No lo dudes. El mejor regalo en estas fechas (y el resto del año) es tu tiempo. Quizá le das poco valor porque no cuesta dinero, pero tu hijo sabrá apreciarlo. ¡Regálalo a quien amas! Y no te pierdas su magia.
Las fiestas de Navidad, Año Nuevo y Reyes son esperadas tanto por los niños como por los adultos. Es un periodo en el cual queremos ofrecer a nuestros hijos alegría y algo de magia.
Quizá porque estas fechas nos remiten a nuestra propia infancia, a la fantasía y los anhelos que entonces nutrían nuestra imaginación. O tal vez por todo lo contrario: porque durante la niñez atravesamos estas fiestas en medio de situaciones familiares complejas o llenas de sufrimiento, y hoy queremos cambiar esa realidad a favor de nuestros hijos.
Sea cual sea nuestra experiencia, deseamos que estas fiestas sean inolvidables para los más pequeños de la familia. Es razonable.
No te olvides de lo importante
Pero durante ese tiempo nuestra actividad se multiplica. Por un lado, estamos inmersos en el consumo; y por otro, nos abocamos a la preparación de las fiestas, para poder recibir en casa a numerosos miembros de nuestra familia. Es la ocasión perfecta para encontrarnos con los que viven lejos o quizá somos nosotros los que emprendemos un viaje para ir al encuentro de nuestros seres queridos.
En cualquier caso, si tenemos niños pequeños, vale la pena pensar cuál va a ser nuestra prioridad. Comer platos especiales y sabrosos, por supuesto, es esperable; sin embargo, sería ideal revisar cuánto tiempo dedicamos a las compras o a la preparación de estas fiestas, ya que estas horas van en detrimento de los momentos que el niño espera pasar con nosotros.
Pensemos si buscamos ser admiradas por nuestro empeño o si queremos disfrutar e incluir a los niños. Eso no significa que no podamos preparar aquello que tanto deseábamos para agasajar a nuestros invitados, pero sí que tomemos en consideración la edad del niño y cómo lo vivirá.
Pensemos si será una experiencia positiva para él ver que su madre está estresada por cumplir con sus propias expectativas, o con las de los familiares, en relación a sus capacidades culinarias o para organizar la fiesta que todos fantasean. Es decir, una cosa son las exageradas pretensiones de perfección que asumimos cuando queremos agasajar a los invitados, y otra cosa muy distinta es disfrutar de los preparativos e incluir a los niños pequeños en estos menesteres.
Si nos importa la salud de nuestra familia, no hay razones para que abandonemos por completo nuestros hábitos alimentarios. Podemos preparar menús saludables y especialmente sabrosos para celebrar las fiestas, pero no por eso menos nutritivos o vistosos, con platos poco convencionales. Para los niños, lo ideal es que las costumbres no cambien súbitamente, ya que en ese caso podrían rechazar los alimentos o enfermar. Las fiesta también puede ser sinónimo de salud.
Cuando el estrés empaña la alegría de celebrar
Si nos damos cuenta de que hemos perdido el equilibrio y que las obligaciones autoimpuestas ocupan un lugar preponderante y se han convertido en una preocupación en lugar de un placer, ha llegado la hora de detenernos, observar el panorama y plantearnos un cambio a favor de todos.
¿Cómo podemos saber si hemos perdido el equilibrio? Muy sencillo: observando si nuestros hijos están irritables, si lloran, si se despiertan por las noches más que de costumbre o si los sentimos «más demandantes». Fijémonos también en cómo estamos funcionando en pareja: si hay más desencuentros o discusiones significa que la tensión ha aumentado por falta de descanso, momentos de silencio y reflexión.
Entonces, ¿qué sentido tienen las fiestas si estamos estresados, enfadados o de mal humor? ¿Para qué visitar a familiares o amigos cuando hemos perdido el deleite de los encuentros? ¿Qué aprendizaje habrá para los niños si las fiestas están asociadas a los nervios y las exigencias? Evidentemente, perdemos el rumbo si los preparativos terminan empañando la alegría y el deseo de celebrar juntos.
¿Qué significa la Navidad para ti?
Para algunas personas, estas fiestas son sagradas; para otras, simplemente un buen motivo para compartir algunos momentos. En ambos casos, todos merecemos armonía y dicha. Llegó el momento de pensar sinceramente qué significa la Navidad para cada uno.
