En este momento, millones de personas en todo el mundo de diferentes religiones estarán rezando devotamente en su casa o quizá asistiendo a una ceremonia en algún templo. Otras acuden a un estadio deportivo con la esperanza de que su equipo gane y, tanto si se produce o no esa victoria, la emoción llegará a ser intensa.

Estos ejemplos, tan dispares, tienen una característica común, la de que el ser humano es un "animal" muy especial, puesto que dota a todo lo que hace de un sentido que va más allá de lo concreto y material. En los casos mencionados, dirigirse a un ser supremo invisible o creer que sea importante que una pelota entre en la portería contraria son hechos que no pueden valorarse sin entender el significado que los motiva.

Inmersos en un orden rítmico

La palabra «rito» deriva del sánscrito rita, cuyo significado es "orden" en el sentido de armonía universal. Tiene el mismo sentido que dharma en el contexto del hinduismo, tao para los antiguos chinos y maat para los egipcios de la época faraónica.

El rito permite al ser humano relacionarse de alguna manera con algo que sobrepasa su individualidad. Sería este el origen de las ceremonias de carácter espiritual o mágico que podemos encontrar en todas las culturas y cuyo origen parece ser inmemorial.

Hay un orden universal que se expresa mediante leyes inmanentes, a través de ritmos cíclicos y equilibrios naturales. El curso del sol está claro que no depende de nuestra voluntad, pero podemos admirarlo o incluso venerarlo como dador de luz y vida. Es decir, contemplarlo a la vez como realidad física y simbólica.

Aunque el ser humano continúa siendo en su interior un homo religiosus, el modo de vida actual centrado en la tecnología va desvaneciendo esa mirada capaz de vislumbrarlo que se oculta tras la apariencia.

La repetición aleja el miedo a lo desconocido

Los niños llegan a este mundo sin conocer los mecanismos naturales y sociales de esa nueva realidad. En tales circunstancias, es fácil tener miedo. Ahí están el calor, la ternura y el alimento que vienen de la madre, pero no está siempre junto al bebé; a veces debe ausentarse… felizmente vuelve. En ocasiones hay luz tras los cristales, pero en otros momentos reina la oscuridad: así descubre la ronda de los días y las noches.

Por eso los niños aman la repetición, tanto en la vida como en el juego. Les gusta que antes de dormir les cuenten un cuento y suelen pedir el mismo, el que ya conocen y les permite imaginar con mayor facilidad. Se sienten tranquilos al saber de antemano lo que va a suceder. Por el mismo motivo, también agradecen que se les marquen límites,una de las imprescindibles tareas de la educación.

La repetición es una de las características de lo ritual. Por un lado nos recuerda que todo obedece a cambios cíclicos y por otra eso nos conforta, ahuyentando el mal en el sentido de lo desconocido: aquello que puede traernos dificultades (disarmonías) o la misma muerte (fin de un ciclo).

Las ofrendas de luz, sustancia pura e inmaterial, expresan el deseo de unión con el mundo espiritual, buscando claridad mental y protección. Podemos iluminar con una vela el lugar destinado en casa a la meditación o la oración. También delante de la fotografía de un ser querido ausente.

Celebrar en torno a una mesa

Tenemos pues una tendencia natural a ritualizar muchos aspectos del vivir. No nos vale, como hacen los animales, el comer los alimentos tal cual se presentan, sean frutos que caen del árbol o animales cazados. Primero hay que cocinarlos y después se servirán en una mesa adecuadamente preparada con mantel y cubiertos.

Es muy significativo que se preparen comidas para celebrar los acontecimientos familiares (aniversarios, despedidas) o sociales (fiestas religiosas o laicas).

Al ritualizar en un momento dado lo que hacemos le damos un toque de "eternidad" en medio de los agobios de la pura temporalidad. También ensalzamos el valor del lugar donde esto sucede, una especie de pequeño espacio que se convierte por un momento en "infinito".

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Una manera de protegernos de desgracias

Mediante lo ritual buscamos armonizarnos con los ritmos internos de la realidad y a la vez protegernos del infortunio. Nos encontraríamos aquí ante uno de sus aspectos que, aunque de menor importancia, no deja de estar presente en nuestras vidas: las supersticiones.

El emperador romano Julio César, dueño de un vasto imperio, se cuidaba muy bien de no levantarse por la mañana apoyando el pie izquierdo. Muchas creencias populares advierten acerca de buenos o malos augurios, o recomiendan llevar ciertos amuletos protectores.

