En un cuerpo erguido, todo funciona mejor. Las tensio­nes musculares se atenúan, los fluidos circulan más libremente, los órganos internos pueden cumplir mejor su función... y el optimismo cre­ce.

De hecho, los seres humanos nos he­mos ido irguiendo a lo largo de millones de años para convertirnos en lo que so­mos hoy.

En ese proceso el cuerpo ha te­nido que modificar, no sin esfuerzo, su estructura y su centro de gravedad para mantener el equilibrio.

Pero ¿y si no es­tuviéramos todavía lo suficientemente erguidos? ¿ Y si solo nos encontráramos en el camino de estarlo?

Con esta consideración casi metafísica entendía Ida Rolf (1896-1979) el objetivo de la técnica corporal que ella misma creó: el rolfing.

Bioquímica estadounidense, pa­só años investigando terapias corporales y holísticas en busca de soluciones para ali­viar su propia artritis. Su interés se cen­tró sobre todo en el yoga y la osteopatía.

Poco a poco, y tratando también a cono­cidos y allegados, desarrolló un método de manipulación al que llamó "Integra­ción Estructural" y que luego adoptaría el nombre de rolfing.

Hoy existen en el mundo miles de rolfers o personas acre­ditadas para practicar rolfing, formación que se imparte solo en centros oficiales a lo largo de todo el mundo.

¿Qué es el rolfing y en qué se basa?

El rolfing se propone ali­near el cuerpo sobre su eje a fin de crear las condiciones físicas óptimas para que las personas puedan desarrollarse plena­mente a todos los niveles.

Se centra en que el enderezamiento sea lo más permanente posible, porque entien­de que un cuerpo bien alineado estará me­jor preparado para recuperar y potenciar su salud tanto física como mental.

Y lo hace poniendo énfasis en dos cuestiones clave: por un lado, tiene en cuenta la relación del cuerpo con la fuer­za de la gravedad y no solo la relación que guardan las diferentes partes del cuerpo entre sí; por otro, trabaja sobre las fascias, un tejido blando al que hasta entonces se había prestado muy poca atención.

"Tener en cuenta la gravedad fue la idea pionera de Ida Rolf: por mucho que inten­temos organizar y aliviar partes del cuer­po, si no se tiene un buen apoyo en el suelo, si hay segmentos del torso que se alejan del eje central, al cabo del tiempo las tensiones vuelven a aparecer. En cambio, si se consi­gue que el cuerpo se sostenga sobre sí mis­mo sin esfuerzo, ya no hay necesidad de aliviar las tensiones porque disminuyen por sí mismas y dejan de producirse", explica Bettina Hippel, rolfer desde hace décadas.

El cuerpo adapta su postura a la gra­vedad para mantener el equilibrio. Si se flexiona una rodilla y se deja caer el peso sobre la pierna contraria, inmediatamen­te la cadera y el torso se desplazan para compensar el desvío. Del mismo modo, cuando se echa la pelvis hacia atrás el vientre va hacia delante, o cuando el tó­rax se hunde y la cabeza avanza.

Estas compensaciones son habituales en el día a día, y es una suerte que el cuerpo pueda hacerlas. De lo contrario, al mínimo movimiento caeríamos al suelo, pero exigen un esfuerzo y producen tensión.

Podemos imaginar el cuerpo como una torre de bloques perfectamente apilados. En el momento en que uno se desplaza, aunque solo sea un ápice, la torre pierde estabilidad.

Para evitar que se venga abajo se puede desplazar otro bloque en sentido contrario para que sirva de contrapeso. La torre aguantará, pero cuanto más se desplacen los bloques mayor será el esfuerzo que cabrá realizar para mantenerse en pie.

El problema surge cuando esas compensaciones se producen de forma intensa o repetitiva, porque se pueden acabar instalando en la estructura corporal.

