Como seres sociales que somos, hemos desarrollado ingenios que permiten una comunicación instantánea entre dos personas situadas cada una en una punta del planeta. La distancia física no constituye ya una limitación o un impedimento para conectarlas.

Sin embargo, el ser humano puede ser incapaz de entenderse con su compañero de trabajo, su hijo o su pareja. Y no siempre conseguimos sortear las barreras que dificultan que los mensajes emitidos sean siempre bien interpretados.

Virginia Satir, pionera de la comunicación y la terapia familiar, decía que la comunicación es a la salud personal y a las relaciones personales lo que la respiración es a la vida. Aprender a comunicarse mejor podría facilitar el desarrollo de las personas, oxigenar parejas, familias y organizaciones, así como evitar un enorme sufrimiento.

No siempre tenemos razón, debemos saberlo

No son pocos los autores que afirman que integrar un modelo de comunicación eficaz podría crear un mundo de convivencia más pacífica y armónica. De hecho, la palabra comunicación procede de la latina communis: "común". Comunicar es poner en común y sentar las bases de una comunidad en la cual todos sus miembros puedan mostrarse, crecer y satisfacer sus necesidades con la colaboración de quienes los rodean.

¿Qué obstáculos conviene vencer para enriquecer la comunicación y, con ello, las relaciones y la vida? Nada puede mejorar si no hay intención de conocer qué siente y qué le pasa al interlocutor. Uno de los motores de la comunicación es el deseo de comprender cómo es la visión del mundo de las otras personas, mientras que su mayor enemigo es la imperiosa necesidad de tener razón.

"A la hora de comunicar uno busca a menudo sentirse más fuerte que el otro. La persona no se da cuenta de que más importante que conquistar el poder sobre el otro es mantener el control sobre uno mismo. A veces las palabras que se pronuncian no solo hieren a los demás sino también a nosotros mismos por la imagen que devuelven de uno y el malestar que encierran", puntualiza Robert Long, formador de PNL en el Institut Integratiu de Barcelona.

Long cuenta esta historia de Idries Shah: "Llegó un huésped que se llamó a sí mismo buscador de la verdad y el mesonero le dijo: "Si buscas la verdad necesitas tener, ante todo, una cualidad". "Ya la tengo –contestó el huésped–: un anhelo invencible de verdad". "No –le corrigió el mesonero–, una disposición asidua para admitir que puedes estar equivocado".

No es fácil mostrar vulnerabilidad ni correr el riesgo de que al aceptar el discurso del otro se desmonten nuestras creencias. A lo largo de una conversación auténtica uno puede sentirse tan acariciado por las palabras como ofendido por ellas. Relacionarse de verdad es mantener el contacto con el otro, visitando –aunque sea por unos momentos– su cosmovisión particular.

El contexto social actual no contribuye a ello. Hoy la comunicación más bien se erige en un instrumento para reafirmarse, competir, vender un producto o a uno mismo, e incluso manipular, en vez de para conocer al otro, aprender, colaborar o crecer con él.

La receta de las cinco "A"

El reto es recuperar la verdadera grandeza y función de la comunicación: enriquecer la experiencia subjetiva, que aísla a la persona, para acercarse, coordinarse, emocionarse y realizar proyectos sumando fuerzas.

Los expertos proponen aplicar las cinco "A":

  • Atención para escuchar al otro y ofrecerle tiempo (cabría preguntarse cuántas veces estamos totalmente presentes en una charla con un hijo, por ejemplo).
  • Aceptación, lo que implica no intentar cambiar al otro ni lo que dice, siendo conscientes de que hay otras verdades y formas de evaluar la realidad.
  • Aprecio para mostrar respeto en cualquier condición, algo que cuesta por la tendencia que se tiene a juzgar.
  • Afecto para tenerlo presente y ofrecerlo, aunque haya discrepancias en lo que se discute.
  • Apertura para comprender e integrar lo más posible el discurso del otro.

El miedo a escuchar

"Escuchar no significa callar, sino captar con precisión a la persona que tienes delante, escucharla con los ojos. Escuchar implica cultivar un estado de silencio interior para ponerse a disposición del otro bajando el volumen del constante discurso interno que dispara las reacciones. Escuchar significa detenerse ante el otro, decirle con cuerpo y mente: "este tiempo es para ti'", señala Ferran Ramón-Cortés, fundador del Instituto 5 Fars, donde se ayuda a mejorar las habilidades de comunicación y relación. Pero cuesta vencer la inercia de la prisa y del miedo, otros dos importantes obstáculos de la comunicación.

Ferran advierte: "Muchos jefes temen escuchar a sus empleados por si tienen quejas o demandas que no pueden atender. También ocurre en las familias cuando prefieren no abordar según qué temas por miedo a las emociones que puedan desencadenar."

"El cerebro bloquea la escucha de aquello que dice el otro y no encaja con mi mapa –continúa Ferran–. Se han realizado experimentos con políticos, entre otros. Al salir de un debate se les pregunta sobre el contenido básico del discurso de su adversario y no lo recuerdan. ¡Porque el cerebro es selectivo y solo deja entrar los mensajes que reafirman sus creencias!"

Ferran resume: "Si creo que eres un pesado, solo percibo aquello que me confirma lo que pienso. La comunicación es un juego de miopes. Estamos básicamente dentro de nosotros mismos".

