Cuando éramos niños y alguien nos hacía algún obsequio en forma de juguete o golosina, nuestros padres –antes de que pudiéramos disfrutarlo– nos hacían una extraña pregunta: "¿qué se dice?". Y nosotros, como rebuscando en la memoria de las palabras nuevas, balbuceábamos un "gracias" que con el tiempo pasó a formar parte de los buenos modales.
El hecho de agradecer, al igual que otras normas de adecuado comportamiento como son el saludar o despedirse, no es solo una muestra de buena educación, sino que tiene un sentido profundo.
¿Qué significa dar las gracias?
La palabra "gracia", derivada del latín gratia, indica un don, algo que nos es dado de forma gratuita podríamos decir. Su equivalente en griego sería karisma, con un sentido similar de cualidad personal. Hablamos así de personas "carismáticas" o "agraciadas" que suelen ser afortunadas en la vida debido a ciertas cualidades innatas (inteligencia, bondad o belleza) y son apreciadas socialmente.
No olvidemos que a quien destaca por su simpatía se le suele llamar "gracioso". En realidad se trata de alguien que tiene un don natural y lo transmite a los demás (un sinónimo de gracioso sería dadivoso), en este caso en forma de alegría.
De manera que, cuando damos las gracias, reconocemos por un lado el favor recibido y por otro lo devolvemos en forma de buenos deseos hacia esa persona que nos brinda ayuda. Me aventuro a decir que seguramente la frase al completo sería "gracias te sean dadas", en el sentido de invocar un poder más alto y que este recompense a la persona bondadosa con nosotros. Sería parecido al "Dios se lo pague" de los mendigos de antaño.
Solidaridad
Agradecer es una forma de reconocimiento de que en la vida nos necesitamos los unos a los otros. ¿Qué hubiera sido de nosotros si en los primeros años de vida no hubiéramos recibido los cuidados de padres, familiares, médicos, maestros…?
Después no cesamos de recibir el apoyo de muchas personas, a la par que contribuimos por nuestra parte a que la sociedad vaya adelante.
Dar y recibir es consustancial a la vida. Nos especializamos en una profesión determinada, ganamos dinero y lo gastamos en cosas que nos aportan otras personas con su trabajo.
Como diría el budismo, todos los fenómenos son interdependientes, ningún ser u objeto lo es por sí mismo de manera independiente. La mesa sobre la que tomamos la comida no ha aparecido de la nada, está formada por la combinación de trozos de madera que antes fueron parte de un árbol y que un carpintero ensambló.
¿Y qué decir del plato de arroz que está sobre esa mesa? Si buscamos retrospectivamente su origen advertimos que casi se pierde en los confines del tiempo y del espacio: el tendero, el transportista, el campesino que lo cultivó, el agua, la tierra y el sol necesarios para su crecimiento, el comienzo mismo de la existencia del arroz como tal…
Todo en la vida es esencialmente un don, una gracia. De ahí la costumbre, común a todas las culturas, de agradecer a Dios –o a los dioses– los bienes que recibimos de la naturaleza. La antigua costumbre de bendecir los alimentos es un ejemplo en este sentido.
Cuando agradecemos apartamos el orgullo y reconocemos que necesitamos a los demás.
Reconocer la unidad
Cuando agradecemos sinceramente –hacerlo por simple educación es ya positivo–, nos ponemos automáticamente en un estado psicológico de humildad y receptividad. Apartamos el orgullo y reconocemos que necesitamos a los demás.
También que tenemos la obligación de ayudar en justa reciprocidad. Y ambas cosas nos liberan por un momento de la prisión del ego. Agradecer es parecido a ensanchar los pulmones y respirar con mayor profundidad, a mirar más lejos de las pequeñas trifulcas que parecen fastidiarnos el día. Es como la tranquilidad que se siente después de saldar una antigua deuda.
Como dice el adagio: "es de bien nacido ser agradecido". Es pues una norma ética hacerlo, de lo contrario somos injustos. También puede considerarse una forma de respeto hacia los demás, reconociendo su necesaria presencia. Incluso me atrevería a decir que agradecer es una de las muchas y secretas formas que el amor puede adoptar.
Seguramente uno de los más hermosos poemas acerca del agradecimiento sea la canción "Gracias a la vida" de Violeta Parra:
"Gracias a la vida, que me ha dado tanto. Me dio dos luceros que, cuando los abro, perfecto distingo lo negro del blanco, y en el alto cielo su fondo estrellado, y en las multitudes el hombre que yo amo. Gracias a la vida que me ha dado tanto. Me ha dado la risa y me ha dado el llanto. Así yo distingo dicha de quebranto, los dos materiales que forman mi canto, y el canto de ustedes que es el mismo canto, y el canto de todos que es mi propio canto".