Podemos orar, meditar o danzar, con el único fin de conectarnos con nuestro ser interior y revisar dónde circula el verdadero amor. De lo contrario, ¿qué sentido tiene tanto lío? La Navidad puede significar conectarnos y revisar dónde circula el verdadero amor. Si tenemos la dicha de poder recibir a familiares y amigos, tratemos de establecer prioridades.
¿Qué es lo más importante? ¿Los regalos? ¿La comida tiene que ser obligatoriamente fastuosa? ¿O quizá lo vital es que recibamos la Nochebuena con alegría, sin estrés, y haciendo una limpieza interior? Es una buena ocasión para desechar lo que ya no necesitamos y abrir de par en par la puerta al crecimiento y la prosperidad.
Si no tenemos paciencia, tratemos de definir nuestras preferencias. Si nos gusta cocinar, hagamos postres juntos. Si nos gusta la música, cantemos juntos o vayamos con los hijos a recitales acordes a su edad. Si nos gusta la lectura, busquemos bibliotecas infantiles. Si nos gusta estar con amigos, intentemos coincidir estas fechas con amistades que tengan niños de la misma edad.
Celebrar las fiestas con los niños
Y una vez que estemos en plena celebración, no perdamos de vista a los niños. Observemos si hay demasiado ruido o si los hemos descuidado entre la muchedumbre. Miremos también si los estamos forzando a permanecer despiertos más tiempo del que pueden tolerar saludablemente. Detectemos a tiempo sus niveles de excitación.
Si nuestro bebé es pequeño, recuerda que su único «lugar» está junto al cuerpo de la madre. Es muy importante que no vaya de brazos en brazos. Porque ese «paseo» entre personas que no conoce sí que lo alterará sobremanera. Y si alguno de nuestros familiares se ofende ante nuestras negativas, pensemos a qué queremos dar prioridad, ¿a las necesidades de nuestro hijo recién nacido o a las del adulto bienintencionado?
Y por supuesto, acotemos la cantidad de regalos que reciben durante las fiestas. Porque cuando el consumo exacerbado se instala y no hay tiempo siquiera para procesar el hecho de dar y recibir, perdemos totalmente el sentido de lo que anhelábamos construir.
Revisemos hoy mismo cuántos juguetes hay ya en la habitación de los niños y con cuáles de ellos hemos jugado acompañándoles. Nos puede dar un panorama del exceso de objetos con el que convivimos. Digo «jugar acompañándoles» porque damos por sentado que los niños, cuando son pequeños, solo son capaces de jugar si están acompañados. No importa la maravilla de juguete supersónico que tengan entre manos. Lo que marca la diferencia es la presencia, la mirada y el tiempo dedicado que obtienen por parte del adulto.
Hagamos de mediadores entre los niños. Cuando crecen también nos necesitan. Dos o tres niños menores de seis años, cuando están juntos, a veces necesitan la presencia de un adulto que, sin intervenir, mediatiza la relación y permite que el juego circule fluidamente entre ellos. Si están solos no podrán jugar. O surgirá una pelea, que termina siendo lo mismo. Pero ojo, intentemos no coartarlos en sus actividades y juegos. Solo con observarlos y alentarlos puede ser suficiente para ellos.
Pruébalo: 15 minutos de presencia
● Un ejercicio muy recomendable durante estas fiestas (¡y el resto del año!) es sentarse 15 minutos al día en la habitación de los niños sin hacer nada. Repito: sin hacer nada. Sin responder los mensajes del teléfono, sin escribir un e-mail. Solo observando al niño y estando completamente disponibles para su juego.
● Aunque os parezca increíble, casi nadie logra tamaña aventura. Sin embargo, si permaneciéramos un rato quietos junto al niño, el niño también podría aquietarse y entrar en una profunda calma interior.
● Pero las madres hacemos exactamente lo contrario: cuando los niños están tranquilos, salimos corriendo a preparar la comida "aprovechando" que está entretenido. Entonces el niño pequeño interpreta: "Cuando estoy tranquilo y juego solo, pierdo a mi mamá. En cambio, si molesto, reclamo, lloro... mi mamá se queda conmigo".
● Si hiciéramos la prueba cuando nuestro hijo está tranquilo, y permaneciéramos serenamente en el cuarto leyendo un libro pero disponibles, el niño aprendería que si juega solo, no hay riesgos de perder a la mamá. Es decir, puede jugar solo pero no está solo. Es una pequeña gran diferencia. Cuando estamos verdaderamente disponibles y sin prisas, ellos se sienten tranquilos y seguros.