Hay misterios que permanecen como tales por ser tan evidentes que, al fijarnos en ellos, nos deslumbran y es como si no los viéramos. Y de entre esos arcanos que no se ocultan, la luz es quizá el primero y puede que también el último.

No en vano decimos que una madre "ha dado a luz" cuando alguien nace. Y también esa salida hacia la luz se repite en el momento de la muerte, según tantos relatos de moribundos que han regresado a la vida. El espectáculo del mundo, lo que somos y hacemos, no sería posible sin el concurso de la luz.

¿Pero sabemos qué es la luz? Para cualquiera de nosotros, sencillamente lo que nos hace ver. Pero la luz es tan misteriosa -y generosa- que hasta un ciego puede participar de ella e incluso imaginarla. La luz está presente en todos los órdenes de la realidad, manifestándose de manera distinta, pero sin perder su inefable esencia.

Qué es la luz desde la física

Para los científicos, se trata de la única constante en el universo, la referencia que nos permite dar razón del tiempo y del espacio.

"Todas las formas materiales son, en realidad, ondas luminosas en movimiento". Estas palabras de Albert Einstein resumen de algún modo la relación, casi identidad, entre materia y luz.

La naturaleza y comportamiento de la luz son ciertamente paradójicos. ¿Se trata de una partícula o de una ondulación en el éter?

Según físicos eminentes (De Broglie, Böhr, Schrödinger), cabría considerar que ambas opciones son aceptables y corresponderían a dos maneras de describir un mismo fenómeno.

Se dice que la luz se desplaza en el vacío a una determinada y pasmosa velocidad (300.000 km por segundo). Pero si consideramos que es una onda podría imaginarse que en realidad no se mueve en el sentido de desplazarse.

Por otro lado admitir que está formada por partículas luminosas no entraña menor asombro. Los fotones serían partículas sin masa, no ocuparían propiamente un lugar.

Y como el tiempo, en a física relativista, depende de la masa (la temporalidad equivaldría a la medida de su desgaste), tales fotones vendrían a estar más allá del tiempo y el espacio.

En palabras de Werner Heisenberg: "La descripción del mundo sería insuficiente si no se añade a la materia otra realidad independiente de ella, la luz".

Qué es la luz desde la filosofía

Esto no debe extrañarnos, pues todas las antiguas cosmogonías consideraban que la luz está en el origen del universo. Recordemos, en este sentido, el "Hágase la luz" del Génesis en La Biblia.

También se la creía decisiva en el mantenimiento y ordenación del mismo, como muestra la proximidad fonética entre las palabras luz (lux, en latin) y ley (lex). Es como decir que las leyes naturales se apoyan, secretamente, en las normas de la luz.

El sol, mantenedor de la vida en nuestro planeta a través de su luz y calor, así lo atestigua.

Si seguimos repasando la historia de la filosofía, comprobamos que también el luminoso verbo creador tiene su equivalente en el interior del ser humano.

El pensamiento y el lenguaje, expresión de ese logos universal, es lo que nos distingue de los animales. ¿Y acaso no puede considerarse la inteligencia una especie de luz interior?

Vemos el mundo a través de la luz externa, pero necesitamos entrar en nosotros para "reflexionar" (otra palabra de connotaciones ópticas) y así entender el sentido de las cosas.

Curiosamente, solemos en tales momentos cerrar los ojos para ver mejor. Pero el simple hecho de mirar, de dirigir la atención, es como poner la luz en ese objeto. Y cuando comprendemos el significado de algo, decimos que por fin vemos claro.

Encontrar cualquier solución a un problema es como ver un destello de luz en la oscuridad. Todo, en el universo mental, participa de esa luz interior, desde el aprender a hablar o escribir, hasta imaginar o recordar.

¿Acaso no buscamos nuestros recuerdos en los archivos de la memoria con la ayuda de la linterna de la concentración mental? Del mismo modo, cuando alguien convence a otro con sus argumentos es como si una luz encendiera otra luz.

Pero no solo ese fuego interior se manifiesta como inteligencia, también lo hace como amor, que es una expresión de "calor" del alma. Gracias a esta posibilidad psicológica podemos entusiasmarnos, sentir una inspiración artística o simplemente amar a alguien.

El amor, en todas sus variadas manifestaciones, no deja de ser una comunicación luminosa, un acercar nuestra llama interna a la de otros seres. Especialmente el amor erótico de pareja, supone una fusión de almas. "Amarse es ponerse a igual nivel térmico profundo", afirma Pedro Caba con sabio humor.

Qué es la luz desde la biología

Es un hecho claro que la vida se mantiene de la luz: los vegetales por la fotosíntesis clorofílica, y los animales por radiaciones luminosas a través de la piel y comiendo vegetales. La savia y la sangre son parientes próximos químicamente hablando: una tiene como núcleo el magnesio, la otra el hierro.

La luz se acompaña a menudo de calor. Nuestro propio organismo arde, pues el metabolismo supone una combustión. Los procesos vitales físicos y biológicos requieren una temperatura estable.

El ser humano recibe y emite luz continuamente. Incluso las teorías que afirman que el cuerpo material está moldeado por un cuerpo energético de naturaleza luminosa, empiezan a ser explicables por las recientes investigaciones de la física cuántica.

La ciencia médica empieza a descubrir, con la ayuda de nuevas tecnologías, la importancia de la luz. Tiene una repercusión indudable sobre el organismo humano, estimulando diversas funciones: sistema nervioso, hormonal, circulatorio, músculo-esquelético, etc.

Es bien conocida la importancia de la luz solar a la hora de asegurar una buena calcificación ósea, evitando el raquitismo infantil y la osteoporosis.

También que puede mejorarse un estado depresivo mediante la exposición a una fuente luminosa (fototerapia).

