Por Víctor Amat y Bet Font

Un día, en la puerta de la escuela de nuestros hijos, una madre nos explicó que llevaba tiempo sin poder dormir porque los pensamientos acerca del presente y el futuro la abrumaban. Quería tranquilizarse y se desesperaba al no lograrlo.

Llena de preocupación, había visitado a su médico y estaba tomando desde hacía algún tiempo un fármaco que este le había recomendado, mientras le explicaba que la ansiedad es una enfermedad como cualquier otra. "Igual que tomas una pastilla para la hipertensión, si tienes ansiedad, tomas una pastilla para dormir", le había dicho.

Ella se lamentaba de que en su entornotodo el mundo parecía experto en el tema. Le aconsejaban plantas, acupuntura, reiki, meditación, deporte... Otros le decían que no sabía relajarse y se tomaba todo a la tremenda. En los últimos tiempos su pareja le había sugerido que, en el fondo, como no tenía nada que hacer, ella misma creaba esas desagradables sensaciones.

La cuestión es que se sentía cada vez peor y más desorientada. Aunque tomar las pastillas del médico no le quitaba las preocupaciones, temía quedarse sin pastillas, y eso la llevaba a buscar una receta con urgencia si se le acababan. Ese día nos preguntamos: si las pastillas no curan la preocupación, ¿por qué las tomamos para mitigar la ansiedad?

El potencial creativo de la imaginación no tiene fin

Hablar hoy de ansiedad es hacerlo de una dificultad extendida: ¿quién no conoce a alguien atrapado en las garras del miedo y la preocupación? Paradójicamente, es una gran desconocida que puede conducir al colapso emocional.

Algunas personas aún sienten vergüenza de ella, a la vez que se afanan por liberarse cuanto antes de lo que algunos autores consideran como la característica psicológica más representativa del actual Occidente.

Elproblema de la ansiedad es que, a ciertos niveles, no responde a un enfoque razonable.Parece que no existe ningún modo de dominarla y ni consejos ni ayudas nos tranquilizan. Este es el padecimiento más común al que nos conduce la mente en todo el mundo, mientras la industria farmacéutica se frota las manos suministrando medicamentos que no siempre se muestran eficaces para resolverlo.

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Una reacción instintiva

A menudo la ansiedad tiene que ver con lo no dicho, con lo que no nos atrevemos a verbalizar o deberíamos afrontar. Tal vez la clave consista en reconocer que tras la angustia se esconde el miedo: temor a lo que puede pasar, a lo que podemos intuir como peligroso.

La reacción de temor está diseñada para que encaremos una dificultad o bien la evitemos. Por ejemplo, al ver un animal feroz la reacción instintiva es salir corriendo. Ahí el inconsciente toma el control de la situación, decide en milésimas de segundo que toca poner pies en polvorosa y activa las facultades corporales que permiten hacerlo. No se entretiene en analizar el peligro potencial.

Ante un oso, detenerse a dilucidar cuál es la mejor opción podría suponer una pérdida de tiempo letal, por eso reaccionamos instintivamente.

El problema surge cuando el cerebro responde frente a un estímulo aparentemente menor o sin importancia y el sistema nervioso reacciona como si estuviéramos ante una fiera, aunque solo tengamos que enfrentarnos a un ascensor, a un auditorio o a una toma de decisión importante.

Conviene saber que el inconsciente no entiende las bromas. Para él, un peligro es un peligro y el miedo es el miedo. Por ello intentar ser razonables frente a un miedo que resulta aterrador para el cerebro puede resultar ineficiente. La neurología nos traiciona sin atender a razones.

¿Qué tememos?

Existen muchos tipos de miedos que causan ansiedad, desde miedos simples y de causa muy justificada, como el miedo a las serpientes o a los insectos, a otros miedos más elaborados, como el miedo al qué dirán, a los hombres, a quedar atrapado, a morir o perder la cordura, a enfermar... La lista es interminable.

Cuando se trata de temer, el potencial creativo de la imaginación no tiene fin. Además, cualquiera de estas aprensiones tiene un atisbo de posibilidad que, sin duda, justifica al temeroso.

Es a medida que comprobamos que nuestros miedos no se van y no nos tranquilizamos cuando intentamos manejarlos con mayor o menor éxito. La ansiedad es en muchas ocasiones anticipatoria; es decir, se perpetúa en el intento de dominar aquello que aún no ha ocurrido y que tal vez no ocurra nunca.

El afligido puede recordar al hombre que hacía aspavientos por la calle. Al preguntarle por qué actuaba así, respondió: "Ahuyento leones". Cuando se le hizo notar que no había leones en la zona, el hombre dijo: "¿Lo ve? ¡Funciona!". Esa es la cruz del ansioso: creer que puede dominar el miedo hasta que con el tiempo, si las circunstancias estresantes persisten lo suficiente, la aflicción lo domina a él.

Los tres niveles de ansiedad

Como enunció Paracelso, médico suizo del siglo XVI, la dosis, más que la sustancia en sí, es lo que diferencia a un veneno de una medicina. La ausencia total de ansiedad sería muy perjudicial para la subsistencia de la especie humana, por eso la naturaleza se ha encargado de establecer estas redes neuronales que nos mantienen en marcha, motivados e interesados en salir adelante como individuos y como especie.

