Yin suena a débil, pasivo, lánguido, casi a falta de determinación o incapacidad para actuar, ¡en un mundo que valora mucho la acción! Pero si se entiende como nuestro lado receptivo, suave, no sometido a la exigencia, resulta tan imprescindible como el yang, al que además ayuda a sostener.

El yin, incluso cuando se concreta en la máxima quietud, es también energía, solo que de un tipo de energía que no estamos acostumbrados a apreciar. Tal como los describió el taoísmo, el yin y el yang son contrarios que colaboran y se apoyan mutuamente, hasta el punto de que uno está siempre incluido en el otro.

El papel del yin, aparentemente inerte, es en realidad de germen, contiene en su seno toda la acción que luego se despliega, porque en las pausas el movimiento puede dotarse de un nuevo impulso y una nueva dirección. Cuando nos nutrimos y soltamos es cuando puede manifestarse lo más profundo que hay en nosotros mismos.

Cómo potenciar tu energía yin en un mundo yang

Nuestro tiempo no es muy amante del yin. Las consignas reinantes señalan una y otra vez al "hacer": hay que responder, moverse, progresar, cambiar, solucionar… Y el yin es todo lo contrario: propone un trato de suavidad, una benevolencia con nosotros mismos y nuestras necesidades, abandonar todo imperativo.

En ese "dejarse estar" se da una atención fácil, que no implica esfuerzo, y percibimos más. El cuerpo, al que cedemos el mando, se dispone a recuperar su equilibrio mediante los mecanismos con los que cuenta para ello.

Frecuentar el yin como actitud, de una forma amplia, aprendiendo a calibrar las fuerzas y a alimentarlas cuando flaquean, se hace necesario en una sociedad claramente yang, solar, masculina, que potencia la fuerza, la superación y la carrera hacia la satisfacción inmediata en detrimento de un recogimiento más femenino, que la mujer conoce por su ciclo hormonal y sus fases de mayor vulnerabilidad.

En este contexto yang, tanto hombres como mujeres necesitamos cultivar el yin, sobre todo cuando acusamos un exceso de actividad, socialización y estímulos. Introducir en tu rutina estos pequeños gestos es la clave para avanzar en ese camino:

1. Si el cuerpo te pide aflojar, escúchalo

Este viraje hacia una mayor conciencia de nuestras necesidades energéticas es sutil, consiste muchas veces en pequeños gestos, como renunciar a un encuentro si se está cansado, por mucho que apetezca, o elegir una velocidad más lenta en un momento de apremio.

Cuando somos capaces de sustraernos al dictado de la mente, que hace sus planes muchas veces desconectada del cuerpo, recobramos cierta soberanía porque estamos decidiendo escucharnos, atendernos, respetarnos.

Acoger el cansancio en vez de exigirnos superarlo es un acto de amor hacia nosotros mismos que revierte luego en nuestra eficiencia y en las relaciones con los demás: nos permite redirigirnos al mundo con mayor energía, mayor claridad mental y una disposición amorosa nacida de esa placidez de los momentos en que se ha bajado la guardia y se ha aceptado que algunas cosas no pueden resolverse, al menos por el momento.

El esfuerzo nos transforma pero también lo manso, blando, delicado.

2. Permítete no hacer

Aceptar ese tiempo liberado siempre que lo necesitemos, aunque las circunstancias obliguen a que sea breve o limitado, supone un giro en la manera de vivir y en el bienestar del que disfrutamos.

Sin esperar a sentirse saturado, ir aprendiendo a permitirse pausas, espacios en blanco, tiempo sin rellenar, es una forma de imprimirle más yin a nuestra vida. El gran aprendizaje es entender que ese no es un tiempo perdido sino muy valioso.

Las personas de naturaleza yang, como muchos hombres, pero también algunas mujeres, necesitan potenciar el aquietamiento que tanto les cuesta. Pero incluso las personas en las que predomina una energía sosegada, menos proclive a la acción, necesitan igualmente respetar y cuidar esa base fundamental sobre la que se levanta su equilibrio para, justamente, abrazar mejor la acción.

En todos los casos puede ser útil considerar si no estamos comprometiéndonos a demasiadas cosas, sobrecargando la agenda con obligaciones y con lo que no queremos perdernos del mundo atractivo y tentador que nos rodea y que llama constantemente a nuestra puerta.

Quizá valga la pena proponerse hacer menos, esponjar las actividades en vez de encadenarlas, para que una vez acabadas su estela pueda completar su recorrido en nosotros.

3. Observa a los que todavía saben

Miremos a los niños y aprendamos de su falta de sentido del tiempo en vez de darles prisa una y otra vez. Observemos cómo juegan, sueñan o descubren el mundo a su alrededor.

Aprendamos de los perros y caminemos a su lado en vez de hacerlos caminar al nuestro: dejemos de tironearles de la correa cada vez que se paran a husmear y probemos la aventura de un paseo meditativo sin objetivos en el que no haya que llegar a ninguna parte.

Practiquemos un punto de vista distinto que escape a cualquier imposición, propia o ajena.

4. Date un momento antes de actuar

Ser más yin es desafiar hábitos arraigados. Vivimos en comunicación constante con los demás y parece que tengamos que responder inmediatamente a todo. Agregar yin a nuestra vida significa también decidir cuándo apearse de ese intercambio constante de palabras en las redes.

Quiere decir no proponer enseguida soluciones a lo que nos cuentan, romper con la inercia de reaccionar rápidamente ante cualquier situación.

Eso yin: escuchar, percibir, acoger, cultivar nuestra receptividad.

5. Sortea tus propias trampas yang

El reto es tal que deberíamos ser capaces de sortear también nuestras propias trampas cuando, supuestamente descansando, organizamos nuestro tiempo yin con una actitud ¡muy yang! No se trata exactamente de reservarse un tiempo para hacer yoga o meditar, ni de obligarse a nada, sino de probar la sensación casi sacrílega de rendirse a la falta de objetivos.

Quizá llevar una vida más yin sea mantener una vida más atenta a las necesidades interiores, llegar a una escucha más fina de lo que sentimos. El desafío es preguntarnos todos los días si podemos ser más amables con nosotros mismos, si podemos alimentar esa parte de nosotros que la sociedad tiende a no potenciar.

6. Cuida especialmente las transiciones

Las transiciones son importantes: cultiva tus momentos yin cuando te levantes por la mañana y cuando te recojas por la noche para practicar la suavidad contigo mismo.

Por la mañana

Empieza bien el día: no te lances a la carrera nada más salir de la cama.

Si hace falta, levántate un poquito antes (acuéstate más pronto para respetar las horas de sueño). Pero trátate bien desde el primer momento: acompaña a tu cuerpo y tu mente sin prisas en ese tránsito hacia la actividad.

Puedes hacer algunos estiramientos, si prefieres algo físico, pero también puedes meditar, observar tus plantas, abrir una ventana y mirar al cielo con gratitud mientras saboreas una infusión o un jugo… En otras palabras, haz aquello que sientas que necesitas para estar bien.

Notarás que, si creas desde el principio ese tono, el día se desarrolla después más sereno y positivo, y que rindes más porque te concentras mejor en cada cosa que haces. No será para ti un tiempo perdido, sino un tiempo ganado.

Por la noche

Prepara el sueño y, antes de acostarte, deja que el día se vaya desvaneciendo.

Aléjate de las pantallas y crea tus propios rituales: fregar los platos lentamente, masajearte los pies con algún aceite, realizar unas respiraciones abdominales con las piernas apoyadas en la pared…

Sé flexible y concédete lo que sientas que en ese momento te puede ir bien.