Escoge un día para desconectar de la televisión, del ordenador, del móvil… Quizás un domingo, el día que desde antiguo se dedica a lo divino y al descanso laboral.

Aunque se trata de pasar el tiempo contigo mismo, no es indispensable hacerlo en soledad, puedes tener compañía, pero no es aconsejable un grupo mayor de tres o cuatro personas. Eso sí, la persona que tengas a tu lado debe tener tu misma actitud o por lo menos respetarla.

Se trata de hacer vida normal, pero sin medios audiovisuales. Puedes preparar la comida, leer un libro en consonancia con la experiencia que buscas o hacer ejercicios relajantes como yoga o taichí. No utilices el teléfono, o a lo sumo recibe solo mensajes que consultarás muy espaciadamente.

No está de más, asimismo, que avises previamente a tus familiares y amigos de que piensas pasar un día dedicado a tu relax, evitando de esta manera que se extrañen si no les llamas o contestas.

Desconectar un día del mundanal ruido, conectar contigo mismo

Conviene un entorno tranquilo, alejado del ruido. Si puedes estar cerca de la naturaleza, mucho mejor, ya que podrás dar algún paseo fuera de casa. Si es en un piso de ciudad, procura que en su interior no haya ruido o el menor ruido posible.

Mantenerse callados es también recomendable. Es algo relativamente sencillo si no hay nadie contigo y puede pactarse si tienes compañía. Si hay que decir algo importante, bastará con hacer algunos gestos o escribir una nota. Si ese silencio verbal se rompe accidentalmente o por necesidad, no pasa nada.

No se trata de jugar a ver quién aguanta más, sino de adherirse a ese silencio de manera voluntaria.

Guardar silencio forma parte de cualquier aprendizaje

Los niños en la escuela deben evitar hablar cuando lo hace el profesor, no solo como muestra de respeto, sino para asimilar mejor los conocimientos. También forma parte de disciplinas espirituales.

Los discípulos de Pitágoras debían guardar silencio durante largos periodos de tiempo antes de ser iniciados.

Hay yoguis que hacen voto de completo silencio (mauna). Es la lengua del corazón desde un punto de vista espiritual. El silencio es el lenguaje de los sabios. Silencio y paz suelen ir unidos.

El control del habla va parejo al de la mente. A menudo tenemos muchos pensamientos parlanchines que nos agotan sin llevarnos a ninguna parte.

Dedicar un tiempo del día a la meditación

Si ya conoces técnicas, elige la que mejor se adapte a la situación y que no sea demasiado compleja.

Por mi parte, siempre recomiendo la más sencilla y primordial, aconsejada por el propio Buda: meditar en la respiración. Hay una relación directa entre la respiración y la mente. Al sincronizarse ambas mediante esta práctica meditativa, se logra un estado de interiorización con sensación de calma y relajación.

Hay que sentarse cómodamente sobre el suelo o en una silla, con la espalda derecha, sin rigidez, las manos en el regazo, con la derecha sobre la izquierda. Ojos cerrados o entreabiertos. La práctica consiste en sentir cómo el aire entra y sale por las fosas nasales.

Respira de forma natural, ni demasiado rápido ni demasiado despacio. Si la atención se desvía hacia otros pensamientos, vuelve a concentrarte en la respiración con tranquilidad. Puede durar de 15 a 30 minutos o, más aconsejable, puedes hacer mini sesiones de 5 minutos a lo largo de la jornada.

Haz caso a tu reloj biológico

El ser humano ha vivido durante milenios en consonancia con el ritmo solar de luz y oscuridad, levantarse con el alba y acostarse poco más tarde del crepúsculo. A lo sumo ha utilizado por la noche lámparas de aceite, antorchas o velas.

Con la invención de la bombilla eléctrica todo cambió, pero no nuestra fisiología. La menor secreción de melatonina, el insomnio y el aumento del estrés son algunas de las consecuencias de haber roto ese ritmo ancestral.

Pues bien, durante el día consagrado a la paz, evita utilizar la electricidad: no enciendas la televisión ni los ordenadores, desde luego, pero tampoco la iluminación.

Al llegar la noche o antes, si vives en una casa oscura, usa velas. La luz de una vela es algo único y fascinante. Cambia la percepción del espacio y del tiempo. La estancia se llena de matices, de los claroscuros misteriosos tan bien descritos por el japonés Junichiro Tanizaki en su libro El elogio de la sombra (Siruela, 2016). El tiempo transcurre con otra cadencia, más suave, con perfume de luna.

Por ese motivo, en una velada romántica alrededor de una mesa, o incluso en la cama, la luz de unas velas es la mejor opción. Y también lo es para recuperar la serena calma exterior e interior.