"Lo más profundo de nosotros mismos es nuestra superficie", escribió el poeta francés Paul Valéry. Con su sensibilidad extrema intuyó lo que descubrimientos científicos más recientes acaban de demostrar: la piel y el cerebro son uno.

Cuando la vida se abre camino en nosotros para conformarnos, piel y cerebro van unidos, pues se desarrollan a partir del mismo tejido embrionario, el ectodermo, justo a los 21 días de vida del embrión. Desde entonces la comunicación entre piel y cerebro no deja de fluir.

Viajar a nuestro mundo interior a través de la piel

Laurent Misery, neurocientífico de la Universidad de Bretaña especializado en las conexiones de la piel y el sistema nervioso, ha llegado a demostrar en el laboratorio que "la piel y el cerebro son hermanos embriológicos nostálgicos", de tal forma que los vínculos entre ambos se tejen de manera espontánea.

Por un lado, las neuronas influyen sobre la piel: el 80% de patologías dermatológicas tienen un origen psicológico y el 40% son la manifestación de un estado ansioso o depresivo.

E inversamente la piel determina el sistema nervioso, porque de hecho no es más que su prolongación periférica. Las células de la piel son capaces de guiar y regular el crecimiento neuronal a través de unas proteínas situadas en su superficie que tienen el poder de bloquear el crecimiento de las neuronas.

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El ser humano cuenta con cinco millones de receptores sensibles al roce, la presión, la temperatura y el dolor. Cuando nos tocan, acarician o masajean están captando información de forma constante para enviarla al cerebro a una gran velocidad.

No hay duda de que a través de la piel se pueden alcanzar zonas muy profundas de nuestro organismo. De hecho ha sido el tacto lo que primero ha estructurado y configurado nuestro "yo", la conciencia de lo que somos, así como nuestra visión del mundo.

La piel, el órgano que configura nuestra identidad

El psicoanalista francés Didier Anzieu asegura en su libro Yo-Piel (Ed. Biblioteca Nueva) que básicamente somos el resultado de nuestras experiencias táctiles y que el "yo" se corresponde en buena medida a este órgano frontera entre nuestro mundo interno y el mundo externo: la piel.

La información que recibimos a través de la piel, nuestro órgano más extenso, articula la noción que tenemos de nosotros mismos y de los demás. Se erige en el lápiz que traza las principales líneas de nuestro mapa mental.

Entre las funciones del "yo-piel", Anzieu destaca la individuación: de la misma forma que cada piel presenta un color, textura u olor singular, el "yo-piel" nos ayuda a sentirnos seres únicos y singulares.

Un reflejo del inconsciente desde que nacemos

En este "yo-piel" también se encierran las pulsiones de placer sexual. Se almacenan sucesos, sensaciones y emociones de las que ni siquiera somos conscientes y que aparecerán de forma involuntaria generando, por ejemplo, un rubor ante cierta circunstancia.

Además, a través de las marcas que imprimimos en nuestra superficie cutánea con perforaciones, maquillajes, tatuajes u otras ornamentaciones, nos identificamos con un grupo social. "Me siento bien en mi piel" abarca mucho más que una simple expresión.

Pero en este mapa las huellas más determinantes serán las huellas que inscriben las manos de la madre (todo nuestro mundo cuando somos niños) cuando coge y sostiene al bebé en brazos, lo acuna, duerme, acaricia, amamanta, calma su hambre, atiende sus necesidades y acoge su ansiedad. Se sumarán a las sensaciones surgidas por las caricias que el feto se proporciona a sí mismo en el vientre de la madre y a las experimentadas en el momento del parto, también un crucial estímulo táctil del "yo-piel".

La piel expresa a su vez emociones que no somos capaces de definir: "El estrés puede dar alopecia, el acné expresar una pérdida, la psoriasis tapar una pérdida, la psoriasis tapar la ira, un eccema la ansiedad... o un dolor profundo, como una depresión", afirma la doctora María José Tribo, de la Unidad de Psicodermatología del Hospital del Mar de Barcelona.

Aflorar todo un "yo" de sensaciones a través del tacto

Construido mucho antes de que aparezca el lenguaje, el "yo-piel" está constituido por sensaciones, pulsiones e instintos que se presentan de forma caótica y que el niño, incapaz de gestionar, asocia a distintas zonas de su cuerpo.

