Todos hemos padecido muchos trastornos inflamatorios. Aunque tenemos un mal concepto de la inflamación, en verdad resulta indispensable para la vida y el mantenimiento del equilibrio en el organismo. La inflamación no es un proceso negativo, sino que en la mayoría de los casos señala que estamos empezando a curarnos. Pero también es verdad que una inflamación crónica, de la que no somos concientes, puede estar minando nuestra salud.

Existe una inflamación aguda que suele ser evidente. Cuando nos caemos nos sale un moratón y nos duele. Podemos también padecer una bronquitis estacional o una diarrea de verano, que nos duran apenas unos días o unas semanas.

Pero no siempre somos conscientes de que desarrollamos un proceso inflamatorio leve.

Existe una inflamación mucho más sutil, ligera, a menudo imperceptible, que puede conducirnos, a largo plazo, a problemas de salud mayores.

El proceso inflamatorio no consiste solo en una mayor afluencia de sangre para reparar un tejido, sino que tiene importantes implicaciones en la inmunidad y las defensas.

De ahí que un desarrollo incorrecto de la inflamación pueda facilitar la aparición de enfermedades autoinmunes como la artritis reumatoidea, la esclerosis múltiple, la tiroiditis, la colitis ulcerosa, la psoriasis o una alergia, por ejemplo. En estas enfermedades existe una inflamación potente de base que afecta a un órgano u otro, y que deberíamos intentar rebajar.

Los 4 síntomas clásicos de la inflamación

Signos cardinales. La medicina griega indicó que la inflamación se caracteriza por 4 síntomas: hinchazón, rubor, dolor y calor. Veremos a continuación que los cuatro indican que a la zona inflamada acude mucha más sangre de lo normal.

  • Hinchazón. Allá donde hay inflamación hay un tejido hinchado. En las contusiones aparece hinchazón, igual que un absceso que se inflama da lugar a un edema. Esto es así porque lo primero que provoca la inflamación es afluencia de líquido a la zona inflamada. El líquido aporta oxígeno, así como inmunoglobulinas y elementos que ayudarán a reparar el tejido afectado.
  • Rubor o enrojecimiento. El lugar afectado por la inflamación se enrojece. Cuando ocurre a nivel superficial podemos verlo, pero también sucede en órganos internos. El color más rojizo nos indica una mayor afluencia de sangre, elemento vital para reducir la inflamación.
  • Dolor. No hace falta decir mucho: los tejidos inflamados, machacados o debilitados duelen, y si hay edema (acumulación de líquido), molestan aún más.
  • Aumento de calor. La zona afectada está caliente porque el cuerpo necesita aumentar discretamente la temperatura para incrementar el metabolismo y poder reparar mejor.

Por qué a veces la inflamación se cronifica

Las causas de esta inflamación crónica son múltiples: una predisposición genética, la exposición continuada a sustancias irritantes o tóxicas, una acumulación de patógenos (virus, bacterias u hongos), una reacción inmunitaria excesiva, la toma de ciertos medicamentos o la acción de numerosas inflamaciones agudas. Sin embargo, el factor fundamental son los hábitos de vida y la dieta que llevamos.

Se conocen como procesos inflamatorios crónicos de bajo grado aquellos en los que existe inflamación suficiente como para producir una enfermedad crónica, pero que no advertimos en sus fases iniciales.

  • Grasa proinflamatoria. Un ejemplo clásico es el de la obesidad. Las personas obesas padecen más enfermedades crónicas, no solo por su sobrepeso, sino también por la acción proinflamatoria de la grasa acumulada, que suele provenir de una alimentación inadecuada en cantidad y en calidad.
  • Larga duración. La inflamación empieza poco a poco, pero el proceso puede prolongarse durante meses o años, y evoluciona generando la muerte de los tejidos, la formación de escaras y la acumulación de tejido conectivo.
  • Es una respuesta defensiva. La inflamación es parte importante de nuestras defensas. Cuando el organismo detecta un intruso, inicia una respuesta biológica que incluye la inflamación. El intruso puede ser una espina, una picadura de mosquito, un golpe o también una bacteria, un parásito o un virus. Todo ello se ve empeorado cuando se sigue una dieta inadecuada, ya que un exceso de grasas saturadas, de ácidos grasos omega-6 o de ciertos aditivos pueden estimular el proceso inflamatorio. También lo puede provocar el gluten en personas sensibles a él.
  • Las defensas se confunden. En ocasiones, cuando el mecanismo de defensa está estresado o deteriorado, puede poner en la diana a las células del propio organismo. Las considera «intrusos» y las ataca generalmente mediante una acción de bajo grado y larga duración.
  • Un autoataque fatal. Esta confusión es lo que provoca las llamadas enfermedades autoinmunitarias, como la diabetes o las tiroiditis, que a su vez aumentan la probabilidad de que la persona sufra enfermedades cardiovasculares, obesidad, alzhéimer y otros trastornos.

La inflamación crónica puede ser evidente o cursar de forma imperceptible. Permanece durante meses, años o toda la vida, y poco a poco va deteriorando nuestro organismo o produciendo enfermedades autoinmunes u otras patologías.

Señales de que hay inflamación de bajo grado

La inflamación de bajo grado es peligrosa porque puede pasar inadvertida. Estos son algunos signos que pueden ponerte sobre aviso de que ya la estás padeciendo.

  1. Hinchazón. Por leve que sea, si se sostiene en el tiempo hay que prestarle atención y consultar con un médico.
  2. Fatiga. Sentirse permanentemente cansada sin motivo aparente puede estar indicando que se padece una inflamación de bajo grado.
  3. Dolor difuso. El dolor generalizado se encuentra entre las señales de una inflamación crónica de fondo.
  4. Ánimo bajo, ansiedad. Puede ocurrir, ya que la inflamación afecta al funcionamiento del cerebro.
  5. Confusión mental. La responsable sería la neuroinflamación.
  6. Articulaciones sensibles. Sucede porque los tejidos se desgastan y rasgan.
  7. Problemas digestivos. La inflamación altera la microbiota intestinal.

¿Se puede medir la inflamación?

La inflamación crónica de bajo grado es silenciosa. No podemos medirla de modo directo. Pero ciertas pruebas permiten a los médicos detectar posibles procesos inflamatorios graves. Es el caso de la prueba que mide la viscosidad del plasma. Hay también otras dos que se demuestran útiles:

  • Prueba de proteína C reactiva o PCR (que no es el PCR o reacción en cadena de la polimerasa que se utiliza para determinar la presencia del virus SARS-CoV-2). La PCR es una proteína que produce el hígado y que se vierte al torrente sanguíneo en respuesta a una inflamación. Normalmente se tienen niveles bajos de proteína C reactiva en la sangre. Si los resultados muestran niveles altos, probablemente sea un signo de que el cuerpo está experimentando alguna clase de inflamación. Para averiguar la causa o el lugar de esa posible inflamación el médico prescribe más pruebas.
  • Tasa de sedimentación de eritrocitos (ESR por sus siglas en inglés). Es una prueba de sangre que mide la rapidez con la que los glóbulos rojos (eritrocitos) se sedimentan o depositan en el fondo del tubo de ensayo. Normalmente se asientan de modo bastante lento. Si lo hacen más rápido puede ser porque existe alguna inflamación en el cuerpo. Esto sucede porque la presencia de diferentes proteínas en el plasma durante la inflamación provocan un cambio en la carga de la superficie de los hematíes.