No hace falta tener un micrófono delante, ni ser un profesional o un gran aficionado para ponerse a cantar. Deberíamos hacerlo, con más o menos gracia, más a menudo. Cómo hacían generaciones pesadas cuando no había la radio ni la televisión y cantar era algo normal en los ratos libres, durante el trabajo u otras actividades cotidianas.

Deberíamos a volver a cantar porque la vida se alegra y se enriquece, y tiene otros muchos efectos beneficiosos sobre la salud y el bienestar. Por eso el profesor de ciencia musical sistemática Gunter Kreutz, de la Universidad de Oldenburg, recomienda a los padres y abuelos que canten todo lo que puedan con sus hijos y nietos. Cuanto antes se empiece a cantar y cuanto más se haga, mejor.

Los beneficios psicológicos y físicos de cantar

Cantar juntos fortalece los lazos familiares. Los niños se tranquilizan y duermen mejor si se les canta y si cantan ellos. Cantar desarrolla la voz, mejora la expresión y la comunicación. Como dice el musicoterapeuta Christoph Salje, “también el cuerpo y la psique se benefician”. El control sobre la emisión de sonido regula la respiración y entrena las cuerdas vocales y el diafragma.

Los efectos llegan a lo psicológico y lo emocional. Con 20 minutos de canto se incrementa la producción de oxitocina, una hormona relacionada con el vínculo emocional, la empatía, la confianza y la generosidad. En cambio, disminuye el cortisol, una de las hormonas implicadas en la respuesta al estrés.

Potencia las defensas

El profesor Kreutz asegura que el canto, especialmente en coro, cuando se utiliza con pacientes aquejados de ansiedad, puede reducir la dosis necesaria de medicación.

En un estudio dirigido por Kreutz y publicado en el Journal of Behavioral Medicine se pudo comprobar que cantar en grupo de manera amateur incrementa los niveles de inmunoglobulina A en la saliva. Esto es un refuerzo de la primera línea de defensa frente a las infecciones respiratorias.