Ampliar esta visión sesgada pasa por responsabilizarse de los resultados que se obtienen con las comunicaciones que se realizan y que en su mayoría son un vivo reflejo de nuestros diálogos internos. Ser más conscientes de ellos será por tanto de ayuda, así como marcarse un objetivo claro.

Sol Martínez, formadora de PNL y psicoterapeuta, afirma: "En lugar de reaccionar automáticamente, conviene preguntarse: ¿Qué me está pasando? ¿Qué siento ante estas palabras? Y también: ¿Cuál es mi verdadera intención: mostrarme fuerte, convencer, acercarme...? ¿Qué emociones esconde mi discurso? ¿Para qué digo esto? De lo contrario uno se deja llevar y acaba en el lugar del que quería huir".

Y añade: "Hay personas que nunca validarían la intención de su comunicación si fueran conscientes de ella: no aceptarían esa parte de sí mismas que intenta controlar a su pareja o manipular por propio interés".

Las cuatro llaves mágicas del lenguaje

Marshall Rosenberg, autor de Comunicación no violenta: un lenguaje de vida (Ed. Gran Aldea), ha creado un modelo para implementar este tipo de comunicación entre los niños. Distingue entre el estilo del chacal y el de la jirafa: el chacal fuerza, da órdenes, compara, juzga, analiza, moraliza, acusa; la jirafa, con su largo cuello, posee buena perspectiva y una visión clara.

Cuando uno se siente maltratado o quiere imponer su deseo tiende a utilizar el lenguaje del chacal que divide. Según Rosenberg, las generalizaciones al hablar ("siempre", "nunca", "todo", "nada"...), las comparaciones y las acusaciones crean un clima de alienación y desconfianza que predispone al interlocutor en contra.

En contraste, el lenguaje de la jirafa unifica, abraza la parte negativa del otro con compasión, habla desde el corazón y retiene sentimientos, sean positivos o negativos.

La jirafa tiene cuatro llaves mágicas:

  • La llave de la boca, que abre el corazón para expresarse.
  • La llave de las orejas, que ayuda a escuchar abiertamente, sin juicios ni prisa por responder.
  • La llave de los ojos, que observa, aprende y llega a conocer a aquellos con quienes nos comunicamos.
  • La llave del corazón, que solo se abre con las otras tres llaves anteriores.

Este modelo de comunicación se ha comprobado que en los niños aumenta la cooperación y la escucha mutua y reduce el nivel de violencia. Con él se valoran por igual las necesidades de todos. Y cuando la persona con la que se discrepa percibe que existe un interés real por lo que está sintiendo, se relaja.

"Los juicios que realizamos sobre los otros son la expresión de nuestras necesidades no satisfechas. Hay que centrarse más en lo que deseamos en lugar de en lo que está mal en los demás o en nosotros", recalca Rosenberg.

Comunicar es aprender a bailar en pareja

Se acusa a la pareja cuando una necesidad personal no ha sido satisfecha. Un padre se enfada con su hijo si sus expectativas no se han cumplido. En esos casos, hablar desde el rechazo provoca a su vez el de la otra persona. Según Ferran Ramón-Cortés, "para compensar el efecto de una crítica se requieren al menos cinco elogios. Pero en el ámbito laboral se comprueba que hay un elogio por cada diez críticas. Además, se es muy preciso a la hora de criticar y muy poco a la hora de elogiar".

Conviene tener claro que las personas no se pueden cambiar ni tienen por qué actuar según nuestra voluntad, así como investigar cuál es la necesidad que el otro busca cubrir con sus palabras. Comunicar es aprender a bailar con el otro, tendiéndole una mano para acompañarlo, mientras la otra queda cerca del corazón para cerciorarse de que se expresa con autenticidad y deja aflorar parte de su vulnerabilidad.

"La dificultad estriba en combinar la autorrealización con la autotrascendencia, porque tan importante es expresar y pedir lo que uno necesita con empatía y afecto como comprender al otro y dejarse impregnar por su discurso. Si se quiere crear un nosotros, tan nocivo resulta un exceso de atención al yo como un exagerado cuidado del tú", señala Anna Forés, coautora de La asertividad, para gente extraordinaria y La Resiliencia, crecer desde la adversidad (ambas en Ed. Plataforma). Encontrar este equilibrio es un aprendizaje que dura toda la vida. Pero del mismo modo que si una neurona no interactúa muere, la vida de una persona sin una comunicación sana queda asfixiada.

Las cuatro etapas de la comunicación

Marshall B. Rosenberg propone dividir la comunicación en cuatro etapas:

  1. Observar las palabras y actos concretos que afectan al bienestar. Describir la situación sin juicios: "Veo...", "Oigo...","La situación es…".
  2. Identificar y expresar las emociones que se han generado: "Siento…".
  3. Descubrir qué necesidades, valores y deseos no satisfechos se hallan tras este sentimiento: "Mi necesidad es...", "Me gustaría…".
  4. Formular una petición concreta, positiva y factible: "Por favor podrías...", "¿Estarías dispuesto a…?".

La fórmula final sería: cuando sucede "a", yo me siento "b", porque lo que necesito es "c"; por lo tanto, me gustaría "d". "Más allá de las ideas de actuar bien o mal se extiende un campo. Allí nos encontraremos." (Rumi).