Los malos hábitos adquiridos en la infancia a menudo por imitar las posturas viciadas de los adultos, trabajos sedentarios o exigentes, accidentes que obligan al cuerpo a forzar o compensar temporalmente la postura, la propia edad, actitudes y emociones arraigadas que se reflejan en el cuerpo... todos estos factores contribuyen a modificar la estructura corporal.

¿Qué importancia tienen las fascias?

Todos hemos podido experimentar alguna vez lo bien que sienta apoyar los pies completamente en el suelo, abrir el pecho, llevar los hombros hacia atrás, alargar la columna y dejar que el cuerpo crezca como si fuera tirado por un hilo desde la coronilla.

Enderezarse libera y todo parece más sencillo. Todo... excepto mantener la postura. Al poco rato nos cansa porque nos resulta forzada.

Ida Rolf observó que lo que lleva a vivir esa postura más erguida y natural como una postura forzada es la alteración de la estructura corporal debido a la deformación y endurecimiento de las fascias.

Estas capas de tejido conjuntivo forman una red tridimensional que conecta todo el cuerpo, desde la cabeza a los pies, envolviendo y sosteniendo cada músculo, hueso y órgano.

Se lo ha llamado el "órgano de la forma", porque es el tejido que delimita la estructura interna del organismo.

Las fascias, en un principio blandas y flexibles, con el tiempo se contraen y se vuelven rígidas. Por otro lado son muy sensibles a las sobrecargas.

Cuando el cuerpo realiza un esfuerzo para compensar una desviación del eje de gravedad, la fascia se deforma.

Después puede volver a su sitio y recuperar su forma original, o bien quedar deformada, según la intensidad de la desviación, el tiempo que se mantenga y el estado del tejido.

"Las fascias actúan como un traje de danza muy fino que se pega al cuerpo. Al deformarse en algún punto enseguida causan una deformación en otro punto diferente" (Bettina Hippel).

Unas fascias en buen estado facilitan el deslizamiento de un músculo respecto a otros, y entre estos y los órganos. También dirigen y limitan el movimiento, protegiendo las articulaciones y permitiendo la correcta distribución del peso hacia las piernas y los pies.

Una fascia desplazada puede acabar adhiriéndose a otras y limitar el movimiento de los músculos, huesos u órganos colindantes.

O puede hacer que el cuerpo se acabe amoldando a una forma de estar que permite mantenerse en pie pero a costa de mucha tensión y con un movimiento cada vez más rígido o limitado.

Sin embargo, del mismo modo que las fascias se deforman y se desplazan provocando tensiones, se puede trabajar sobre ellas para invertir el proceso y reorganizar el cuerpo.

De hecho, el rolfing sostiene que, sin este trabajo de inversión mecánica, cualquier cambio que se provoque en la estructura corporal -relajando un músculo o mejorando la postura- está condenado a ser temporal, porque las fascias deformadas harán que el cuerpo vuelva a desalinearse.

¿Cómo prepararse para una sesión de rolfing?

Lo primero que se hace en una sesión de rolfing es una lectura corporal. Con la persona en pie, el rolfer examina dónde coloca más el peso: si delante o atrás, a la derecha o la izquierda.

También observa si al respirar hay músculos que tienen el movimiento restringido, si están bien alineados cabeza, hombros, cadera...

"Es importante descubrir dónde se origina cada tensión. ¿Dónde empieza el torso a inclinarse hacia delante? ¿Son los pies poco estables? ¿Están desviadas las rodillas o la pelvis? ¿Tiene espacio el tórax?", aclara la terapeuta.

"De todas formas, en cuanto la persona entra por la puerta me fijo en cómo camina, cómo se mueve en relación a mí... Todo eso me da mucha información".

El resto del trabajo se realiza sobre camilla, aunque para la espalda a veces se usa un banco de altura regulable.

Palpando el rolfer puede notar los diferentes tramos de fascias y ver si se han adherido a estructuras óseas, si hay fascias superpuestas que hacen que un músculo arrastre a otro... Mediante toques, estiramientos y otras manipulaciones, las va flexibilizando y devolviendo a la buena posición.

