Estamos en contacto continuo con una gran cantidad de toxinas que pueden resultar peligrosas para nuestra salud.

Por un lado, el cuerpo acumula desechos provenientes de una alimentación desequilibrada, las malas digestiones, la falta de ejercicio físico, el tabaco, el alcohol y el estrés. Además, las reacciones metabólicas que se producen de manera habitual en el organismo también generan sustancias –como la urea, la bilirrubina o la homocisteína– que alteran el equilibrio del medio interno.

Por otro lado, a estos procesos encógenos se les añaden una serie de tóxicos externos bien conocidos (gases de los coches, contaminación industrial, fármacos, disolventes, detergentes, cosméticos…) y los metales pesados, de efecto menos conocido.

Masivamente expuestos a los metales pesados

Entre los metales pesados encontramos el plomo, el mercurio, el aluminio, el cadmio… pequeñas partículas que se hallan en los alimentos, en las amalgamas dentales, en el aire que respiramos y en el agua que ingerimos. Y que inciden en nuestra salud.

Estos metales tienen un efecto acumulativo en el organismo y son difíciles de eliminar. El sofisticado sistema de limpieza del cuerpo puede verse comprometido por estos metales que compiten con los oligoelementos encargados de múltiples reacciones enzimáticas.

El resultado es la alteración de la síntesis interna de moléculas indispensables para la salud, como hormonas, anticuerpos o neurotransmisores. Aparecen síntomas y alteraciones de las funciones orgánicas que, a la larga, acaban produciendo enfermedades irreversibles.

¡Están en todas partes!

Hoy estamos entre 500 y 1.000 veces más expuestos a metales pesados que nuestros ancestros.

La minería, la fundición de metales, el uso industrial y energético del petróleo y sus derivados, los fertilizantes y pesticidas, entre otras fuentes, producen residuos que contienen metales pesados y que acaban transfiriéndose al ambiente.

Estas partículas se acumulan en la cadena trófica y son trasladadas a lugares alejados del punto de origen de la contaminación, generalmente a través del agua y el aire.

Cómo afectan a tu salud

Los metales pesados provocan en el organismo una intoxicación lenta y paulatina, y sus efectos dependen de la tolerancia de nuestro metabolismo, así como de nuestra capacidad de quelación (el proceso por el cual los metales pesados se unen a moléculas orgánicas que ayudan a su expulsión a través de la orina y las heces).

Desde antes de nacer, el bebé ya empieza a acumular metales pesados a través de la placenta de la madre. Y luego las fuentes se multiplican: leche materna, cremas hidratantes, toallitas higiénicas…

Entre sus principales efectos en el organismo destacan el bloqueo de la absorción de minerales esenciales para el metabolismo (zinc, magnesio o selenio); errores en la formación de proteínas; modificación de la capa lipídica de las membranas celulares, que incide en la adecuada entrada y salida de nutrientes; y aumento de la oxidación generada por los destructivos radicales libres.

Estas y otras acciones menos conocidas acaban mermando las funciones orgánicas y comprometen la salud.

Es difícil establecer un límite de tolerancia para estos tóxicos. Depende tanto de la exposición e ingesta como de la eliminación. También de la genética de cada persona.

¿Qué cantidad de metales pesados tolera nuestro organismo?

La cantidad varía con cada metal en concreto. Mercurio, aluminio, arsénico, cadmio y plomo siempre son tóxicos y deben evitarse. En cambio otros son beneficiosos en pequeñas concentraciones, pero si se exceden pasan a ser perjudiciales. Este es el caso de níquel, cobalto, germanio y cobre.

Mercurio

El mercurio, muy tóxico, se encuentra en amalgamas dentales, termómetros, barómetros o pilas.

La OMS considera como cantidad "tolerable" una ingesta semanal de mercurio 5 μg/kg (0,3 mg para una persona de 60 kg de peso). Pero aparte está el metilmercurio, un compuesto orgánico que se forma con el tiempo en el medio ambiente a partir de este. El metilmercurio es cincuenta veces más tóxico y se acumula en el organismo. Para este, la OMS sitúa el límite en una ingesta semanal de 3,3 μg/kg (0,19 mg/60 kg).

Precisamente es el metilmercurio el que pasa a la cadena alimentaria, especialmente a través del pescado de mayor tamaño (la Unión Europea considera aceptables hasta 0,5 mg de mercurio por kilo en el pescado fresco).

Por otra parte, la flora bucal e intestinal también transforma el mercurio en metilmercurio, lo que aumenta el riesgo tóxico si se tienen amalgamas dentales con mercurio.

