La fiebre del turismo barato ha hecho que volar se haya convertido en una opción popular. En el mundo despega más de un avión por segundo. Se puede volar de Madrid a Nueva York por solo 130 € o de Gran Canaria a Barcelona por 30 €. En menos de tres décadas, el número de pasajeros ha pasado de 1.000 millones en 1990 a 4.100 millones en 2017. Con esta progresión, en 2050 la aviación comercial pasará del 2,4 al 14% de emisión de gases de efecto invernadero
La aviación comercial supone, en condiciones normales, el 12% de las emisiones del transporte y entre el 10 y el 12% de las que lanza a la atmósfera cada ciudadano europeo.
Un informe de la Swedish Railways impactó especialmente en la opinión pública sueca: un solo vuelo entre las dos ciudades más importantes de Suecia, Estocolmo y Gotemburgo (400 km) genera tanto CO2 como 40.000 viajes en tren.
No es de extrañar que la contaminación atmosférica haya disminuido drásticamente como consecuencia de la suspensión de miles de vuelos durante la crisis del coronavirus. El número de vuelos comerciales en la última semana de marzo se había reducido hasta un 55% con respecto a la misma semana del año anterior. Y nuestra atmósfera lo ha agradecido enormemente. Pero, ¿por qué resulta tan contaminante un vuelo?
Un generador de gases contaminantes
Según el Consejo Internacional para el Transporte Limpio (ICCT), en 2018 los vuelos que salieron de aeropuertos de Estados Unidos fueron responsables del 24% del CO2 relacionado con el transporte mundial de pasajeros. Junto a EEUU, los principales países en emisiones fueron China, Reino Unido, Japón y Alemania.
Los coches no son una alternativa limpia, pero un kilómetro recorrido en avión implica generar dos y hasta casi tres veces más CO2. Además, difícilmente viajaremos 12.000 km en automóvil para ir de vacaciones, algo que es fácil de hacer volando gracias a las compañías aéreas.
La verdadera alternativa al avión es el tren: en el de alta velocidad tipo Eurostar, cada pasajero emite solo 6 g de CO2 por kilómetro recorrido frente a los 133 g del avión.
Otro dato clave: los aviones comerciales no solo generan CO2, sino también otros peligrosos compuestos que sobrecalientan el planeta. Se aglutinan con el nombre de "gases de efecto invernadero no CO2" (entre ellos, los óxidos de nitrógeno), que en alturas troposféricas persisten más tiempo que en la superficie y tienen un potencial de calentamiento mucho mayor.
Además, causan lluvia ácida, destruyen la vegetación y el equilibrio de materia orgánica en lagos y océanos. Cuando bajan a la atmósfera, son sustancias irritantes y corrosivas que afectan a la salud humana causando enfermedades respiratorias y de piel.
¿Dejaremos de volar por placer?
La idea de que "volar es malo para el planeta", sobre todo tras la pandemia, extiende por el mundo. Pero la idea no es nueva, ni mucho menos. En Estados Unidos, No Fly Climate Sci (noflyclimatesci.org) aglutina a científicos, académicos y ciudadanos que han decidido no volar o hacerlo lo mínimo posible y que comparten sus experiencias y dificultades.
En la web de Stay On The Ground, de ámbito europeo (stayontheground.org), han firmado el manifiesto No tomaremos más el avión más de 2.000 personas.
Maja Rosén, que dejó de volar en el 2008 por razones ambientales, ha lanzado Flight Free 2020, con la meta de llegar a 100.000 seguidores.
Mientras la NASA experimenta con aviones eléctricos y Boeing y Airbus desarrollan también sus modelos, algunos países toman iniciativas:
- Francia se plantea prohibir los vuelos de corta distancia que tengan una alternativa clara en tren.
- Suecia quiere construir líneas de ferrocarril internacionales a varias ciudades europeas.
- Alemania estudia reducir los impuestos para los viajes en tren y aumentar los de los vuelos.
- España acaba de lanzar billetes de AVE low cost para principios del 2020.
Los viajes en tren están de moda, pero aún queda mucho por hacer. ¿Y tú? ¿Te sumas?
La imparable vergüenza por volar
En Suecia precisamente ha nacido el movimiento flygskam (en sueco, "vergüenza por volar"), que gana adeptos desde que Greta Thunberg anunció en 2018 que no volvería a subir a un avión. La popularidad de Greta (y sus viajes en tren y velero) ha hecho que en los primeros meses de 2019 el número de pasajeros en avión se redujera un 8%.
"Dejé de volar por remordimientos ecológicos, por el cambio climático", explica Ingrid, periodista y activista alemana. "Hace unos 20 años decidí que ya no haría más viajes a otros continentes. Y cuando vivía en España, decidí volver a Alemania para no tener que viajar varias veces al año para ver a mi novio o a mi familia". A pesar de los inconvenientes y las muchas horas que debe invertir en trenes, Ingrid tiene claro que los aviones se han acabado en su vida.
Una decisión parecida tomó Isidre Castañé, del grupo activista Rebelión o Extinción XR Barcelona: "Desde que conocí a la primera persona que no usaba aviones hasta que yo mismo tomé esa decisión pasaron bastantes años. Cuando comprendí el enorme daño que provocan, no pude seguir haciéndolo como si nada pasara. La aviación es hoy una de las mayores amenazas para el futuro de la humanidad".