Es una información que se guarda en lo más profundo de nosotros y que regresará a la superficie mediante el tacto y, sobre todo, con determinadas formas de contacto profundo que se realizan a través de los masajes. Habla entonces con su código propio este primer yo corporal y sensorial que se ha ido generando mediante el contacto piel con piel y que es la base del yo psíquico.

La información archivada en las profundidades del cuerpo emerge a través del contacto en los masajes.

"El Yo-Piel es como un estadio del ser primitivo, un yo corporal a partir del cual se desarrollaría la estructura psíquica de la persona según las experiencias corporales sensoriales experimentadas", señala la psiquiatra Ana Gálvez.

A través del tacto, de los cuidados, de las caricias, se establece el primer vínculo del bebé con su madre o con otros cuidadores. Si la madre responde de forma empática a las necesidades del bebé se establecerá un vínculo seguro en el que el niño podrá crecer, estructurar progresivamente su yo psíquico y atravesar con éxito las distintas etapas del desarrollo.

"No se trata tanto de la cantidad del contacto entre madre y bebé, o de cubrir necesidades obvias del bebé como el baño, o la limpieza, sino de la calidad de esos cuidados, del afecto materno transmitidos a través de las caricias y de contacto", puntualiza Ana Gálvez.

Y añade: "Los masajes pueden retrotraernos a experiencias que tenemos asociadas al vínculo materno más primitivo, es decir, regresarnos al momento en que nuestra madre nos acariciaba, sostenía y arropaba y nos hacía sentir protegidos. Estas serían sensaciones muy reconfortantes".

El dolor también se grava en la piel

Cuando la conexión madre-hijo se interrumpe o resulta insuficiente, el "yo-piel" intenta frenar la penetración del contacto y se refugia en una actividad mental frenética para protegerse y compensar esta insatisfacción.

Si estas experiencias desagradables se reiteran, entonces aparece el vacío en la persona y se puede acabar sembrando en este "yo-piel" la inseguridad, la desconfianza y otros sentimientos insatisfactorios a través de sensaciones que quedarán registradas en la piel.

"De la misma manera la repetición de encuentros armónicos con la madre que es capaz de contener la ansiedad y calmar fomentan un ‘yo-piel’ lleno de confianza. La piel absorbe, memoriza y almacena todo: calor, frío, dolor, aceptación, rechazo, ansiedad… y de todo ello las caricias son lo que prefiere", sigue Gálvez.

Ana Gálvez es partidaria de la psicoterapia como tratamiento principal de los trastornos psíquicos contempla los masajes como un buen complemento cuando es necesario. "Además, los masajes pueden tener un efecto de relajación que cambia la perspectiva y el estado de ánimo".

Masajes que llegan a lo más profundo

A través de un trabajo corporal que tiene el tacto como elemento principal la psicología Gestalt creó una nueva forma de exploración de la persona que le ayuda a expandir la conciencia de sí: el Masaje Californiano Esalen.

Mediante movimientos largos y envolventes, este masaje despierta toda esta información y consigue conectar con lo más profundo de la persona mejorando la percepción de sí misma e integrando todas las zonas de su cuerpo.

Masajes como el californiano ayudan a transformar la imagen que uno tiene uno mismo sin necesidad de que medien palabras.

"El masaje californiano va más allá de lo físico descomprimiendo por dentro a la persona e integrando mediante un tacto lleno de presencia. Esto hace aflorar sensaciones y emociones que forman parte de la memoria corporal", asegura Sujati Lacanna, directora de Spazio Masajes Escuela de Masaje Californiano.

Según su experiencia, "son muchos los que hace demasiado tiempo que no han sido tocados con amor, respeto, lentitud y sin ningún objetivo. Y es que las sensaciones que genera este tipo de contacto nos atemorizan. El masaje californiano te toca la piel y a través de ella se llega al corazón. El subconsciente se despierta y el masajista te dice con su actitud: estoy aquí contigo y te acompaño hasta donde tú quieras y después te ayudo a regresar".

Un viaje interior en el que, aun sin buscarlo, se hace escala en los episodios de la vida que han quedado registrados en distintas zonas de nuestra piel es lo que proporciona también el Arún Tacto Consciente, un tacto amoroso que fomenta la salud y abre una puerta a una conciencia expandida. Una meditación del tacto en la que la persona toma el pulso al misterio que se encierra dentro de sí.