Las manipulaciones pueden ser suaves o firmes, a veces incluso dolorosas, por lo que el rolfer mantiene con la persona un diálogo constante para asegurarse de que es soportable.

Además puede hacerle participar pidiéndole que lleve la respiración hacia algún punto o que mueva alguna parte del cuerpo.

Al ir liberando las fascias, puede que surjan emociones. "Se crea un espacio de seguridad para que estas se puedan expresar con naturalidad", explica Bettina Hippel.

¿Cómo se estructuran las sesiones?

El rolfing se compone de diez sesiones per­sonalizadas de 45-90 mi­nutos. Cada persona es única y el rolfer se ajusta más o menos a esta estructura según las necesidades.

Al final de cada sesión se dan pautas para que se tome conciencia de los cambios y aprender a mo­verse de forma más "eco­nómica" en la vida diaria.

Entre sesiones transcu­rre 1 o 2 semanas como máximo, para aprovechar la memoria del cuerpo. Una vez finalizado el ci­clo se dejan pasar 6 meses para que se integre el tra­bajo.

Al cabo de este tiem­po, se ve si hay alguna par­te del cuerpo con tendencia a descompensarse y crear tensión, y si se con­sidera oportuno se realizan sesiones complementarias.

Si bien el propósito global es alinear el cuerpo sobre su eje, en cada sesión se persiguen unos objetivos concretos que permiten estructurarlas en tres bloques:

  • Sesiones 1 a 3: favorecer un movimiento respiratorio libre. En la primera sesión se trabaja la capacidad de inspiración, movilizando hombros, tórax y caderas. En la segunda se crea la base para una buena estructura corporal mejorando el apoyo de los pies y dándoles independencia respecto a las piernas. En la tercera se busca el equilibrio entre la parte frontal y dorsal del cuerpo, de forma que mirado de perfil no se incline hacia delante ni hacia atrás.
  • Sesiones 4 a 7: se trabajan el control y el abandono de la pelvis, para que pueda transmitir mejor el movimiento del cuerpo; los intestinos, creando espacio para los órganos internos; la liberación de la columna vertebral y el sacro; y la cabeza. Es el núcleo central de trabajo.
  • Sesiones 8 a 10: consolidar el trabajo realizado y dar estabilidad a la nueva estructura. En las dos primeras sesiones se procura mejorar la relación del espacio interno con el exterior. La última se dedica a integrar los cambios, dando sensación física de continuidad por todo el cuerpo.

El rolfing paso a paso

1. El eje

La percepción de un eje interior permite integrar los beneficios del rolfing y sen­tir cómo fluye la fuerza de la gravedad por el cuerpo.

Son las manos del terapeuta las que nos guían pero, sobre to­do, su presencia y su propia experiencia de ese estado.

2. El tórax

El objetivo de la primera sesión de rolfing es la liberación de las fascias superficiales del tórax para mejorar la inspiración.

El rolfer percibe con sus manos las restricciones y, mediante suaves movimientos, manipula el tejido hasta que las costillas se mueven sin obstáculo con la respiración.

Entonces la caja torácica se expande con facilidad en todas las direcciones, también por detrás.

3. Piernas

Los desequilibrios en las piernas tienden a reflejarse en estructuras superiores del cuerpo.

A su vez, los problemas posturales alejados de las piernas se transmiten hasta la base, causando una distribución deficiente del peso sobre los pies.

El trabajo fascial profundo crea independencia entre los diferentes compartimentos musculares y concede ligereza al caminar.

4. Línea lateral

El buen alineamiento lateral es un factor importante en la postura erguida.

Trazando una línea vertical desde la cabeza hasta los pies, debe haber una distribución equilibrada entre la parte anterior y posterior del cuerpo.

Liberando las fascias de la cara interior del brazo, los hombros pueden situarse más hacia atrás y descansar, relajados, sobre el tórax.

5. Espalda

Al final de cada sesión de rolfing y para equilibrar los músculos de la espalda, se invita a la persona a ejercer presión desde los pies y las piernas hacia la parte anterior de la columna, mientras se va inclinando hacia delante.

