Poco se habla de la paternidad.
De aquellos padres que están presentes.
Que se implican.
Que bañan, acuestan, peinan y hacen la comida de sus hijos e hijas cuando pueden porque quieren y no solo cuando deben.
Que les escuchan.
Que les dicen cómo se sienten.
Que les dan el primer escalón de la fantasía.
Qué importantes los hombres que hablan de sí mismos y no solo de las cosas que hacen.
Qué importantes los hombres que tienen paciencia.
Qué importantes los nuevos hombres que asumen su parte del trato.
Que no ayudan en la crianza.
Sino que practican la crianza en igualdad.
Poco se habla de esos padres a los que otros hombres miran con desdén porque deciden cogerse el permiso por paternidad.
Como si fueran "menos" hombres o calzonazos.
Porque la masculinidad se pone en duda.
Cuando lo único que hacen es lo único que puede hacerse.
Cuando pensar que los permisos por paternidad son una tontería.
Cuando deberían ser obligatorios, iguales en tiempo al de los permisos por maternidad e intransferibles, para que el mundo empezara a ser un poco mejor.
Por suerte hay buenos padres. Hay buenos hombres. Que son aquellos a los que no les importa ser aceptados por el clan de los hombres.
Lo que les importa es querer.
Es participar en el crecimiento ajeno.
Es convivir.
Porque una familia no es algo que se tiene.
Una familia es algo que se construye.
Con las manos y con los estómagos.
Poco se habla de esa paternidad consciente y afectuosa.
Que existe.
Por mucho que otros con la desidia, la inmadurez y la falta de compromiso.
La quieran ensuciar.