Las teorías dualistas –instauradas por Descartes en el siglo XVII– afirmaban que la mente y el cuerpo son dos cosas completamente separadas.

Estas teorías han permanecido fuertemente ancladas entre nosotros mucho tiempo, hasta que en el siglo XX surgió la teoría de la interconexión entre mente y cuerpo, uno de cuyos principales impulsores es el profesor George Lakoff, de la Universidad de Berkeley (EE. UU.).

Después de muchos estudios, los neurocientíficos han confirmado la teoría de Lakoff de que nuestra racionalidad está influida por nuestros cuerpos.

Nuestra postura influye en cómo nos sentimos

La embodied cognition (traducida como "pensamiento corporal"), que explora la relación entre la posición de nuestro cuerpo y nuestras emociones, nos dice con rotundidad que nuestra forma de interpretar y de sentir está muy vinculada a la postura corporal que adoptamos.

El dualismo nos ha hecho separar las partes y categorizarlas: primero la mente y luego el cuerpo, pero en realidad no funcionamos así. El cuerpo tiene una primacía funcional, como me hizo saber mi propia hija cuando tenía cuatro años.

Me dijo que ya sabía lo que era la vergüenza: "Me viene una especie de risita pequeña, me sonrío hacia dentro, y por dentro mi cuerpo se hace pequeño; noto que me cambia algo y no quiero que me miren".

¿Qué es exactamente la postura?

La postura se entiende habitualmente como la estrategia empleada por nuestro sistema neuromuscular y esquelético para permanecer en equilibrio, reaccionando contra la fuerza de la gravedad de la forma más económica posible.

La postura también se define como la disposición relativa de las partes del cuerpo. Pero la postura es mucho más que eso.

La postura es, también, nuestra forma de estar en el mundo, de experimentar nuestros logros y fracasos, de nuestras adaptaciones al cambio. En nuestro sistema músculo-esquelético expresamos nuestras emociones y con él nos expresamos en general.

Podemos decir que en la postura de una persona está escrita su historia, su carácter, su temperamento, su estado de ánimo actual. A través de ella, se podrá hacer una lectura de esa persona, por lo que es correcto decir que el cuerpo y su postura tienen su propio lenguaje simbólico.

El reflejo de cómo estamos

La postura es la actitud fundamental de una especie. En nuestro caso, la bipedestación es la postura que tenemos en el punto actual de nuestra evolución filogenética. Y es nuestro potencial de acción.

Aunque la postura que adoptamos no es nunca estática al cien por ciento, en la postura ortostática (cuando estamos de pie, rectos) podemos ver nuestros desequilibrios. En métodos milenarios como el taichí y el yoga, el inicio de los movimientos desde esta postura es clave para el resultado final. Es la preparación para todos los movimientos que vienen a continuación.

La postura afecta a la respiración y viceversa. La capacidad que tenemos de respirar en todas las direcciones hace que la postura pueda adaptarse a cualquier situación.

La postura es expresión: cuando nos comunicamos, no solo lo hacemos a través de las palabras, sino también especial salud con nuestros gestos, los movimientos y la postura que adoptamos con una intención determinada. Todo ello influye en los mensajes que queremos transmitir.

La postura refleja, por tanto, nuestro estado anímico de manera inmediata.

¿Existe la postura ideal?

La postura es adaptación continua. Para mantenernos estables, precisamos una percepción exacta de cómo es el entorno en que nos hallamos y cómo estamos con relación a él.

Esto requiere, por un lado, una estructura para procesar, interpretar e integrar la información sensorial en tiempo real; y por otro, un sistema mecánico que nos permita levantar nuestro edificio desde los pies, mantenerlo en la vertical y conservar una relación mecánicamente eficaz entre las diferentes partes del cuerpo.

Todo cuerpo rígido tiene más dificultad para adaptarse a las circunstancias y demandas de cada momento, mientras que una persona flexible se suele adaptar a la situación sin que ello le suponga un esfuerzo.

La postura ideal sería una activación y desactivación coordinada y sistemática de acciones musculares que con un mínimo de consumo energético permitieran conservar el mejor equilibrio en ese momento. Pero no existe una postura ideal para todo el mundo.

Las contracciones musculares son la respuesta personal ante los estímulos que recibimos, por lo que nuestra postura es el resultado de la historia de nuestra vida.

En nuestra cultura, vivimos nuestra vida hacia fuera, nuestra mirada es siempre hacia el exterior. Por eso, desde edades tempranas dejamos de sentir esos pequeños o grandes ajustes posturales que hace nuestro cuerpo para poder expresar y sentir la emoción.

¿Podemos influir en nuestras emociones?

Al perder la conciencia de nuestro cuerpo, nos alejamos del presente y nos volvemos vulnerables al estrés, tenemos más dificultades en la vida diaria y nos cuesta más expresar las emociones.

Estar "centrado" implica llevar la atención al centro de gravedad del cuerpo para llevarnos a un estado específico. Significa generar un estado fundacional positivo desde el que poder actuar después con mayor conciencia y elección.

En general, las técnicas cuerpo-mente nos ayudan en ese sentido. Practicarlas nos permite, además, darnos cuenta de cuándo perdemos el equilibrio, cómo reaccionamos ante los estímulos y cómo podemos generar una respuesta física o emocional más equilibrada.

Su base es el mindfulness y la respiración juega un papel esencial, ya que en ella se refleja nuestro estado tanto físico como emocional.

Las emociones son reacciones naturales de nuestro ser y nos ofrecen información muy valiosa: no debemos negarlas, pero sí podemos ser más conscientes de ellas y contar con recursos para redirigirlas o sobreponernos a la adversidad.

Cuando nuestro cuerpomente está en el momento presente, no hay aceleración y nuestras respuestas y decisiones siempre son más acertadas y equilibradas.

Las emociones más comunes generan fuertes sensaciones corporales, según los últimos estudios de un equipo de científicos finlandeses que ha creado un mapa corporal de las emociones. Estos científicos concluyeron que los patrones de sensaciones corporales tienen una base biológica.

Según uno de los investigadores, Lauri Nummenmaa, los resultados tienen grandes implicaciones en cómo entendemos el papel de las emociones y su base corporal. Por ejemplo, cabe preguntarse si podemos cambiar nuestra química a voluntad cambiando simplemente la postura.