El rolfer emplea la resistencia creada para conseguir alargar las zonas donde las fascias se encuentran acortadas y enseña algunas pautas de movimiento.

6. Isquiotibiales

El acortamiento de los músculos isquiotibiales dificulta la postura erguida y puede crear dolor o rigidez en la zona lumbar, ya que la fascia de la parte posterior de la pierna transmite las tensiones directamente hacia la espalda.

Mediante estiramientos precisos se devuelve a la fascia su longitud óptima y se crea espacio para un movimiento más libre y armonioso.

La pelvis gana en movilidad y el impacto del pie sobre el suelo puede transmitirse de manera más suave hacia la columna.

7. Relación cadera-tórax

Un objetivo del rolfing es la creación de espacio o independencia entre la cresta ilíaca y las últimas costillas.

El rolfer utiliza sus manos para flexibilizar las fascias entre cadera y tórax, prestando especial atención a la fascia lumbar.

Mediante sencillas instrucciones, invita a realizar respiraciones hondas y observa si el movimiento creado por la inspiración y la espiración se transmite uniformemente desde las costillas hasta la cadera.

El contacto preciso de sus manos guía el tejido y ayuda a percibir una nueva sensación de espacio y libertad en la zona tratada, como si el tórax flotara en el espacio.

8. Fascia lata

La fascia lata es una capa ancha de tejido conjuntivo que cubre el costado de los muslos.

Su plasticidad y su equilibrio favorecen el movimiento óptimo de los músculos que intervienen en la posición y en el movimiento de la pelvis, y afectan a la relación entre las caderas y las rodillas.

El rolfer libera y estira la fascia lata aplicando profundas presiones con el antebrazo o el codo.

Aunque se trata de una de las intervenciones más intensas del rolfing, y a veces incluso dolorosa, su efecto suele ser gratamente percibido como una mayor fluidez en la marcha y un menor esfuerzo en el mantenimiento de la postura erguida.

9. Cuello

Después de producir cambios estructurales en diferentes zonas del cuerpo, es necesario adaptar las fascias del cuello al nuevo equilibrio y facilitar el flujo de la energía hacia la cabeza.

A veces se busca longitud y una mejor postura para la cabeza, otras flexibilidad y movimiento, o conseguir que los músculos puedan participar en la respiración. Cada persona tiene sus propias necesidades.

El trabajo en el cuello al final de la sesión de rolfing relaja el sistema nervioso y permite una mejor integración de los cambios producidos.

¿Qué se siente tras una sesión de rolfing?

A medida que avanzan las sesiones la per­sona va enderezándose, aumenta su capacidad respira­toria y gana libertad de movimiento.

Hay quienes perciben los cambios más a nivel físico y quienes lo hacen a nivel más emocional o psicológico, aun­que siempre en forma de ma­yor estabilidad y flexibilidad.

"El rolfing sienta los cimientos para que puedan darse cambios emocionales. Una persona que se siente sólida y estable, percibe el mundo de otra manera" (Bettina Hippel)

"Es interesante ver cómo esos cambios son reforzados por el en­torno: alguien que transmite seguridad, que se mueve con fluidez, recibe una respuesta más positiva de quienes le rodean".

Ahora bien, aunque es el trabajo sobre las fascias lo que permite que ese cambio en la estructura sea permanente o inclu­so pueda evolucionar, es la gravedad, en última instancia, la que lo consolida.

"Al transmitir el cuerpo su peso hacia el suelo, la tierra se lo devuelve como un em­puje, un fluir de la energía hacia arriba, que le permite moverse de una forma diferente", sostiene Bettina Hippel.

O como decía Ida Rolf: "La gravedad es el terapeuta".

En lugar de luchar contra la gravedad, el cuerpo se alía con ella y la convierte en el im­pulso para moverse libremente, aprender a mirar el mundo con otros ojos y ponerse cada día un poco más recto.