5 claves para vivir con mayor consciencia

Aprender a no identificarse con lo que se ve, se piensa o se siente ayuda a no dejarse llevar por las preocupaciones. Algunas meditaciones te enseñan el camino.

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Uno de los puntos en el que coinciden las principales filosofías de la India es que consideran la mente como un órgano más del cuerpo humano. Los ojos, las papilas gustativas, la piel, las fosas nasales… cada órgano cumple una función a la hora de percibir el entorno y relacionarse con él, pero no son el mundo, no son la realidad; y de la misma manera, la mente tampoco lo es.

Aquello que se piensa del mundo y sobre uno mismo es solo una fracción de la realidad, igual que los colores que se perciben no abarcan todo el espectro posible de luz o los sonidos que oye el oído humano no son más que una parte de las ondas sonoras que captan otros animales.

La realidad última de las cosas va mucho más allá de las ideas que la mente humana puede entender sobre la realidad, pues, solo son aquello que este órgano alcanza a comprender. Esto tiene profundas implicaciones en nuestra relación con dos productos de la mente: los pensamientos y las preocupaciones.

Remolinos de ideas propias en el universo

Para la filosofía india la consciencia crea la materia, o mejor dicho, la experiencia de la materia en este mundo, y no a la inversa. Postula que una sola consciencia universal, infinita e indivisible, es la esencia de todo lo que existe.

Dentro de esa consciencia universal hay movimiento. Los fenómenos se remueven formando lo que en sánscrito se llaman vrittis: remolinos o torbellinos.

Lo que parecen percepciones e ideas propias no son más que remolinos; corrientes internas en la profundidad del universo.

La confusión del yo

Estas corrientes interiores arrastran con ellas la idea de "yo soy". La persona se cree un ser independiente, un ser que percibe el entorno y luego actúa. Esto, desde el punto de vista del "yo" es cierto, pero en un nivel más profundo la persona nunca está desconectada del entorno.

Los Aforismos del yoga de Patañjali, como otros textos clásicos, afirman que no somos la mente, y que mente y conciencia son cosas diferentes. El yo nace al confundir la conciencia con la mente. Es una confusión esencial que lleva a sentirse inquieto y desasosegado.

El budismo compara las sensaciones que perciben el cuerpo y la mente con "agregados" (skandha en sánscrito), "grumos" de impresiones y recuerdos acumulados. Estos grupos de sensaciones giran en la consciencia universal y son recogidos por la idea de Yo, que se identifica con ellas. Así, el Yo, que no es independiente, acaba creyendo que lo es.

Los agregados son reales y no es factible obviar su existencia, pero ninguno representa lo que somos en última instancia. Aun cuando no se busque el objetivo místico de transcenderlos, tener en cuenta esta visión en la vida diaria ayuda a desarrollar una relación más sosegada con las propias preocupaciones.

Los agregados de sensaciones se dividen en cinco categorías: forma y cuerpo; sentimientos y sensaciones; percepción; estados mentales, y conocimiento. Este artículo se concentra en los tres primeros y ofrece una meditación para mejorar la relación con cada uno de ellos.

1. El cuerpo, un río que fluye

El cuerpo no está separado del entorno: los cuatro elementos fluyen a través de él. Los minerales y proteínas ingeridos se transforman en huesos y células; la humedad del entorno llena los órganos y fluye por las venas gracias al oxígeno que los pulmones absorben del aire; y, a la vez, el cuerpo no sobreviviría sin el calor del sol.

El maestro budista Thich Nhat Hanh suele recordar en sus libros y conferencias que de la misma manera que uno le debe la vida a su corazón, que bombea sin que se le ordene hacerlo, le debemos la vida al sol, que arde en el espacio sin que se lo pidamos. El sol es nuestro corazón también, porque sin él tampoco podríamos vivir.

El cuerpo es pues, como un torrente por el que fluye el entorno, como un río en el que cada célula es una gota de agua. En cada momento nacen y mueren células. El cuerpo no tiene una forma permanente, es como un océano lleno de olas y seres que viven en sus profundidades.

Para aprender a calmar las olas del cuerpo es útil recordar que este es como un río de células que fluye y se transforma. Esta meditación puede hacerse ante el espejo cada noche.

Según Óscar Pujol, la conversión espiritual es un punto de inflexión, el momento en que se produce un giro hacia dentro y se intenta descubrir la fuente interna de la luz: el sol interior. Entonces se deja de buscar el placer para buscar el origen del placer. Se deja de buscar el objeto amado para perseguir el amor, y se deja de atesorar información para buscar la fuente del conocimiento.