1. Ansiedad llevadera

En un primer nivel, que podríamos llamar de ansiedad baja o moderada, somos capaces de manejar las preocupaciones y temores de una manera llevadera. Podemos conversar con personas que pueden ofrecernos sus experiencias y consejos, y sobrellevamos la preocupación con bastante eficacia.

Realizar meditación, yoga o cualquier actividad física de poca intensidad es de gran ayuda en este caso. El hecho de enfrentarse a este tipo de dificultades de la vida y hacerlo de manera exitosa genera una sensación de logro y aprendizaje que refuerza la autoestima: nos sentimos crecer y configuramos nuestra confianza para el futuro.

Por eso no es malo permitir que los hijos afronten pequeñas dificultades por sí solos y aprendan de las consecuencias de sus actos. De ese modo, aunque los supervisamos amorosamente, podemos ayudar a que construyan una imagen de sí mismos en la que pueden superar escollos adecuados a su edad.

2. Ansiedad elevada

En un segundo nivel, en la ansiedad elevada, el estrés y las aprensiones personales llevan a sentir las manifestaciones fisiológicas de la ansiedad. Se reconocen en síntomas como palpitaciones, taquicardias, sensaciones desagradables en el estómago, temblores, inestabilidad, mareos o parestesias, entre otros. El pensamiento puede hacerse torrencial y aparecen los pensamientos negativos.

Las sensaciones corporales son más perceptibles, empiezan a ser desagradables y los intentos de control sobre el cuerpo requieren un gran esfuerzo. Es posible tener problemas para dormir y sentirse fatigado. En este punto, a la persona le cuesta seguir las sugerencias del entorno y se siente mal puesto que sus preocupaciones no parecen tener fin.

Conviene tomar entonces algunas decisiones saludables, y quizá un ejercicio intenso resulte más efectivo que propuestas más tranquilas que funcionan con la ansiedad baja. Es el momento de plantearse algunos cambios.

¿Está todo bien en mis relaciones sociales? ¿Funcionamos bien en pareja? ¿Me estresa mi trabajo? Este tipo de ansiedad elevada puede llevar a cuestionar el modelo de vida. Tal vez la solución pase por abordar cambios postergados o conflictos con los que se evita lidiar.

3. Ansiedad insoportable

En el tercer nivel, el de la ansiedad insoportable, parece que todo escapa a nuestro control. En este lugar, la ansiedad se desboca y se vuelve paradójica: todo aquello que debería ayudar parece empeorar el problema. La ansiedad se convierte en una pesadilla que parece no tener fin. Los intentos de mantener el control llevan a perderlo y, cuanto más se busca la relajación, más crece la angustia.

El pensamiento positivo, en vez de ayudar, lleva a sentirse impotente al ver que nuestros peores miedos son más poderosos que nuestros vanos intentos de visualizar que todo irá bien. Cuando la angustia es tan acusada se hace preciso contactar con algún buen profesional, puesto que el entorno, a pesar de sus muestras de afecto, lo que hace es agravar la irritación.

Resulta prioritario entonces retomar la senda de la salud a través de acciones en todos los ámbitos de la vida: aprender a cuidar la alimentación, realizar ejercicios físicos y tener recursos que permitan canalizar el miedo y devolverlo a su tamaño real. Muchas técnicas psicológicas y espirituales pueden ser de ayuda en esos momentos.

La buena noticia es que hay cosas que pueden hacerse. La mala, que requiere cierto tiempo conseguir hacer las paces con uno mismo.

Estrategias que te serán útiles

Cuando no se sabe qué hacer es útil tener algunas ideas para abordar la ansiedad, pues su presencia quizá indique que ha llegado el momento de tomar decisiones importantes.

  1. Realizar unaactividad física poderosa se ha demostrado más eficaz que los fármacos para manejar el estrés.
  2. Practicar disciplinas comoel yoga o la meditación pueden ser excepcionales recursos para equilibrarse.
  3. Llevar undiario personal resulta muy útil para reconocer las cosas que preocupan y darse un tiempo para reaccionar.
  4. No estar hablando de la ansiedad todo el tiempo porque, al contrario de lo que se cree, hacerlo es una manera de agravarla.
  5. Realizar actividades a pesar de estar ansioso. Anunciar a nuestro entorno que no estamos muy finos, sin dar demasiados detalles, es un buen recurso para enfrentar situaciones temidas.
  6. Contar con asesoramiento para seguir una dieta saludable y libre de sustancias excitantes que permita fluir con las tensiones diarias.

Un camino con altibajos

Como decíamos, la ansiedad resulta terriblemente paradójica; por ello, para liberarse de ella, necesitamos "vestirnos despacio si tenemos prisa". Rodearse de un buen equipo de profesionales y perseverar en un camino que suele estar repleto de altibajos es la llave de la solución a la ansiedad.

Aprender durante un tiempo a convivir con ella, estableciendo unos objetivos adecuados, ayudará a sentirse libre del miedo y de la culpa. Atenuar esos dos sentimientos resulta esencial para poder dormir tranquilamente en un futuro cercano pues, como dijo William Shakespeare, "no hay noche que no vea el día".

Bibliografía

  • David D. Burns. Adiós, ansiedad (Ed. Paidós)
  • Scott Stossel. Ansiedad (Ed. Seix Barral)