A día de hoy, en psicología, el concepto de “resiliencia” está muy extendido. Todo el mundo ha escuchado esta palabra y tiene una vaga idea de su significado. Brevemente explicada, podríamos decir que la resiliencia es el potencial que posee el ser humano para adaptarse y superar los traumas y dificultades.

Alrededor de este término existe mucha confusión. Muchas personas, lejos del significado real de esta cualidad, asimilan la resiliencia con la idea de negar el pasado y seguir adelante como si nada hubiera ocurrido. Algo así como ojos que no ven, corazón que no siente.

Sin embargo, esta actitud (muchas veces una defensa inconsciente ante el dolor de la realidad del pasado), además de ignorar el origen del malestar emocional del presente, lo único que logra es empujar a las personas, una y otra vez, a cometer los mismos errores o caer en las mismas trampas.

Ser resilente no consiste en negar el pasado

El concepto de “resiliencia” no equivale a vivir constantemente en modo positivo, huyendo de la realidad y no prestando atención a los problemas reales.

Muchas personas que han sufrido grandes traumas en su pasado, pretenden ignorarlos (repito, muchas veces de forma inconsciente) y buscan llevar unas gafas de “color rosa”, proclamando lo brillante y maravilloso que es todo.

A la larga, esta actitud de negación les acaba acarreando graves problemas. Al no haberle puesto remedio, su malestar emocional sigue perjudicándoles en su presente. Por mucho que pretendan ignorarlo, de una u otra forma, el dolor negado sigue presentándose en sus vidas.

Resiliencia: un camino de aprendizaje y aceptación

La verdadera resiliencia procede de un análisis interior y de una capacidad de aprendizaje y superación del pasado.

Precisamente, el trabajo que realizamos en terapia es el de conectar con el pasado para aprender de él y sanar lo que sea necesario. El pasado no debe ser jamás negado u olvidado. Todo lo contrario, hemos de sacarlo de la oscuridad y ponerlo encima de la mesa para poder analizarlo, comprender lo sucedido y obtener valiosas conclusiones para nuestro presente.

Las personas que han sufrido malos tratos graves en su infancia, por ejemplo, tienen un rechazo general a recordar sus historias. Sin embargo, si no las trabajan y se liberan, corren el riesgo de vivir toda su vida atrapados en su pasado.

Vanessa era una de estas personas. Huérfana de madre desde los dos años, idolatraba a su padre, quien la había criado solo. Según me contó en su primera sesión, él había sido la persona más importante de su vida y, desde que había muerto, no lograba levantar cabeza.

Aunque recordaba que su padre le había pegado alguna vez, Vanessa había borrado el acceso a las peores palizas que había recibido. Una de ellas, tan grave, que había acabado en el hospital con un brazo roto.

Los golpes, los insultos y el chantaje emocional continuo a los que la sometió su padre, durante años, minaron su autoestima hasta el punto de creerse que era torpe, inútil y que, sin su padre, ella no podría hacer nada en la vida, ni siquiera vivir. “No vales nada como tu madre, no eres buena para nada, menos mal que estoy aquí para sacarte las castañas del fuego” le repetía su padre, día tras día.

Dar voz a nuestro interior

Recordando su historia, ahora como adulta, Vanessa pudo escuchar y dar voz a su interior, a sus emociones reprimidas por los golpes de su padre. Pudo expresar lo injusto y lo abusivo del maltrato recibido. A lo largo de sus sesiones, Vanessa fue conectando consigo misma, sacándose de encima la enorme influencia que había tenido su padre sobre ella.

De hecho, aunque su padre había muerto varios años atrás, me comentaba que lo seguía sintiendo como una enorme peso sobre su espalda. Gracias a su trabajo en terapia, se pudo liberar de este peso para poder mirarse a sí misma y estar más en contacto con sus verdaderas emociones. También, aprendió a valorarse y a defenderse del abuso de los demás.

Las personas que aprovechan su terapia y logran esta verdadera resiliencia son mucho más conscientes de sí mismas y de su entorno. Reconocen las adversidades que se presentan, pero no se dejan avasallar por ellas, sino que aprovechan todas sus capacidades para superarlas.