueven al margen de las preocupaciones del mundo "real". No hay mejor terapia para el estrés que regresar al lugar del que provenimos. Vaciarnos de propósitos, proyectos y hueca erudición para reencontrarnos tan solo en este momento.

Para seguir leyendo

La memoria del bosque; Ignacio Abellá. Ed. RBA-Integral.