Muchas personas nacen con una sensibilidad muy alta. Pueden empatizar con sus familiares, con sus amigos y con todos los seres vivos. Esta es una condición natural muy necesaria y saludable, pero si no es acompañada adecuadamente por los padres, puede acabar causando problemas tanto de niños como de adultos.
En principio, la empatía y la sensibilidad son cualidades muy deseables, no solo para las personas, sino también, para que nuestra sociedad crezca y evolucione. El problema, para muchos niñas y niños es que esta sensibilidad no suele ser comprendida por su entorno y, además, muchos padres no saben ni acompañarla ni defenderla.
De la sensibilidad al bloqueo
Isabel era una niña muy sensible y empática. Le afectaban y le preocupaban sus problemas, pero también podía ponerse, con mucha facilidad, en el lugar de los demás. Si alguna amiga le contaba algún contratiempo que había padecido en su casa, ella lo vivía como propio e intentaba ayudarla.
No podía soportar ver sufrir a un animal sin querer llevárselo a casa. En su familia, se burlaban de ella por ser tan sensible y la regañaban por llevar a todos los animales heridos que se encontraba en el campo.
Por otra parte, sus amigas, conociendo la predisposición de Isabel para ayudarlas, se aprovechaban para cargarla con sus propias responsabilidades y no tener que ocuparse de ellas; les hacía los deberes, las ayudaba a copiar en los exámenes y las defendía cuando alguien se metía con ellas.
Al cabo del tiempo, Isabel fue cargándose con, además de las suyas, todas las preocupaciones y las responsabilidades de los demás.
Esto acabó causándole un gran sufrimiento emocional.
Para evitar este continuo malestar, la niña comenzó a crearse una coraza. Su razonamiento inconsciente fue “si dejo de sentir tanto, ya no podrán aprovecharse de mí y no sufriré más”.
Por qué se crea la coraza emocional
Esta coraza emocional fue creciendo en su adolescencia y, en la edad adulta, no solo se reforzó, sino que además, con cada experiencia negativa, se endurecía. Si en algún momento intentaba conectar con alguien y volvían a aprovecharse de ella, su coraza adquiría más y más rigidez.
En su vida adulta, Isabel era una persona fría y distante. De hecho, este fue su motivo de consulta cuando vino buscando terapia. Había bloqueado de tal forma sus emociones que lo hacía todo de forma mecánica. “Me he convertido en un robot insensible y no me gusto nada, pero no sé qué hacer para cambiarlo”, me dijo en nuestra primera cita.
Tenemos que comprender que este proceso de creación de la coraza no fue elaborado ni a propósito ni de forma consciente. Fue una respuesta automatizada del inconsciente de Isabel para intentar dejar de sufrir ante los abusos que recibía del exterior.
En el pasado, la coraza cumplió su objetivo, fue la única forma que la niña encontró de defenderse de los demás. Ya adulta, Isabel, que no sabía cómo manejar su sensibilidad sin que los demás la dañaran, también desconocía cómo deshacerse de esta armadura que, a la larga, había resultado igualmente perjudicial.
En su trabajo, en terapia, Isabel comprendió el daño que le había causado esta coraza. Entendió que no era la forma adecuada de defenderse y comenzó a liberarse de la rigidez.
Cómo desbloquear las emociones
En sus sesiones, pudo reconocer que no fue justo cómo la trataron en casa, ni cómo se habían aprovechado de ella sus amigas. También, pudo verbalizar y sacar fuera todo el daño que le habían ocasionado. Además, se prometió comenzar a cuidarse ella misma para darse todo el apoyo que no había recibido en su infancia.
Con mucho cuidado y paciencia, empezó a conectar con sus propias emociones y con las de los demás. Comenzó a relajar su rigidez e, incluso, desaparecieron algunas contracturas musculares que llevaba años sufriendo.
No obstante, este fue solo el primer paso en su camino de sanación. En el artículo de la semana que viene, veremos qué efecto negativo tuvo para Isabel esta liberación de su coraza y cómo trabajamos para buscar una solución.