Sara acudió a terapia para reforzar su baja autoestima. La joven sentía que, en diversos aspectos de su vida, su falta de confianza en ella misma la estaba perjudicando gravemente. Una de las situaciones en las que Sara percibía, claramente, su baja autoestima era a la hora de defenderse cuando alguien se colaba en la caja del supermercado.
Antes de comenzar una de sus sesiones, me confesó lo siguiente: “Ramón, sé que es una tontería, pero soy incapaz de protestar. Aunque sé que es una situación injusta y que la otra persona se ha colado, me bloqueo, me quedo callada y agacho la cabeza para no enfrentarme a ella”.
Como le sucede a muchas personas, Sara estaba metida en un círculo de pensamientos negativos del que se sentía incapaz de salir.
Siempre que se encontraba en una situación parecida, comenzaban a agolparse en su mente los siguientes pensamientos catastrofistas: “Se están aprovechando de mí y no hago nada por defenderme”, “soy una cobarde, me da miedo enfrentarme a la gente”, “no valgo nada, soy invisible”.
Los pensamientos negativos de Sara la bloqueaban y le impedían reaccionar, por lo que cada vez que debía enfrentarse a una situación parecida, terminaba sintiéndose una inútil y sus pensamientos nocivos volvían a confirmarle la falsa idea de que era incapaz de defenderse de los abusadores.
En qué consiste la práctica imaginada
Para romper este círculo, en consulta, comenzamos a trabajar con la “práctica imaginada”, una técnica que se utiliza mucho en psicología deportiva y que consiste, explicada muy brevemente, en imaginar que resolvemos de forma satisfactoria la situación que queremos trabajar.
En el caso de Sara, trabajamos imaginando el momento de estar esperando en una cola a la que llega una persona con la intención de colarse. Durante varias sesiones, planeamos posibles soluciones satisfactorias y Sara se imaginaba llevándolas a cabo.
La idea que subyace a este ejercicio es que nuestro cerebro no diferencia entre lo real y lo imaginado.
En diversos estudios realizados con diferentes técnicas de vanguardia, se ha encontrado que se iluminan (se activan) las mismas zonas del cerebro tanto al percibir algo con nuestros sentidos como al imaginarlo.También, se ha comprobado que cuando imaginamos que realizamos un determinado movimiento, se activan las zonas cerebrales que se ocupan de ordenar a los músculos ese movimiento.
Por esta razón, esta técnica se utiliza con frecuencia en psicología deportiva para practicar ejercicios y rutinas y para poder seguir entrenando, mentalmente, cuando se produce una lesión física.
Poner en práctica el poder de la imaginación
Como vemos, el poder de la imaginación es enorme. Podemos percibirlo de forma más evidente en situaciones negativas como, por ejemplo, cuando alguien evita hacer un viaje en avión por miedo a tener un accidente o busca una vivienda cerca de un hospital para poder ser atendido en caso de sufrir un infarto.
En todas estas circunstancias, el cerebro está anticipándose y viviendo la situación de forma catastrofista. La persona la siente como verdadera y actúa, en consecuencia, evitando ciertas eventualidades. Sin embargo, no existe un motivo físico real que cause el bloqueo, todo es fruto de la imaginación.
Podemos utilizar la imaginación, esta maravillosa cualidad de nuestro cerebro, para practicar y resolver problemas.
Cada vez que una persona se visualiza actuando de forma diferente y positiva frente a situaciones que antes le bloqueaban, realmente lo está viviendo y sintiendo tal y como lo haría en la realidad física. Su cerebro está trabajando para su sanación y está reforzando las redes neuronales que intervienen en el nuevo comportamiento.
Superar los bloqueos en una situación controlada
Cuando Sara se imaginaba actuando y defendiéndose frente a los abusadores que querían colarse, su cerebro lo estaba sintiendo como verdadero y ella notaba las mismas sensaciones que habría tenido de estar sucediendo la escena, realmente, en su supermercado habitual.
La ventaja, al estar en consulta, es que podíamos trabajar sus bloqueos y sus miedos en una situación controlada, sin tener que exponerse a la situación real. De esta forma, Sara fue, paulatinamente, ganando confianza.
Cada día se sentía más segura y más capaz de reclamar sus derechos y su lugar cuando alguien intentaba colarse.
Finalmente, la prueba de fuego llegó. Un día, alguien intentó colarse a Sara en la pescadería y fue capaz de defenderse de este ataque, poniéndose en su lugar y no permitiendo que la otra persona abusara de ella. “Me sentí contentísima. Casi no tuve que pensar en qué decir, me salió automático, gracias a las veces que lo había practicado aquí, en la consulta”, me comentó Sara en la siguiente sesión.