Que estar rodeado de naturaleza es bueno para la salud forma parte de la sabiduría popular, del sentido común. Es algo obvio. Sin embargo, los médicos no recomiendan paseos por la montaña, no preguntan qué vistas tenemos desde nuestras casas y la seguridad social no nos va a pagar una estancia en una casa de reposo en el campo.

Debieran hacerlo si tuvieran en cuenta los estudios científicos que prueban la profundidad de los efectos que los entornos naturales ejercen sobre el organismo. En muchos casos son más eficaces que las pastillas.

Clemens G. Arvey, botánico y escritor, explica en su libro El efecto biofilia (Ed. Urano) cómo la naturaleza actúa de manera terapéutica. El concepto "biofilia" fue acuñado por el gran biólogo Edward O. Wilson para referirse a la afinidad innata que la humanidad siente por los seres vivos.

Arvey va un paso más allá y llama la atención sobre la acción positiva de la naturaleza sobre la salud. "Es un hecho demostrado científicamente: la naturaleza es la mejor terapia y también una excelente psicoterapeuta", afirma.

La medicina natural recurre desde hace miles de años a las plantas medicinales, a los alimentos o al agua como elementos terapéuticos, pero para que el efecto biofilia se produzca no hace falta nada más que abandonar el cemento y el asfalto para rodearse de plantas, animales y tierra, respirar, andar y dejar que la mente vague.

Biofilia, un efecto probado

Roger Ulrich, profesor de arquitectura y ciencias de la salud en la Universidad Técnica Chalmers, en Suecia, ha demostrado que el mero hecho de mirar el verde de los árboles a través de la ventana de un hospitalacelera la recuperación tras una operación.

Sus estudioscumplen con todos los requisitos científicos y han demostrado que con la ayuda de un poco de verde se necesitan menos analgésicos y disminuye el riesgo de complicaciones posoperatorias.

Como la medicina oficial no asimila estos hallazgos con la misma urgencia que los estudios pagados por la industria farmacéutica, la mayoría de nuevos hospitales todavía se construye sin jardines. Incluso están prohibidas las plantas en las habitaciones.

Pero sí se puede llevar a los enfermos plantas artificiales, fotos y documentales, pues, según Ulrich, incluso las reproducciones de seres vivos producen algún beneficio.

Tarde o temprano la medicina incorporará la "terapia de naturaleza" a sus protocolos. En Japón ya existe a nivel académico y clínico una disciplina llamada Medicina del Bosque.

El doctor Qing Li, uno de los expertos más reconocidos, ha probado que el aire del bosque reduce de forma duradera la secreción de cortisol y adrenalina, las hormonas del estrés relacionadas con trastornos inmunitarios y metabólicos.

La medicina también está en el aire (del bosque)

Nuestro organismo no es una isla, está en relación profunda con el entorno.

El sistema inmunitario es sensorial y se encuentra en intercambio permanente con los sistemas nervioso y hormonal, y además con el ambiente. De todas estas relaciones depende en buena medida la salud.

El sistema inmunitario, por ejemplo, es sensible a la acción de los terpenos emitidos por las plantas para protegerse y también para comunicarse entre sí.

Los bosques, los ecosistemas, son comunidades inteligentes y de una complejidad maravillosa donde el flujo de terpenos constituye un medio de comunicación, un lenguaje. Los árboles lo utilizan, por ejemplo, para avisarse de posibles amenazas.

Sirven además para comunicarse con otras especies y también con nuestros sistemas inmunitario, nervioso y endocrino.

En los bosques el aire está repleto de estos compuestos volátiles anticancerígenos que fortalecen el sistema inmunitario y cuyo efecto sobre el organismo a medio y largo plazo es mucho mayor de lo que se había podido imaginar.

Los investigadores japoneses aportan pruebas de que en las zonas boscosas mueren menos personas de cáncer. Respirar en un bosque es como tomar un elixir curativo, aseguran.

El poder sanador de la naturaleza

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La naturaleza alivia los dolores y nos ayuda a sanar más deprisa. Durante un paseo o, mejor aún, una estancia en la naturaleza, el estrés, la sensación de dolor y las preocupaciones se reducen radicalmente.

La relajación permite la regeneración del organismo. La necesidad de analgésicos disminuye, la recuperación completa se produce más rápidamente y son menos probables las complicaciones, según los estudios de Ulrich.

La profundidad de las interacciones entre el organismo humano y los entornos naturales apenas se está empezando a conocer. Consiguen, por ejemplo, que aumente la DHEA, un precursor de las hormonas sexuales masculinas y femeninas que protege el corazón, previene la diabetes y reduce el riesgo de obesidad, según Qing Li.