2. Los sentimientos como olas

Según la teoría budista, los sentimientos son en parte reacciones del cuerpo a lo que perciben los sentidos. De la misma manera que el nacimiento y la desaparición de células fluye como un río en el cuerpo, los sentimientos también se mueven, pasan y juegan con los sentidos.

El cuerpo percibe y siente constantemente, pero dado que el cuerpo no es la última realidad, tampoco lo son las emociones. Cuerpo y emociones fluyen acompasados dentro de la consciencia universal y existe, por tanto, la posibilidad de ver cada sentimiento como una entidad, observar su paso como el de una ballena en el océano y su relación con los sentidos como el de un pez con su comida.

No es inevitable dejarse llevar por los sentimientos, porque estos no son más que olas, movimientos en el río de la vida. Por el contrario, se puede observar la energía que contienen las emociones que pasan por el cuerpo sin dejarse arrastrar por ella.

Para ello es útil repetirse durante el día, regularmente, que los sentimientos son como olas, su influencia sube, baja y pasa, para dar lugar a otro sentimiento. No somos lo que sentimos.

3. Cuestionar lo que se percibe

El budismo no distingue entre las percepciones de los sentidos y la manera en que la mente decide recibir esta información. Esto quiere decir que la mente es selectiva, que no ve toda la realidad; los objetos que la mente percibe corresponden a aquello que busca percibir.

No se trata de cuestionar si existe realmente un objeto percibido, como por ejemplo la luna, pero sí aquello que el estado mental del momento quiere ver en la luna: belleza, tristeza, un mal augurio…

El acto de percibir incluye en su interior la semilla de lo que la mente quiere ver. Por eso los maestros y textos budistas suelen recomendar que se cuestione todo lo que se percibe. "Donde hay percepción, hay engaño o decepción", le dice el Buda Gautama a su alumno Subhuti en el Sutra del Diamante. "¿Estoy seguro?" es la pregunta clave de la práctica budista.

Un ejercicio agradable puede ser el percibirse a uno mismo como una hoja de papel en blanco sobre la que se pintan las referencias con las que uno se identifica. "Soy buena", "soy sufrido", "soy generosa"… son categorías que nos inventamos para relacionarnos con situaciones determinadas, pero no son todo lo que somos.

Este ejercicio enseña a relativizar las etiquetas que uno se pone, a identificarse menos con ellas y a ver la posibilidad de cambiar aquellas cualidades que creemos inherentes a nuestra persona.

Recordarse a uno mismo regularmente que aquello que consideramos nuestro "carácter" no es más que un cúmulo de costumbres y etiquetas aprendidas resta peso a esta preocupación.

4. Observar la mente con la meditación

La mente no puede superarse a sí misma sola. Tampoco puede pensarse desde fuera. La mejor manera de aprender a conocer y comprender el funcionamiento de la mente es fijando un referente externo. Para ello resulta de gran ayuda la meditación.

En la meditación, enfocar la atención en la respiración resulta muy útil. Con la práctica, la capacidad de atención se agudiza y la persona se vuelve más sensible a los cambios corporales. Cada pensamiento produce una reacción corporal y, a medida que se desarrolla esa mayor sensibilidad, se puede reconocer el paso de emociones o pensamientos a partir de los cambios corporales.

Reconocerse en el otro meditando

Las ideas necesitan ser contrastadas; también las ideas que uno se forma inevitablemente sobre la meditación. Encontrar a personas que busquen el mismo objetivo que nosotros, que practiquen la observación de la mente y con quienes nos sintamos cómodos para compartir experiencias es una excelente manera de disfrutar más de la práctica. En comunidad, se puede contrastar las propias conclusiones y aprender de la experiencia de otros.

El contacto con otras personas nos recuerda que la relación con los propios sentidos y la propia mente es común y humana; uno se puede reconocer en sus semejantes.

5. La importancia de perseverar

Conocer esta visión del funcionamiento de la mente no basta para provocar un cambio profundo. Para lidiar mejor con las preocupaciones es necesario acostumbrar a la mente a una nueva manera de pensar. Como cualquier órgano, necesita entrenamiento.

Es importante practicar ejercicios de reeducación mental como los expuestos en el método que recomiendan las filosofías indias para mejorar la conexión con la consciencia universal y descubrir la condición pasajera de las preocupaciones, las cuales dependen de un punto de vista que siempre es limitado.

Una mente tranquila conduce a la felicidad. Por el contrario, una mente alterada produce angustia. Retiramos la comida echada a perder, pero dejamos que fermenten en la mente pensamientos deteriorados que degeneran en odio y enemistad. La higiene mental, al igual que la del cuerpo, debería ser una ocupación cotidiana.

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