Puedo subir y bajar los brazos de la horizontal a la vertical treinta veces mientras pienso en que debo ponerme más en forma y en las obligaciones del día. O puedo cerrar los ojos y prestar atención a mi respiración y a las sensaciones del cuerpo mientras subo los brazos lentamente a la vertical y los vuelvo a bajar dos o tres veces.
Quizá tarde lo mismo, pero la diferencia entre ambas experiencias, aparte de que la segunda resulta mucho más placentera y eficaz, reside en la calidad de la atención.
"Si permaneces consciente, todo lo que hagas será meditación", decía el místico Osho. Es habitual imaginar que, para meditar, hay que sentarse y permanecer inmóvil observando la respiración, el pensamiento, algún objeto o la propia conciencia. Pero no tiene por qué ser necesariamente así. Se puede meditar en movimiento.
Meditar no es una técnica, es un estado en el que simplemente se es, sin juzgar, y en el que uno no se identifica con lo que hace, con lo que siente o con lo que piensa. Es un estado de mayor conciencia que propicia la sensación de estar en contacto con lo esencial.
El budismo enseña que parte de la insatisfacción de la vida surge de habernos acostumbrado tanto al mundo que dejamos de percibir su belleza y variedad. La herramienta que contrarresta ese proceso es la atención consciente.
Técnicas de meditación en movimiento
Llevar la conciencia a los propios movimientos corporales, sensaciones físicas, emociones y pensamientos permite a la mente tomar distancia. Ayuda a situarse en el momento presente y a no vivir absorto en pensamientos sobre el pasado o el futuro que generan angustia o insatisfacción.
- Una de las técnicas empleadas en el zen para liberar a la mente de su jaula es el kinhin: la marcha meditativa. Se practica tradicionalmente intercalándola con la meditación sentada para desentumecer el cuerpo y trabajar la atención en un acto tan cotidiano como caminar.
- En el taoísmo, la ecuanimidad y la quietud interior se trabajan tanto en los movimientos encadenados, lentos y armónicos del chikung como en los fluidos del taichí.
- Las secuencias de asanas del yoga, cuando no se realizan como mero ejercicio físico sino con la atención y entrega que pide un trabajo más espiritual, constituyen otra práctica meditativa. "Yoga" deriva de la raíz sánscrita yuj, que por un lado significa dirigir la atención y, por otro, unión o comunión.
- También la danza puede convertirse en una poderosa meditación. "En comunión con el ritmo cósmico, el alma canta, llena de luz, y el hombre libre llega a bailar su vida", escribió el coreógrafo y bailarín checo François Malkovsky, quien inspirándose en las leyes de movimiento de la naturaleza sistematizó las coreografías de la llamada danza libre. Otras danzas meditativas muy diferentes son las propuestas por Osho en sus meditaciones dinámicas, la danza trance o el baile de los cinco ritmos, en las que se llega a la quietud después de una catarsis.
- La bella e hipnótica danza giratoria de los sufíes o las danzas circulares sagradas recopiladas por Bernhard Wosien en los años setenta son ejemplos de danzas meditativas muy diferentes, pero que en definitiva buscan ese sentimiento de unión con algo que va más allá de uno mismo.
- Otras formas de meditación dinámica serían aquellas en las que llevamos la atención a nuestros actos del día a día, como cuando llevamos la atención al acto de comer.
Quietud en el movimiento
Movimiento y quietud no son polos excluyentes, sino lo que los taoístas llamarían opuestos complementarios. Ninguno puede existir sin el otro. Todo movimiento nace de la quietud y a la quietud se llega desde el movimiento. Un equilibrio entre ambos es necesario para afrontar con serenidad cualquier circunstancia, pues se trata de fluir sin perder el propio centro.
Meditar mientras se permanece inmóvil permite sentir el impulso de la energía vital, el aire de la respiración que entra y sale, del mismo modo que meditar mientras el cuerpo se mueve abre la puerta a experimentar una mayor quietud interior. En ambos casos se crea un espacio de silencio vivo, un espacio de quietud desde el que se puede actuar con libertad.
El movimiento es natural al ser humano. Este no solo no puede vivir sin movimiento –sin el latido del corazón, la circulación de la sangre o el vaivén de la respiración– sino que a través de él se fortalece y se expresa. El movimiento forma parte de la esencia humana y por tanto puede acercarnos a ella. Al mismo tiempo, ayuda a entrenar la atención.