Algunas obedecen a analogías y correspondencias cosmológicas que todavía hoy son objeto de estudio y aplicación en la antigua ciencia hindú del jyotish.Derivado de la astrología védica, el jyotish aconseja a cada persona qué piedras preciosas llevar, por ejemplo, o qué fecha es más propicia para determinada actividad (viaje, empezar un negocio, casarse). En este caso no podría hablarse propiamente de superstición porque se basa en cálculos matemáticos relativos al momento del nacimiento y los ciclos estelares.

De estos restos de antiguas creencias, o por atavismo interior, derivan multitud de actos aparentemente irracionales: jugadores de fútbol que se persignan con la señal de la cruz al saltar al campo, brindar (copa y corazón se designan con el mismo jeroglífico egipcio), hacerse una foto en tal sitio, comer las 12 uvas por nochevieja, etc.

No podemos dejar de mencionar, en este sentido, la importancia dada al ceremonial relativo a la muerte. A diferencia de los animales, el ser humano sabe que va a morir y también desea –o intuye– que la muerte puede ser un nuevo nacimiento. Por eso existen los ritos funerarios y en cada aniversario se recuerda a la persona difunta, a quien se desea que esté en un lugar feliz e incluso nos proteja.

Fiestas para celebrar la vida

Cada día es igual y distinto a los demás. Dura las mismas horas, pero lo que en él sucede es irrepetible y valioso. Hay días especiales –regalos del destino o consecuencia de nuestro esfuerzo– que brillan con luz propia: a veces algo tan extraordinario como el nacimiento de un hijo o simplemente un instante feliz en el lugar más insospechado.

Pero junto a lo imprevisto, hay días especiales marcados en el calendario que, generalmente en modo colectivo, nos invitan a tener determinada actitud. Son las fiestas.

Todas las culturas, desde la más remota antigüedad, tienen sus días festivos. En primer lugar están las celebraciones de carácter sagrado, de las que derivan la mayoría de las fiestas tradicionales. De la misma manera que un templo supone delimitar un espacio que tendrá un significado especial, la fiesta supone un palacio construido en el tiempo. Asimismo, la repetición anual, o cada varios años, de una festividad recalca el sentido de ritmo y continuidad.

Otra de las características de la fiesta es que no se trabaja. El trabajo, necesario para muchos fines, ha sido visto por el ser humano como una especie de castigo. De manera que lo importante entonces es recuperar el valor del juego, de lo lúdico en el sentido de no tener otra finalidad que el hecho mismo de producirse. Volver, de alguna manera, a la espontaneidad del niño.

Se trata, en definitiva, de celebrar en el interior de cada uno, y en el grupo del que se forma parte, los aspectos más importantes de la vida, como son la alegría, el amor o la esperanza.

Pitágoras afirmaba que el universo se rige por leyes musicales. Los sonidos y ritmos modifican el estado anímico, por eso suelen formar parte de muchos rituales.

Celebraciones cósmicas

No es casual que las festividades más significativas guarden relación con el paso de las estaciones.

En Navidad se celebra el nacimiento de la luz: tras el solsticio de inviernoel sol vuelve a ascender. Se originó en el antiguo Egipto, en las fiestas del dios Horus, que iban desde la noche del 24 de diciembre hasta el amanecer del 7 de enero.

En primavera se afianza la vitalidad en toda la naturaleza y tienen lugar los ritos de fertilidad de muchas culturas. Con la llegada del verano, las cosechas están maduras; las alegres fiestas que perviven en tantos pueblos así lo celebran.

En otoño, cuando la vida parece ocultarse, la costumbre de visitar los cementerios tiene relación con la fiesta celta del 1 de noviembre, en que se alzaba la barrera entre el mundo humano y el más allá.

En muchas ceremonias son frecuentes las flores, que simbolizan la vida y la belleza. La costumbre de ofrecerlas abarca todos los ámbitos: personales y sociales, religiosos y festivos.

Festividades personales

Además de las festividades colectivas, están las de índole personal. La primera sería el cumpleaños, tan alegremente celebrado por los niños –que se sienten orgullosos de hacerse mayores– y más serenamente esperadas por los que ya empiezan a tener cierta edad.

Detrás del apagar unas velas (símbolo de luz) sobre una tarta, lo que viene a celebrarse es una nueva ronda de la tierra en torno al sol (más luz). El homenajeado se muestra feliz de haber pasado un año más en la tierra y sus familiares y amigos le desean larga vida.

Otros muchos aniversarios personales pueden también celebrarse: el día en que una pareja se conoció, la fecha de la boda, el recuerdo de la fecha en que falleció un ser querido, etc.

Libros

Lo sagrado y lo profano. Mircea Eliade. Ed. Paidós

El hinduismo. S. Satyananda. Fragmenta Ed.

Algo que celebrar. Lola Mayenco. Ed. Urano

Guardianes del cuerpo. Desmond Morris. Ed. Plaza&Janés