Diferentes métodos de tocar se combinan en Arún Tacto Consciente para después diluirse ante la innata e intuitiva sabiduría de las manos, que perciben en cada momento dónde y de qué manera deben acercarse a la piel: suave, intensamente, en quietud, acariciando, balanceando, vibrando, deslizándose, parándose, con la yema de un dedo…

La presencia de la respiración acompaña cada movimiento y de ahí surge una confianza relajada para poder mirar hacia el interior. "Se trata ante todo de una escucha profunda en el ahora, con un corazón abierto", cuenta Muditosan, profesional de Arun Tacto Consciente desde 1994.

"Hay cuerpos con mucho dolor y las manos tienen la capacidad de crear espacios regeneradores escuchando ese dolor sin identificarse con él, sin juzgarlo, sin buscar cambiarlo o corregirlo, sino simplemente acompañando, porque entonces puedes crear un puente entre las zonas inconscientes o aisladas de dolor y la energía consciente y conectada", añade el experto.

"La piel se alegra de por fin haber sido atendida de forma auténtica y el cuerpo despliega sus mecanismos de curación y reequilibrio. El cuerpo se resintoniza con la salud, como cuando afinas un instrumento musical".

"Pero no es necesario que haya dolor", añade Muditosan, formado con los maestros internacionales y creadores de Arun, Anubuddha y Anasha, inspirados por el místico Osho.

"Mediante el tacto la persona consigue sentirse por dentro", dice. "Cuando pongo una mano sobre tu brazo entonces este toma forma y volumen por dentro y por fuera. Mi mano se convierte en un amplificador para que puedas sentir y así puedas mirarte hacia dentro, algo muy necesario teniendo en cuenta que solo estamos pendiente del afuera".

Shantala, el masaje que alimenta al bebé

No hace falta esperar a ser adulto para beneficiarse de esos beneficios del tacto. Phyllis K. Davis, autor del El poder del tacto (Ed. Paidós), asegura que los recién nacidos necesitan ser acariciados para sobrevivir. Boris Cyrulnik habla de "comida afectiva".

De hecho, cuando un bebé prematuro es masajeado y se facilita el contacto piel con piel su tiempo de hospitalización se reduce y gana peso con más rapidez.

El shantala es una técnica de masaje para bebés, habitual en la India, que fue traída a Occidente por el ginécologo francés Frederic Leboyer. Ayuda a segregar oxitocina, la hormona del vínculo, favorece el desarrollo psicomotor del bebé, la coordinación, la inteligencia y la maduración del aparato respiratorio y digestivo.

Se masajea al bebé desnudo cada día en un ambiente cálido y con un aceite neutro mediante movimientos suaves, haciendo hincapié en las palmas de las manos y plantas de los pies. Más que la técnica es importante la presencia.

Un modo de regresar a casa

No son pocos los que denuncian que nuestra sociedad ha dado la espalda al contacto piel con piel convirtiendo el cuerpo en un simple objeto sexual o en un ente extraño que se puede modelar y domesticar y que únicamente se valora por la vista en lugar de por las sensaciones que genera. Así hemos dejado de sentirnos a nosotros mismos. Nos hemos olvidado de quiénes somos.

El masaje puede ser el primer paso para recuperar el pulso de nuestro yo más primigenio y auténtico, aquel que conoce toda nuestra historia y late más allá de las máscaras, corazas y etiquetas. A través de la calidad del tacto que proporciona, puede erigirse en el primer paso para comunicar con nuestro interior.

El masaje es un oportunidad para dar a nuestro mundo interior un espacio, redescubrirlo, dotarlo de significado y sanar heridas.

Se trata, pues, de vivenciarse a partir de las sensaciones y con ello auto-explorarse gracias a unas manos que harán de espejo, reflejando lo que se encierra en nuestra piel. El masaje permite acceder a todo aquello que conforma nuestra identidad y actitud ante la vida sin ser conscientes de ello, nos acerca a la esencia de lo que somos acallando la mente engañosa y dando voz a la piel, que nada parece olvidar.

"Cuando te das un golpe te llevas la mano al lugar dañado, porque el tacto puede curar mente, cuerpo y espíritu. Cuando tocas a alguien con amor y sin juicio, ese ser amplía la conciencia de sí, renace y se ilumina", concluye Muditosan. Se necesita un hogar y el masaje favorece este regreso a casa.