Permite centrarse en lo que está ocurriendo y atenúa dificultades que se presentan, sobre todo al principio, en la meditación sentada, como el aburrimiento o la somnolencia. Por eso tal vez se ha empleado durante siglos como herramienta para meditar y aquietar el parloteo de la mente.
Sé un derviche: gira y gira sin aferrarte
Una de las meditaciones que mejor puede ilustrar cómo se llega a la quietud a través del movimiento es la sema o danza giratoria de los derviches. Los estudiantes sufíes practican durante años esta danza, que consideran una parte muy compleja de su formación. En ella los derviches giran sobre sí mismos y alrededor de la divinidad personificada en el maestro.
La danza intenta reflejar la naturaleza cíclica de todas las cosas y constituye un viaje místico de unión con Dios. El brazo derecho se extiende hacia lo alto con la palma de la mano hacia arriba, y el brazo y la mano izquierdos miran hacia abajo. El bailarín se convierte así en mediador entre lo infinito y lo finito tomando simbólicamente la energía del cielo, dejándola pasar por su corazón y derramándola sobre la tierra. Al vaciarse y convertirse en un canal aligera su ego. En todo ese movimiento hay algo que permanece inalterable y se produce el sentido de unión.
Probando a girar largo rato sobre uno mismo con música adecuada, uno se da cuenta de que, para hacerlo sin perder el equilibrio, tan importante es trabajar las raíces del cuerpo como su verticalidad, es decir, sentir bien el apoyo de los pies y a la vez ser capaz de elevarse hacia arriba como si un hilo tirara de la coronilla. Se conecta con la tierra a través del ritmo que guía los pasos, y la elevación hacia el cielo permite girar y girar sobre el propio eje como lo haría una pieza de cerámica sobre un torno de alfarero.
Mi experiencia derviche
El primer día que probé la danza de los derviches, a mi alrededor todo era un continuo ir y venir. Una lámpara, una columna, otra persona que gira, una cortina. De nuevo la lámpara, la columna, la otra persona que gira, la cortina… Fijar la mirada en cualquiera de esos elementos, aferrarme a ellos más de lo que duraba el paso de mis ojos, me desequilibraba y desataba el mareo.
Apegarme a las sensaciones también me hacía perder el equilibrio. Si hacía demasiado caso al mareo, este empeoraba. En cambio, si aflojaba el ritmo sin darle mayor importancia, remitía. Lo mismo sucedía con la incomodidad de hombros y espalda. Es fácil que esa sensación haga perder la concentración, pero se pueden descansar los brazos cruzándolos sobre el pecho.
Ver, dejar ir y permanecer en el eje mientras el mareo y la incomodidad vienen y se van. Poco a poco uno se va fundiendo con la música hasta que tambores y latidos parecen uno. Hay momentos en que se es la música, que vibra y se expande. Todo cambia, todo se mueve, incluso uno mismo, salvo el propio centro.
Se trata de una experiencia muy didáctica de meditación plasmada en el propio cuerpo. Sentado, los pensamientos divagantes pueden alargarse y restar calidad a la meditación. Girando, es preciso dejarlos partir al instante.
Bailar y ser el baile
Las danzas del reino animal –como los círculos que dibujan las abejas para avisarse cuando han encontrado néctar o el cortejo de las grullas– indican que el deseo humano de moverse rítmicamente está arraigado en el sistema límbico o "cerebro reptiliano", la parte del cerebro más primitiva e instintiva.
La danza, sobre todo si es repetitiva, podría conectarnos con nuestra parte más animal y calmar la cháchara mental que controlan otras partes del cerebro. Esto explicaría que la danza haya tenido desde sus orígenes un sentido trascendente para el ser humano.
Es evidente que no siempre que se baila se entra en un estado meditativo, pero la música y la realización de movimientos naturales al ser humano prestando atención a la respiración y a cómo resuena esa música en el interior del cuerpo pueden ayudar a centrar la atención y favorecer momentos de conexión.
"En ese estado se pueden vivir y expresar emociones sin dejarse llevar por ellas. Conectas con esa presencia que te define y que va más allá de lo que piensas y sientes", comenta Nuria Banal, profesora de danza libre en la escuela Marabal de Barcelona.
La danza libre se basa en movimientos precisos y estructurados que resultan naturales al ser humano y lo conectan con su esencia. Con el Claro de luna de Beethoven se practica una sencilla coreografía que puede ser útil a quien desea meditar y en la que se unen simbólicamente los planos vertical y horizontal.