Pero quizá el avance más decisivo lo constituye el descubrimiento de los "biofotones" por diversos investigadores (uno de los pioneros es el físico Fritz Albert Popp).

Se demuestra, en este sentido, que el lenguaje con el que se comunican las células entre sí es el de la luz.

Esta emisión electromagnética tendría una de sus fuentes principales en el ADN del núcleo celular, de manera que esta molécula central controlaría las reacciones bioquímicas (entre ellas la actividad enzimática) a través de biofotones.

Investigadores rusos han puesto igualmente de manifiesto que los meridianos de la acupuntura pueden ser considerados como una especie de redes de fibra óptica por donde la información lumínica circula con mayor facilidad.

Los láseres médicos son luces monocromáticas concentradas, vibrando en un solo plano, y todos conocemos su poder a la hora de utilizarse como bisturí o para estimular procesos biológicos.

La cromoterapia, por su parte, utiliza las informaciones contenidas en la luz y las frecuencias de los colores para restablecer el equilibrio energético y activar el proceso curativo.

Me gusta emplearla en mi consulta porque, además de eficaz, es una terapia inocua, e incluso tiene un hermoso tono poético (casi una medicina "élfica") al sanar mediante el arcoiris.

Qué es la luz como símbolo espiritual

En todas las tradiciones espirituales de la humanidad, la luz o el fuego han sido considerados imagen de lo divino. La propia raíz "div" indica precisamente algo resplandeciente, luminoso.

La aparente adoración del sol y las estrellas por parte de algunas culturas, por ejemplo, habría que verla en sentido más bien simbólico (lo que no significa irreal).

Porque la luz, al igual que la divinidad, es lo que nos permite ver, pero a su vez no se deja ver directamente. En efecto: no percibimos la luz física en su forma pura, sino como reflejo oo resplandor al tocar los objetos materiales. Vemos la claridad.

Del mismo modo, nuestra conciencia, o inteligencia individual, refleja en modo limitado lo que podríamos llamar intelecto universal o Espíritu. Del que Shankara dice: "Es la luz primordial de la cual se alumbra el universo".

En todas las religiones, la dimensión espiritual se describe -si las palabras pueden hacerlo- en términos de claridad y amor, cuya fusión no puede sino dar como resultado una serena felicidad.

Estamos terminando el pequeño periplo que hemos hecho alrededor del símbolo de la luz, recordando sus múltiples aspectos: físicos, biológicos, psicológicos y espirituales. ¿Qué conclusiones podemos obtener de tales reflexiones?

Es difícil decidir para qué sirve en concreto determinada lectura o consideración, cada cual tendrá su manera de entender y sentir, su ángulo o perspectiva desde la que ver los reflejos de esa luz esquiva y a la vez omnipresente.

Pero amar la luz, en sus múltiples facetas, creo que siempre es algo bueno. Y sin que eso signifique aborrecer las inevitables sombras que la propia luz igualmente crea.

En otras palabras, que las cosas de cada día, aunque aparentemente pequeñas, tienen asimismo un carácter universal. Que la misteriosa luz que todo lo abarca está presente en nosotros, en nuestra mirada, pensamiento y sentimientos.

Y que cada amanecer y crepúsculo, que jalonan nuestros días, nos indican a su vez el posible sentido de la vida.

En palabras de la sabiduría védica (Chandogya Upanishad): "La Esencia es consciencia y vida, es luz y verdad, es espacio infinito. De ella son todas las acciones, todos los deseos, todos los perfumes y sabores. Abraza el entero universo y, en silencio, descubrirás que es amor hacia todas las cosas".

Momentos para encender una vela

Las velas tienen el poder de crear luz sin destruir la oscuridad y además pueden contemplarse directamente. Es muy fácil de comprobar.

He aquí un sencillo e interesante experimento. Hay que escoger un momento tranquilo después de anochecer y simplemente desconectar la luz eléctrica y encender una o varias velas.

Se observan entonces los cambios que se producen tanto en el modo de percibir la estancia como en la sensación interior.

Sea cual sea el resultado, hay un hecho constante: se modifica de alguna manera el tiempo y el espacio. No quiere decir que se alteren las dimensiones de la habitación o que el reloj marque las horas de distinta manera.

No se trata de un cambio cuantitativo sino cualitativo: se experimenta de otra manera una misma realidad.

La fascinación que sentimos ante la llama de una vela proviene de que, a escala reducida, nos hallamos frente al fuego y luz primordiales. Esto supone una pequeña experiencia de lo sagrado o de lo solemne.

Por eso las velas no han pasado de moda, sino que continúan siendo algo que hace especial determinadas situaciones.

Recordemos algunas:

  • Una celebración. Cuando queremos hacer del cotidiano acto de comer algo especial, como en - la celebración navideña- (fiesta, por cierto, de la la luz) las velas son un excelente adorno. También propician intimidad y buen presagio cuando dos personas buscan acercar sus corazones.
  • Encuentro amoroso. Iluminar con velas una estancia, o más concretamente el dormitorio, es algo que en ocasiones las parejas hacen. Acaso porque se rinde así un tributo a la vida y su misterio a través del erotismo. Por lo demás, el juego de luz y sombras invita a una agradable ensoñación.
  • Recordar al ausente. Cuando desaparece un ser querido, o se encuentra en grave dificultad, encender alguna vela en su memoria es frecuente en muchas culturas.

La luz es una realidad casi inmaterial, no sujeta al tiempo o al espacio, que permite una comunicación entre almas, a la vez que simboliza un ascenso hacia la dimensión espiritual.

Libros sobre el poder de la luz

  • Historia de la luz; Ben Bova. Ed. Espasa Calpe
  • Atrapando la luz. Historia de la luz y de la mente; Arthur Zajonc. Ed. Andrés Bello