A veces tenemos la sensación de que ocurren pocas cosas extraordinarias en la vida. Nos fijamos en los grandes acontecimientos –una boda, un largo viaje, el nacimiento de un hijo– y no apreciamos los regalos que, momento a momento, nos ofrece cada jornada.

En una de las escenas más recordadas de la adaptación al cine de Alicia en el país de las maravillas, el Sombrerero Loco celebra el "día del nocumpleaños". Es decir: cada fecha del calendario merece una fiesta, ya que la existencia se vive día a día y nunca sabemos cuándo va a terminar.

Si tomamos conciencia de ello, estaremos en disposición de celebrar lo cotidiano. Cabalgando a lomos de lo urgente, a menudo nos pasan inadvertidas las pequeñas maravillas que dan sentido a nuestros días. La magia de la vida se muestra a menudo en lo humilde y sutil.

Como reza un viejo proverbio oriental: "Estás aquí de paso, detente a mirar las flores."

10 formas de celebrar cada día

Lola Mayenco, en su excelente libro Algo que celebrar, reflexiona sobre esta falta de atención del ser humano actual, siempre atareado, hacia esos momentos de profunda belleza y significado: "Los amaneceres en el mar, los paseos por la montaña junto a los niños, los desayunos de los sábados (…), las fiestas con los amigos, las tardes de tormenta, las puestas de sol o las noches de lluvia de estrellas".

Esta lista de milagros cotidianos se podría completar con otras pequeñas delicias para los sentidos ―–y para el alma– que tienen lugar de puertas adentro. El olor del pan o del té recién hecho, el gato que ronronea en nuestro regazo, una conversación a la luz de las velas.

Esta periodista barcelonesa divide en diez ámbitos los motivos diarios de celebración:

  1. Momentos: Dado que cada instante es único, el mejor modo de honrarlo es darle el valor de irrepetible y saborearlo en consecuencia.
  2. Lugares: Apreciar el espacio donde nos encontramos, admirando sus detalles y matices con ojos siempre nuevos. Como decía Henry David Thoreau: "El paraíso está sobre nuestra cabeza y bajo nuestros pies".
  3. Elementos: Damos por supuestos bienes imprescindibles para nuestra supervivencia, como el agua o el sol, que son escasos en muchos puntos del planeta. Al recibirlos podemos experimentar gratitud.
  4. Plantas: Los alimentos que nos nutren cotidianamente, así como las plantas que nos ayudan a sanar o las flores que alimentan nuestro espíritu, son también motivo de celebración.
  5. Animales: Tanto si convivimos con mascotas como si gozamos contemplando el vuelo de las aves, nuestros compañeros de planeta son maestros en el arte de la sencillez y la espontaneidad.
  6. Posesiones: Valorar lo que tenemos en vez de anhelar lo que desearíamos tener es la clave de la satisfacción presente.
  7. Cuerpo: Percibimos el mundo y lo disfrutamos a través de los sentidos. Por lo tanto, cuidar de nuestro único vehículo para la vida es prepararlo para una fiesta diaria.
  8. Mente: Es imposible apreciar las maravillas que nos rodean si interponemos entre nosotros y el mundo los velos de la negatividad y las ideas preconcebidas. En parte somos lo que pensamos.
  9. Corazón: Indagar en nuestros sentimientos y motivaciones nos permite profundizar en la propia esencia, lo cual beneficiará nuestras relaciones con los demás.
  10. Alma: Cultivar la vida espiritual en el día a día (para ello no es necesario seguir una religión) amplía el ancho de banda de nuestra conciencia para una celebración de la vida más plena.

Rituales para cada momento

Una serie de estiramientos o probar el "saludo al sol" (yoga) para desentumecer el cuerpo es un buen comienzo para lo que nos espera hoy.

En vez de comer cualquier cosa, 20 minutos para un desayuno nutritivo y en paz aportarán energía hasta el ecuador de la jornada.

Paseo después de comer. Sobre todo si se trabaja pegado a una mesa, una breve vuelta para airearse revitalizará el cuerpo y la mente.