El contacto con la naturaleza, bueno para el corazón y la cabeza

La naturaleza es una gran cardióloga. Investigadores coreanos y japoneses han probado que las excursiones por el bosque reducen la presión sanguínea y la frecuencia cardiaca. Estos científicos comprobaron que los terpenos liberados por los cedros son especialmente eficaces para bajar la tensión arterial.

Además de la acción química directa, se da una influencia a través de la percepción. El cerebro posee estructuras que interpretan continuamente, de manera inconsciente y autónoma, lo que sucede en nuestro entorno.

Para nuestro cerebro no es lo mismo caminar por un prado florido que hacerlo por el centro de una ciudad. El cerebro valora el entorno y da órdenes muy diferentes al organismo que pueden favorecer la aparición de enfermedades o la recuperación.

La reacción del organismo ocurre al margen de los gustos personales civilizados. Hasta la persona más urbanita conserva una conexión neurobiológica con la naturaleza que es el resultado de millones de años de evolución.

Este vínculo es comparable al de un bebé con su madre. La naturaleza es la madre de nuestra especie y en su cercanía nos sentimos acogidos; lejos de ella estamos desamparados. Un bebé puede morir sin el contacto físico de la madre. Los adultos enfermamos cuando se debilitan los vínculos con el entorno natural.

Las personas más adictas a la tecnología no saben cuánto depende su bienestar de las plantas, los animales y la tierra. Roger Ulrich afirma que "los seres humanos muestran una tendencia innata a mostrar reacciones positivas y duraderas en la naturaleza, mientras que no ocurre así en un entorno urbano y moderno".

En el cerebro están grabadas las imágenes inconscientes de los entornos naturales que se adaptan a las preferencias de la especie humana y a sus posibilidades de supervivencia. Esos entornos producen –sin que seamos conscientes de ello– emociones positivasy bienestar físico.

El lugar donde se encuentran grabadas estas imágenes es el tronco encefálico y el cerebelo, el llamado cerebro reptiliano, y el sistema límbico que lo rodea.

El tronco no es más grande que el pulgar, pero regula funciones corporales como el latido cardiaco, la presión sanguínea, la respiración, los ciclos de sueño y vigilia o la secreción de hormonas como la serotonina, esencial en el control del estado de ánimo.

El sistema límbico ordena cuándo podemos relajarnos o cuándo debemos estar en alerta.

Un entorno hostil produce desequilibrio

El ruido, el tráfico, la mala cara de un jefe, las superficies rectas, duras y afiladas o el exceso de estímulos nos ponen en tensión. Nos sentimos ansiosos, cansados y bloqueados.

Cuando esta situación se mantiene aparecen problemas de concentración, insomnio, depresión, pánico, disfunciones digestivas e infecciones. Estos factores desempeñan también cierto papel en el origen del cáncer. Activar el modo relajación.

Ulrich, junto con otros expertos, ha desarrollado la Aesthetic-Affective-Theory, es decir, la "teoría estéticoafectiva". Según esta tesis, existen determinadas percepciones sensoriales que nos dicen "relájate", aunque no seamos conscientes de ello.

El estrés y la soledad enferman

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Es lo que ocurre en un medio natural acogedor. El canto de los pájaros no lo sentimos como una amenaza y nos relaja. Lo mismo puede decirse del murmullo de un arroyo o un arbusto lleno de bayas. Sentimos que están cerca el alimento y el agua que traen la vida.

Las flores también nos encantan porque se relacionan con frutos deliciosos (y con el amor, pues responden a la necesidad de reproducirse de la planta).

A la gran mayoría de personas le sienta bien estar en determinado tipo de paisaje. En él hay árboles que para nuestros antepasados eran un emplazamiento seguro para dormir y comer. También hay un arroyo, un río tranquilo, un lago de aguas cristalinas o una pequeña cascada. Hay numerosos olores que nos tranquilizan.

Son estímulos visuales, ruidos y aromas que crean las bases neurobiológicas para sentirnos bien. Los espacios con estas características nos parecen paradisiacos. Nos recuerdan a la sabana africana, el hogar de los primeros seres humanos.

Los parques urbanos los recrean y consiguen un efecto similar sobre nuestro organismo.

Encontrar un lugar seguro

El matrimonio de psicólogos Rachel y Stephan Kaplan, profesores de psicología ambiental en la Universidad de Michigan, subraya la necesidad de naturaleza del ser humano, pero también de encontrar un lugar donde sentirse seguro, un cobijo que ellos denominan shed o cabaña.

En este contexto, las casas en pleno bosque se convierten en lugares donde restablecerse por completo. El medio natural apoya el sistema nervioso parasimpático al servicio del restablecimiento físico y mental. La estancia regular en la naturaleza ayuda a vencer el insomnio, la ansiedad, la depresión, el síndrome de "estar quemado" y la falta de perspectivas...

Por eso Clemens G. Arvay afirma que "¡no existe mejor psicólogo que la naturaleza!"