El holandés Stefan Vanistendael reivindica la fuerza de las pequeñas cosas para conectarnos con la vida. También la espiritualidad, que define como "una forma de vivir viendo más allá de lo que es útil y de lo que podemos comprender".

Autor de La felicidad es posible: despertar en niños maltratados la confianza en sí mismos (Gedisa, 2009) y La resiliència o el realisme de l'esperança (Claret, 2016), entre otros libros, ilustra su discurso con citas y casos reales que muestran los peligros del perfeccionismo y utilitarismo imperantes.

Stefan Vanistendael: del individualismo a la resiliencia

Vanistendael, sociólogo y demógrafo, ha sido investigador en el Centro de Estudios de Población y Familia de Bruselas (CBGS).

Actualmente trabaja en la Unidad de Investigación y Desarrollo de la Oficina Internacional Católica de la Infancia (BICE) en Ginebra y da conferencias en todo el mundo sobre la resiliencia, la capacidad de una persona para enfrentarse a las situaciones difíciles de la vida.

—Tilda de peligroso pretender desarrollar todo el potencial de uno…
—Sí. Hoy es frecuente negarse a aceptar nuestros límites y, desde mi punto de vista, solo puede llevar al fracaso y a la frustración. Necesitaría mil vidas o más para desarrollar todo mi potencial.

Un ejemplo: un bebé nace con la capacidad de poder emitir los sonidos de cualquier idioma, chino, español, japonés… Pero si quiero que ese bebé desarrolle todo su potencial, nunca podrá hablar ningún idioma. Es a través de la interacción con la madre, una persona de confianza, como va a seleccionar los sonidos que va a aprender.

"Hoy es frecuente negarse a aceptar nuestros límites y, desde mi punto de vista, solo puede llevar al fracaso y a la frustración."

Solo podemos crecer si realizamos una selección rigurosa dentro de este enorme potencial que poseemos como seres humanos.

—¿Hemos glorificado al individuo?
—Exactamente, y de una manera irrealista porque todos necesitamos una comunidad para vivir.

Se habla de la importancia de ser autónomo, pero me parece que nunca habíamos sido tan dependientes unos de otros. Si alguna vez llega a faltar la electricidad unas semanas, no podríamos sobrevivir porque no tendríamos acceso ni al agua. Somos totalmente dependientes de la tecnología.

Recuerdo una escena curiosa: estábamos en una reunión en la que los colegas más jóvenes tomaban notas con su ordenador. Se fue la luz y dijeron: "Bueno, no podemos hacer nada más". Habían olvidado su capacidad de apuntar con un papel y un bolígrafo.

—Se lo han preguntado mil veces, pero, ¿qué es la resiliencia?
—A pesar de las muchas definiciones que se han dado, seguimos sin tener una respuesta definitiva porque no es un concepto que se pueda ni se deba recortar.

Algunos psicólogos la focalizan en superar un trauma, pero yo he trabajado en cárceles, en cuidados paliativos –y en campos muy diferentes entre sí– y he visto que lo que nos enseña la resiliencia puede ser también muy útil a las personas que no han sufrido ningún trauma.

"A veces se necesita terapia o ayuda, pero en otras ocasiones es la misma dificultad la que lleva a la persona a ser consciente de sus propios recursos y la que nos hace crecer."

Podríamos decir que la resiliencia es la capacidad de un grupo o de una persona individual para superar problemas muy graves y conseguir crecer a través de la dificultad hasta llegar a una nueva etapa de vida.

—¿Relaciona la resiliencia con la capacidad de volver a conectarse con el sentido de la vida?
—Sí. Redescubrir el sentido de la vida tras un trauma o un fracaso es muy importante.

En Ginebra, unos médicos del Hospital Universitario del Departamento de Enfermedades Crónicas y Discapacitación me comentaban que su mayor desafío no es curar al paciente, sino conseguir que pueda reconstruir su vida con la enfermedad y el dolor que le genera. Pero, ¿cómo concretar este punto?

Leon Fleisher, un pianista americano de carrera brillante, de repente, perdió la motricidad fina de la mano derecha, lo que significaba abandonar su carrera. Entró en una depresión muy profunda y encontró la manera de salir de ella y de dar un nuevo sentido a su vida.

Se dijo: "He perdido el piano y con ello el sentido de mi vida, pero en realidad mi vinculación con la vida no es el piano, sino la música". Y se convirtió en director de orquestra y profesor de música, facetas en las que también fue muy brillante.

—¿Por qué defiende la necesidad de vincular la resiliencia a la ética?
—En los estudios norteamericanos sobre resiliencia apenas se habla de ética, pero si no la tienes en cuenta puedes defender que Adolf Hitler era un gran resiliente, pues tuvo una infancia y una juventud infelices e hizo una carrera fantástica, algo que no tiene ningún sentido.

La resiliencia no se lleva a cabo a cualquier precio ni puede basarse solamente en el éxito.

—¿Cómo la definiría, entonces?
—Me gusta lo que dijo Michel Manciaux, otro experto en resiliencia: "Un signo de resiliencia es la capacidad de una persona de vincularse de manera positiva y a largo plazo en una relación humana, ya sea de amistad o de otra clase". Pero tenemos una larga lista de ejemplos en los cuales resulta difícil discernir.

—¿Por ejemplo?
—Una trabajadora social trabajaba para la policía en una época de enorme crisis económica en Argentina. La policía había detenido a un grupo de niños de la calle que robaba con mucha violencia. Para esta trabajadora lo más sencillo hubiera sido internarlos en una institución, pero sabía que eso les llevaría a convertirse en unos jóvenes criminales.

—¿Y qué hizo para ayudarles?
—Inspirada por la resiliencia y en la experiencia de un educador que trabajaba con niños pobres de la calle en la India, les preguntó: "¿Cómo hacéis para robar?" Las respuestas mostraron la enorme creatividad y talento que ponían en práctica, así como la inteligencia emocional que requerían, pues realizaban rituales para calmar su miedo antes de actuar.

Entonces les hizo otra pregunta: "¿Por qué lo hacéis?" Su respuesta fue: "Si no lo hacemos nuestra familia no tiene nada que comer".

Los niños ponían en riesgo su vida para salvar y dar de comer a su familia, lo que es sumamente ético, pero al mismo tiempo lo realizaban con actos de enorme violencia e ilegales. Hay que aprender de las soluciones que los pobres han puesto en práctica antes de llevar a cabo cualquier intervención.

—Hoy se habla mucho de los peligros de la hiperpaternidad. ¿Qué opina?
—El neurólogo y psiquiatra Boris Cyrulnik dice que la sobreprotección puede hacer más daño que todos los factores de riesgo juntos. Los padres han perdido su capacidad natural para ejercer como padres, la sobreinformación les ha hecho inseguros sobre lo que hay que hacer para educar bien.

Es un poco lo mismo que nos ocurre con la obsesión por la felicidad. Hay que defender el derecho de sentirse también un poco mal. En la vida real, la felicidad significa tener altibajos. Y aceptar los límites es lo que nos permite ser felices, aunque para muchos representa una cárcel, es en realidad una auténtica liberación.

"Hay que defender el derecho de sentirse también un poco mal. En la vida real, la felicidad significa tener altibajos."