El contacto diario con cualquier forma de creación –literatura, música, artes plásticas...– o con el mundo natural es un bálsamo para el alma.

Una conversación relajada, una meditación u otra iniciativa que nos infunda calma aportará un buen cierre para el día.

Celebrar lo cotidiano del trabajo

Cuando nos detenemos por voluntad propia o la vida frena nuestro curso –por ejemplo, a través de una enfermedad–, todos somos capaces de apreciar la belleza de las rosas, de un plato elaborado o de una compañía alegre.

Sin embargo, la vida no se compone solo de ocio. ¿Cómo podemos celebrar lo cotidiano en el trabajo o en las labores repetitivas del hogar?

El monje y licenciado en filosofía Keisuke Matsumoto ve en estas tareas una oportunidad de crecimiento y purificación espiritual. En su curioso Manual de limpieza de un monje budista explica: "Nuestra jornada comienza con la limpieza. Se barre el interior del templo, el jardín, y se friega el suelo de la sala principal."

"Pero nosotros no limpiamos porque esté sucio o desordenado, sino para librar al espíritu de cualquier sombra que lo nuble."

Del mismo modo que todo viaje exterior acaba siendo también interior, cuando damos un significado profundo a lo que hacemos, por humilde que sea la labor, con ello logramos destensar el cuerpo y aquietar la mente, liberando espacio para la creatividad.

Por este motivo el zen clásico, así como la nueva técnica del mindfulness, insiste en poner los cinco sentidos en lo que se está haciendo, como si fuera lo más importante del mundo. En vez de torturar la mente y fatigar el cuerpo con la dispersión, centrar la atención en una sola cosa lleva a un estado parecido a la meditación.

Matsumoto ve la celebración de las tareas cotidianas como un antídoto contra la insatisfacción: "Mucha gente cree que la libertad es hacer realidad lo que uno quiere. Pero eso no es libertad. Desde el momento que deseas hacer algo, tu corazón queda prisionero del deseo. La libertad es vivir en paz día a día (…)"

"Y eso se consigue sumando una a una nuestras acciones. Por ejemplo, el tiempo que dedicamos a limpiar con esmero."

Esta misma atención y aprecio por la limpieza de que habla Matsumoto puede aplicarse a todo lo que nos rodea, con lo que convertiremos la gris rutina –el color lo pone la mente– en un espacio para la serenidad y la plenitud.

Todo depende de nuestra percepción

Dado que el resplandor de lo cotidiano depende de nuestra percepción de las cosas, personas y momentos, veamos cuáles son las actitudes que llenan de polvo y nubes la mirada.

La falsa creencia de que no hay tiempo para disfrutar de este instante. Si analizamos la jornada a posteriori, descubriremos que hemos perdido parte del día en asuntos secundarios.

Anclarse al pasado o recrearse con el futuro son dos formas de evadirse de un ahora que es nuestro único bien.

Desear que las cosas sean de otro modo. Esta es otra trampa mental para no afrontar el día que tenemos entre manos y responsabilizarnos de nuestra vida real.

Un relato anónimo americano ilustra de forma elocuente ambas actitudes respecto al presente: la del monje que se asienta en el ahora y la del ser inquieto que lo rehúye. Tiene como protagonista al caminante que llega a un pueblo y se dirige a un viejo que está sentado bajo un porche sin hacer nada.

–Escuche, buen hombre –pregunta el forastero–. ¿Sabe adónde va esta carretera?

–Nunca he visto que vaya a ningún lugar –responde el viejo–. Cada mañana, cuando me levanto, miro por la ventana y todavía sigue ahí.

–Lo que yo quiero saber es si tengo que cogerla para ir a Fortsmith.

–No tiene ningún sentido que lo haga: allí ya tienen una carretera.

–Supongo que usted ha vivido aquí toda la vida –comenta el forastero perplejo, a lo que el viejo responde:

–Todavía no.

Como el anciano de este relato, en la celebración de lo cotidiano prima la mirada sobre el viaje. Bastará con abrir bien los ojos y el resto de sentidos para entender que todo lo que sucede a nuestro alrededor es un regalo irrepetible.