Aluminio

Penetra en el cuerpo a través del agua y del aire, de harinas, colorantes, levaduras, antiácidos y de alimentos cocinados con utensilios de aluminio… Se estima que una dosis de 7 mg/kg/semana es tolerable y que la mayoría consume entre 1 y 10 mg al día provenientes de fuentes naturales.

Concentraciones superiores a 500 mg/kg de peso pueden provocar alteraciones en el sistema nervioso y se cree que son precursoras de Alzheimer.

Arsénico

Es un veneno. La OMS estima que el consumo prolongado de agua potable con un contenido de arsénico mayor que 0,01 mg por litro podría provocar a la larga una afectación multisistémica y la aparición de diversos tipos de cáncer.

Cadmio

Sus efectos están infravalorados por falta de estudios y no se ha establecido un límite en los alimentos. Se sabe que una dieta escasa en minerales básicos aumenta la absorción de cadmio, concretamente dietas bajas en calcio, hierro, magnesio, zinc y cobre.

La media de consumo de cadmio por semana en una dieta normal es de 2,8 a 4,2 μg/kg de peso. Expertos de la FAO y la OMS han establecido el límite tolerable en 7 μg semanales por kilo de peso.

Plomo

Es uno de los más estudiados por su alta concentración en el aire y acuíferos. En niños, causa alteraciones glandulares y retraso en el desarrollo mental.

El límite de tolerancia se ha establecido en 10 μg por dl en sangre (la mitad en niños).

Algunos metales son beneficiosos... según la cantidad

Hay una serie de metales que realizan una función específica en el cuerpo, pero a dosis mínimas. Son los oligoelementos o metaloenzimas.

Entre ellos destacan el níquel y el cobalto, reguladores del sistema endocrino; el germanio, potenciador de la inmunidad; o el cobre, potente antibiótico natural. Son metales que actúan acelerando reacciones enzimáticas, pero en exceso generan problemas de salud.

Una dieta equilibrada y ecológica aporta esas cantidades óptimas, sin que pueda producirse una intoxicación.

Níquel

Los alimentos aportan una media de 160 μg al día de níquel, que tiene un papel en la regulación endocrina. No entraña ningún riesgo si no se está sensibilizado a este metal.

Un exceso de níquel en la sangre provoca interacciones con otros oligoelementos como el manganeso, al inhibir su acción. Ello puede dar lugar a alteraciones dérmicas, caída de cabello y alergias diversas.

Los alimentos que aportan más níquel son avena, maíz, trigo sarraceno, perejil, brócoli y patata.

Cobalto

Es un regulador del sistema nervioso. Se considera adecuada una ingesta diaria de 10-20 mg, lo que evita espasmos y bloqueos musculares. Además participa en la formación de la vitamina B12.

Un exceso de cobalto puede producir ansiedad, asma, infertilidad y eccemas. Sin embargo, para tener un exceso de este metal deberían consumirse dosis mil veces mayores de las que aporta la dieta ordinaria.

Entre los alimentos ricos en cobalto encontramos algas, frutos secos, legumbres, trigo sarraceno y vegetales de hojas verdes.

Germanio

Es necesario en su forma orgánica, pero muy tóxico en su forma inorgánica (al igual que el cobre).

El germanio orgánico estimula eficazmente los impulsos eléctricos de las células y aumenta el flujo de oxígeno en el cuerpo. Ayuda a combatir los radicales libres, mejora la circulación, alivia los dolores crónicos, reduce la inflamación y protege la visión.

Vegetales con concentraciones altas de germanio son ajo, brócoli, apio, aloe vera, alga chlorella, berro y hongos shiitake. Se elimina a través de la orina y no produce toxicidad.

Cobre

Interviene en la síntesis de hemoglobina y el desarrollo de huesos y tejido conjuntivo. Es también antiinflamatorio y ayuda a combatir infecciones.

Entre los alimentos y bebidas que contienen más cobre se encuentran las bebidas alcohólicas fermentadas (vino, cerveza…), el té negro, el café y el cacao.

La dosis diaria recomendada es de 700 a 1.000 μg en adultos, que se cubre sobradamente con un puñado de nueces, una cucharada de sésamo, una taza de lentejas o garbanzos o un aguacate.

Una sobredosis por intoxicación crónica (debido a un mal funcionamiento de ciertas enzimas del hígado) o por contaminación aguda puede provocar dolor abdominal, náuseas, calambres estomacales y alteraciones hepáticas.