Se camina en círculos marcando los cuatro tiempos del compás con la respiración, los pasos y el movimiento de los brazos: primero se suben los brazos a la vertical, como recogiendo la energía; a continuación se llevan las manos al plexo solar; luego se separan ligeramente las manos del cuerpo; y finalmente se abren los brazos a la horizontal, como si se liberase la energía. Al acabar se vuelve a empezar. Se crea así un círculo continuo en el que se respira cada movimiento y se deja que la música resuene en el interior y lo expanda.
Entrar en trance bailando
"Olvida al bailarín, al centro del ego, y conviértete en baile", decía Osho. Nadie supo explotar como él el concepto de meditación dinámica.
Osho consideraba que para los occidentales, poco acostumbrados a permanecer quietos y concentrados, el movimiento facilitaba la meditación. También creía que debía producirse una catarsis como paso previo ineludible para meditar.
Con estas dos ideas creó su Meditación Dinámica, en la que a través de la respiración, movimientos y sonidos se pasa de la quietud al éxtasis y de este de nuevo a la quietud. A esta técnica sumó otras que incluían baile, incluso una llamada whirling inspirada en la danza sufí.
En la catarsis la persona se deja llevar conscientemente por la emoción, el caos y la vivencia; el objetivo es que, cuando estos empiecen a ceder, pueda observar que en su interior existe una calma que no es necesario forzar porque surge sola.
La danza trance y el baile de los 5 ritmos
Esta descarga puede vivirse en otras danzas que se practican hoy con fines a veces meditativos e inspiradas en las danzas chamánicas, como la "danza trance" o el baile de los 5 ritmos creado por Gabrielle Roth.
En las culturas chamánicas ya se bailaba como medio de entrar en trance. El sonido de los tambores permitía acceder a estados alterados de conciencia que podían deparar experiencias de una unidad y felicidad inefables.
La vida como meditación
La música, la voz de un profesor de yoga o la realización de ejercicios concretos pueden ayudar a dirigir la atención al movimiento y a lo que está sucediendo, pero la atención se puede entrenar en cualquier lugar y momento de la vida cotidiana. De ese modo todo movimiento y toda acción pueden llegar a convertirse en una meditación.
De hecho, hay quienes experimentan estados meditativos alguna vez incluso haciendo algo aparentemente tan poco relacionado con la meditación como correr, nadar o ir en bicicleta.
Se puede vivir esperando que eso simplemente ocurra, pero el ruido de la mente no suele cesar así como así. A veces sucede, porque todos tenemos capacidad para llevar la atención al momento presente, pero, si no se está entrenado, el estado de conexión no tarda en diluirse.
En la naturaleza de la mente está el saltar de un pensamiento a otro e identificarse con ellos en lugar de vivir el aquí y el ahora. Entrenar la atención es lo que permitirá vivir cada momento con mayor conciencia y permanecer centrado se haga lo que se haga. La vida es movimiento, pero hay en el interior de cada uno de nosotros un espacio de quietud y silencio desde el que es posible sumarse a ese movimiento sin perderse en él.
Las ventajas del movimiento
- Bajar al cuerpo. El movimiento cambia el foco de atención: lo aleja de la mente para acercarlo al cuerpo. Uno puede preguntarse: ¿cómo es este movimiento que siento en el cuerpo?, ¿qué músculos participan?, ¿es un movimiento suave o brusco, lento o rápido?, ¿cómo es mi respiración?
- Permanecer alerta. A muchas personas les resulta muy difícil mantenerse alerta mientras permanecen sentadas y en silencio, sea porque les entra sueño o porque les cuesta mucho detener el flujo de pensamientos. Esto, aunque es algo normal, a menudo les lleva a abandonar la práctica meditativa. En estos casos el movimiento corporal puede resultar de gran ayuda, porque evita problemas como la pereza y la somnolencia.
- Desautomatizar. La mayoría de cosas que hacemos durante el día las tenemos automatizadas y por eso podemos hacerlas sin prestar atención. Pero sin la atención la conciencia se diluye y se vive como un autómata. Llevar de nuevo la conciencia al movimiento permite desautomatizarlo y es una forma de ejercitar una actitud abierta y creativa ante todo lo que se hace y todo lo que sucede.
- Acompasar la respiración. En toda meditación, sea en postura inmóvil o en movimiento, la respiración desempeña un papel esencial. Al igual que en la meditación sentada, en la dinámica se puede observar la respiración y acompasarla con el movimiento corporal. En técnicas como el yoga, el chikung o el taichí se considera que de ese modo se favorece la circulación de la energía vital. Además, también se puede tomar conciencia de la relación que se establece entre ambos, entre movimiento y respiración.