El ejercicio físico es uno de los parámetros del estilo de vida en los que podemos trabajar de manera voluntaria para influir en el metabolismo.

El metabolismo basal es la energía que necesitamos cuando aparentemente no hacemos nada. Es decir, mientras estamos respirando, pensando, los riñones filtrando, el corazón latiendo o el pelo creciendo.

A mayor cantidad de masa muscular, más elevado será el metabolismo basal, porque cuanta más musculatura, más energía y nutrientes son necesarios para regenerarla, necesita vasos sanguíneos que la irriguen, necesita oxígeno, glucosa…

Por tanto, solo por el hecho de tener una mayor masa muscular, nuestro gasto en reposo será más elevado.

Ejercicio físico y metabolismo

Pero hay que tener en cuenta que esto solo aumentará ligeramente el gasto, por lo que no es correcto pensar que nos va a dar carta blanca para comer sin control alguno.

Es un error pensar que el ejercicio físico compensa una mala dieta.

La actividad física incrementa, asimismo, la sensibilidad a la insulina y hace que mejore nuestra respuesta a esta hormona, lo que previene, entre otras complicaciones igualmente graves, la diabetes de tipo 2.

Y mejora también la resistencia a la leptina, así como su producción.

Un buen funcionamiento de ambas hormonas y sus receptores, es un requisito indispensable para el equilibrio metabólico y para el correcto funcionamiento de las señales reguladoras del apetito, la saciedad y la composición corporal.

Beneficios múltiples

Es importante realizar tanto ejercicio aeróbico (resistencia) como anaeróbico (fuerza), ya que cada uno de ellos influye en unas vías determinadas y juntos consiguen un mejor equilibrio en todos los sentidos.

Si hasta ahora llevabas una vida sedentaria, un entrenador personal puede ayudarte a seguir una rutina adecuada a tu estado físico y a ir mejorando poco a poco.

Los efectos positivos del ejercicio físico se dan también a nivel mental. Colabora con el control del estrés y la ansiedad, y estimula la secreción de endorfinas, lo que nos ayuda, de manera indirecta, a mejorar nuestra relación con la comida.

Conseguimos así un mejor control de nuestro estado mental y disponemos de más recursos para comer de manera consciente.