¿Por qué cada vez más personas no toman medidas contra el coronavirus?

No llevar mascarilla, acudir a un encuentro de familiares o amigos sin protección, comer en la calle sin haberse lavado las manos... Muchas personas, cada vez más, incumplen las normas y recomendaciones para evitar el contagio. ¿Por qué?

Jóvenes en un concierto

Cuando la pandemia se aproximaba al Reino Unido, el primer ministro Boris Johnson dijo que la población no soportaría el mantenimiento de un confinamiento estricto durante meses y que la única opción era el contagio progresivo hasta que se alcanzara la "inmunidad de rebaño" (cuando alrededor del 70% de la población ha adquirido anticuerpos). Sin embargo, cuando los fallecimientos aumentaron, la opción de encerrarse en casa y llevar mascarilla se hizo razonable.

En otros países de Europa, cuando se tomó conciencia de la situación, se establecieron estrictas medidas de confinamiento, pero cuando las cifras de fallecimientos se han reducido (en España, a partir de determinado momento, dejaron de notificarse las muertes diarias), las autoridades han transmitido implícitamente el mensaje de que había que volver a la normalidad porque no se podía sostener un confinamiento prolongado.

Y la población ha entendido que las medidas de prevención podían relajarse. Pocas semanas después del pico de fallecimientos, muchas personas han abandonado la mascarilla y la distancia social por mucho que los expertos y las autoridades sanitarias adviertan de que el virus sigue ahí fuera.

Tanto en el Reino Unido como en el resto de Europa, en el fondo, ha prevalecido la idea de que no es posible mantener las medidas preventivas que representan una alteración de las costumbres y, por tanto, un sacrificio.

¿Qué ha cambiado? Antes había miedo al desastre

La amenaza fue clara en marzo y abril. En el mundo parecía no haber nada más salvo el virus de la COVID-19. Las pantallas estaban llenas de imágenes del desbordamiento sanitario en España e Italia o del entierro de cadáveres en una apartada isla fantasmagórica de Nueva York. Las sirenas ululaban por las calles. Todo eso ya no está los móviles, ni en las televisiones ni en nuestra realidad inmediata.

Sin embargo, en otros países, como Brasil o Chile o los propios Estados Unidos la epidemia está ahora en su peor momento. Amenaza a Portugal y hay rebrotes en Alemania, países que había sabido minimizar la gravedad de la primera ola. El virus sigue ahí amenazante, pero ya ni siquiera queremos verlo. Y no tenemos vacuna ni tratamiento eficaz. Este es el panorama.

Las señales contradictorias

El investigador del comportamiento británico Nick Charter, de la Universidad de Warwick, cree que las poblaciones sí son capaces de sostener unas medidas estrictas durante los meses que haga falta si considera que vale la pena.

Pero para ello, la comunicación de políticos y expertos debe ser realista y coherente, no debe tener miedo al error, debe reconocer los errores. Charter recuerda los discursos de Churchill durante la Segunda Guerra Mundial. Nada que ver con los mensajes contradictorios que nos han transmitido las autoridades políticas y científicas.

Como ha escrito en un artículo en The Guardian, han debilitado la motivación individual y han reducido la presión social.

Tu propio comportamiento tiene que valer la pena

Las personas acatan las reglas y aceptan restricciones cuando vale la pena. Este es el "paradigma de Campbell", desarrollado por psicólogo Florian Kaiser, de la Universidad de Magdeburgo. Pone como ejemplo los sacrificios que está dispuesto a hacer un alpinista por llegar a la cumbre.

Durante la fase más dura de confinamiento las personas aceptaban las normas por diferentes motivaciones: algunos temían por sí mismos, otros por sus seres queridos o por los demás. Quedarse en casa, cerrar, esos eran costos que la mayoría estaban dispuestos a aceptar.

Ahora, en verano, el cálculo ya no funciona porque muchas personas han dejado de entender las reglas: si nos dicen que la situación ha mejorado, ya no deben ser necesarias, si me vecino no lleva mascarilla y no pasa nada, ¿por qué la voy a llevar yo?

Hay una respuesta rápida a la pregunta de por qué nos ponemos en riesgo: hacer lo correcto es difícil cuando las consecuencias de hacer lo incorrecto no son inmediatas. Las autoridades nos transmiten que lo peor ha pasado. Es suficiente para que la relajación sea la norma.

Los jóvenes son particularmente proclives a romper las reglas. Tienen necesidad de experiencias emocionales intensas, de descubrir el mundo y el confinamiento significa un aplazamiento insoportable de esos deseos, explica la psicoanalista vienesa Hemma Rössler-Schülein. De hecho, lo prohibido o peligroso atrae a los jóvenes e infringir las normas produce en algunos un gran placer.

El cerebro decide muy rápido, demasiado rápido

Sabemos por la neurociencia que tomamos decisiones en milisegundos. Un comportamiento no es consecuencia de una reflexión racional, sino que a posteriori buscamos argumentos racionales con que justificarlo. Así lo explica la neurocientífica Friederike Fabritius. En ciencia, esto se llama "sesgo de" confirmación. Creemos lo que confirma nuestra decisión.

En la situación de pandemia, por ejemplo, esto significa que tomamos una decisión muy rápida sobre si se deben mantener o no las medidas individuales preventivas y a partir de ahí nos apoyamos en los argumentos que nos convienen. No llevo mascarilla porque el virus no es tan peligroso, ya no está causando víctimas o en realidad, todo ha sido una gran invención.

¿Deseas dejar de recibir las noticias más destacadas de cuerpomente?